El pintor despertó en un omnipotente y calamitoso grito. Luego se enfrentó a la enorme sábana blanca. Aunque no había piso real, se sentó en él y murmuró.
-Tengo que hacerle algo muy bello.
-Para qué? -Susurró una voz a sus espaldas.
-Para que sonría. -Contestó con la lógica inflexible que lo había llevado hasta ese limbo de la creación.
El lienzo inacabable soportó la mirada del pintor. Durante varios minutos, un mudo diálogo se estableció entre el vacío y el caos. De pronto, como si hubieran llegado a un acuerdo, el pintor se levantó y trazó con su mano derecha un arco azul a la altura de su frente, como una pincelada de tiempo. El joven estudió el color. Era demasiado puro y perfecto, pensó; así que con la uña del meñique simuló un par de nubes esqueléticas a punto de derrumbarse con el viento.
-Cuál viento? -Preguntó la voz.
El pintor parpadeó y la bocanada de brisa en sus pestañas dio la respuesta. Extendió un poco más el azul, hasta alcanzar el horizonte, y sintió la inmensidad. Luego, jugó un poco con los dedos de la mano izquierda y algunos albatros y gaviotas volaron sobre el inmaculado. Dio un papirotazo al lienzo y se escucharon los graznidos juguetones.
Pero faltaba mucho más. El cielo era sólo marco para lo verdaderamente importante del regalo. El pintor miró fijamente la parte inferior de la sábana, como si sus ojos estuvieran cargados de algún poder ultradivino. Entonces, de sus pies que aún se apoyaban en el inexistente suelo, emergió una onda verde, hermosa y reptante, como serpiente de jardín. La sábana ondulaba al toque de la voluntad del artista y pronto se hizo líquida. La onda llegó hasta el fondo del horizonte, donde se juntó con el cielo recién creado, y regresó trayendo algo de azul del mismo y un poco de negro para los contrastes. El pintor miró agradado cómo los colores se fragmentaban y diluían en los nuevos movimientos. Sintió el ritmo de las olas y, como en tantas otras vidas, empezó a cantar. Y su voz se convirtió en el rugir del agua, el crepitar de las burbujas y el descanso de la arena.
-Arena? A qué hora creaste la arena?
-La arena ya estaba creada. -Pensó el pintor porque ya no tenía boca para responder. Sus labios se derretían en el mar y se transformaban en millares de pececillos que tenían como tarea un único canto. Sus brazos, extendidos sobre su espalda, se desintegraron con el viento y llevaron sus caricias a todo el océano y más allá, donde los continentes pierden la virginidad. Sus piernas, ahora fuertemente ancladas en el agua prismática, se convirtieron en dos firmes rocas para descanso de las gaviotas y el paisaje. Y su cabello, lo más hermoso que tenía, voló en el cielo recordando que él era el creador de aquel mar maravilloso. Esos cabellos, que llevaban la canción del pintor en su vuelo, jugaban todas las tardes con la graciosa arena de la playa.
-Playa? Qué playa?
La de ella. Ella era como una playa pura e imperecedera, llena de sol y vida, de leyenda y tibieza, de sal y arena, como decía la canción. Para ella era el regalo del pintor, la nada en la que pintaba un mar para bañarla, para protegerla, para quererla. Una playa paradisíaca y un mar insondable. El paisaje perfecto.
-Y yo?
-Tú no existes.
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sin duda otro rapto a lo inanimado e insondable, a la imaginación prestada, o la exaltación de su precencia, al azul salado contenido en sus pupilas. por supuesto hablo de ella, de la voz, del poder ultradivino; de la supremacía del lienzo sobre el pintor, del cálamo sobre el escritor, del arte sobre el artista y de ella sobre el poeta. Siul
ResponderEliminarSi no existiera el poeta, ella no existiría... hermoso escrito que solo nace de una esencia tan pura como es la de tu alma y tu corazón...
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