21 dic 2010

Libertad y desorden

Este país es muy curioso. Supongo que todos lo son y que todos los seres humanos somos iguales en todo el mundo, idiomas más, costumbres menos, pero sólo tengo derecho a hablar de Colombia. En artículos anteriores, con derecho a insulto, he dicho que aquí hay gente irresponsable, inconsciente y hasta idiota. La hay en todos lados, repito, pero me preocupa la de acá porque son (somos) los que construimos este amago de patria.
     Al grano: Gracias a mi afición por el fútbol, asistí a la final del campeonato entre el Tolima y el Caldas (donde, para beneplácito de mis enemigos, el Glorioso Deportes Tolima fue derrotado). El estadio de Ibagué, con capacidad para treinta mil personas y que normalmente no supera las ocho mil, estaba abarrotado ese día. Desde tempranas horas de la mañana había gente haciendo cola y para las tres de la tarde que yo llegué, éstas bordeaban varias cuadras. Con mi familia, nos disponíamos a hacer la consabida fila cuando, al abrir las puertas, todo el mundo empezó a colarse. Qué hicimos? Lo que cualquier colombiano de bien haría: aprovechar el papayazo y meternos haciéndonos los pendejos. Más aún, alguien abrió un roto en una de las "vallas" que hicieron con guaduas y costal y la gente corría a través de él para entrar de primeros. Qué hicimos? Lo que habría hecho cualquiera de nuestros nobles compatriotas: correr por el hueco y llegar a la puerta a empellones. Resultado? Excelentes puestos en la tribuna.
     No siento orgullo al escribir estas líneas como tampoco lo sentí al contemplar el estadio desde mi localidad. El escritor, docente, pseudointelectual que vive criticando el poco civismo en Colombia cayó al nivel que tanto detesta. Excusas? Claro que las tenía, era la final del Tolima! Pero eso no vale nada. Eso es lo que dice la gente y ahora yo era parte de esa gente irrespetuosa y desconsiderada. Diré en mi mínima defensa, que la opción correcta, tratar de calmar al público y de organizar de nuevo la fila, habría sido inútil. Que igual todos se meterían a la brava y que yo, respetando la cola, sería de los últimos y en puestos malos; suponiendo que entrara, pues mucha gente con boleta se quedó por fuera.
     Más aún. Una vez dentro, la gente empezó a quejarse del despelote de la entrada. Y lo que decían era que "estaba muy desorganizado". Qué? Cómo así que "estaba" si los que pusieron el desorden fueron (fuimos) ellos! Si todos hubiéramos respetado la fila, habríamos entrado sin problema alguno. Pero, desde luego, la culpa nunca es de nosotros. Siempre es de alguien más, otros, entes sin rostro como "el gobierno" y cosas así. Nunca somos nosotros los responsables de lo que nos pasa. Son otros los que se cuelan en las filas, se pasan los semáforos en rojo y arrojan basura a la calle.
     No me queda sino la previsible quejica. Mientras los colombianos no seamos conscientes de que somos nosotros los responsables de nuestro país, no habrá libertad, paz, orden ni ninguna de esas palabras que suelen adornar los escudos.

2 dic 2010

Mente enferma en cuerpo enfermo

Hace poco contraté los servicios de una muchacha que me encerró en un cuarto, me pidió que me quitara la ropa y me acostó. Luego, pasó sus manos por mi cuerpo, me untó aceites y me hizo gritar. Al final, le pagué muy complacido por su trabajo. Lamentablemente, no se trata de lo que el despistado lector habrá imaginado. En realidad estoy describiendo una cita con mi fisioterapeuta, quien noble y amablemente trató de aliviar mis agudos dolores de espalda causados por treinta años de sedentarismo y alcohol.
     Ya escucho las carcajadas de mis enemigos: Perdomo Gamboa, el escritorzuelo que critica la humanidad y posee la verdad divina, reducido a problemas lumbares? Sí, señores. Ni más ni menos. Pobre iluso, me insultarán; cuándo fue el maestro Baudelaire a que le trataran alguna de sus dolencias del cuerpo cuando no soportaba las del alma? Dejó Allan Poe de consumir sus vinos preocupado por su menesterosa salud? No se enfrentó Hemingway a bestias salvajes sin contemplar sus espasmos musculares? La verdad es que no lo sabemos. La historia nos ha legado el mito de los poetas malditos que escupían sobre el mundo y se orinaban en dios, seres sobrenaturales cuya rebeldía era más grande que la censura y que sólo cedían ante su propia maldición. Nadie imagina a Rimbaud tomando un analgésico para el guayabo o a Dostoyevsky contemplando la efervescencia de una vitamina C. Los poetas sólo se preocupan por la vida espiritual, el cuerpo es un simple estorbo, la famosa cárcel del alma.
     No voy a contradecir eso. Sin embargo, diré que la cárcel de mi alma ya está algo mohosa. Como todos los mitos que he adorado, puse la mente romántica sobre el cuerpo pasajero y alimenté la primera con vicios que dañaban al segundo. No me arrepiento de nada; lo seguiré haciendo pues, como mis maestros, estoy condenado a mi propio mito. Sólo que ahora tengo conciencia del terrible destino que me espera y que no está en las idealizadas letras que me precedieron: Además de la perdición de mi alma debo atestiguar la decadencia de mi cuerpo.
     Si el día de mañana algún polluelo de poeta me lee y pretende aprender de mí le daré el mismo consejo que me dio mi maestro oscuro: Para no sentir el horrible fardo del tiempo, que destroza vuestras espaldas y os inclina hacia el suelo, es preciso emborracharse sin tregua. Sin embargo, añado una advertencia: El dolor de vuestras espaldas destrozadas os obligará a gastar en fisioterapeutas lo destinado a meretrices...