25 feb 2012

Fe de erratas

Con este artículo sí me voy a ganar los enemigos. No es que quiera hacerlo, aunque reconozco que me gusta provocar. De hecho, cuando abrí el blog prometí no hablar de política ni religión. Ya rompí la primera, rompamos la segunda.
     La anécdota es muy sencilla. En estos días charlé un rato con una muchacha muy creyente en su religión. Y aclaro, no es lo mismo la espiritualidad a la creencia en algún dios a la credulidad en alguna religión. Todos tenemos derecho al libre desarrollo de la espiritualidad, a ser creyentes, ateos, agnósticos, santotomases, escépticos, fieles, etc. Creer o no en la existencia de un dios es una cuestión de fe y de filosofía, y eso lo debe resolver cada persona dentro de su individualidad. Incluso, la libertad de cultos, que presupone la existencia de algún ser superior, está garantizada dentro de la sociedad.
     Pero me desvío del punto que quería contar. Esta muchacha, que tiene derecho a su espiritualidad y su libertad de cultos, me aseguraba vehementemente, convencida de que poseía la realidad, que Adán y Eva habían existido, que la segunda había sido hecha de la costilla del primero y, por ende, la mujer era creada para el servicio del hombre, como un apéndice esclavo.
     Siempre nos dicen que hay que respetar las creencias ajenas. Pero una cosa es tolerar a los que piensan que el reggueatón es música, que Maradona fue mejor que Pelé o que Colombia es el mejor vividero del mundo; y otra aguantar a quien, movido por una evidente falencia intelectual, se cree a pies juntillas lo que le dice algún predicador ladrón, y cede sus derechos en una triste y miserable manipulación.
     Según me explicó esta muchacha, el hombre tiene derecho a mandar sobre la mujer y ella debe servirle, pues para eso fue creada. La mujer no puede hablar sin autorización del marido y nunca tendrá la razón si él no está de acuerdo. Ha sido una de las pocas veces que me he quedado sin palabras, no por falta de vocabulario sino porque no podía abrir la boca del asombro y la estupefacción. En verdad, me cuestionaba: hay gente que piense así en pleno siglo XXI? Y cuando le preguntaba por qué pensaba así, la respuesta era muy sencilla: así lo dispuso dios. Por eso, según ella, su predicador y su religión, la evolución es mentira, la tierra sí es el centro del universo y los filósofos, científicos y librepensadores son falsos profetas que sirven al demonio.
     Tan idiotizada (y que vengan los enemigos, pero una cosa es la fe y las dudas existenciales y otra que algún hampón se aproveche de eso) tenían a la pobre, que ni siquiera pudo captar las innumerables veces que le señalé que con sus humildes y trabajados aportes a la iglesia, el predicador cambiaba de narcocamioneta cada año.
     Me perdonarán mis enemigos, pero eso no merece respeto. Esa pobre muchacha lo que merece es educación, que la alejen de atracadores santificados y le abran los ojos sobre sus derechos y la historia de la humanidad. Ese infeliz debería estar pagando cárcel y no comprando joyas con el dinero de los ingenuos. Sé que muchos me maldecirán o, peor aún, me bendecirán y pedirán a algún dios inexistente que me ilumine. Yo prefiero decirles que se iluminen ellos mismos a través de los libros que no afirman tener la verdad pero despiertan conocimiento en quien los lee.

11 feb 2012

La última canción de Whitney Houston

El músico frustrado en mi interior espera dos momentos esenciales: La muerte de Keith Richards y la de Ozzy Osbourne. Ambos, ídolos inmarcesibles, debieron morir hace décadas debido a los abusos dignos de su categoría como estrellas de rock. Sin embargo, ambos están destinados a languidecer entre resacas y exámenes de próstata. Probablemente vivan para no ver mi muerte.
     Sin embargo, hay otros músicos que, sabemos, no morirán jóvenes como los rockeros que conocemos (Janis Joplin, Jim Morrison, Jimi Hendrix, Kurt Cobain, Freddy Mercury, etc.), sino que perdurarán hasta que la edad, que no afectará su voz, les pase la inevitable factura. Jamás veremos envejecer a Madonna, por ejemplo. Pero ya vimos morir a Michael Jackson, y eso nos pone a pensar...
     Hoy muere otra voz que no pertenecía a los mortales. Whitney Houston, casi tan bella como el timbre de su voz, se levantaba más fuerte que el gospel que la inspiraba, y más vibrante que el pop que la hacía reinar sobre las otras divas. Atrás quedaban Patty Labelle, Diana Ross y Aretha Franklin; pues Whitney era  capaz de llevar su alegría desde la esquina más bailable hasta el responso más sagrado. Y ella era la niña buena que trascendería todas las generaciones.
     Y las niñas buenas se juntan con los niños malos. Medio mundo detestó su relación con Bobby Brown, injusto lugar común que sólo sirvió como coyuntura para el horrible mal que acabó con una de las voces más talentosas de la historia: la drogadicción. La niña buena no lo era tanto. La droga la drenó como a tantas otras estrellas de la música. Los que la queríamos, así fuera a través del televisor, sufríamos al verla cada vez más flaca y más diluida. 
     Esa muerte la merecen los rockeros que desbaratan guitarras y adoran a Satán, no las damas maravillosas que encantan al universo con su voz. Pero la droga no respeta nada. Y en el universo de los mitos, lo mismo da ser Janis Joplin o Whitney Houston.
     Quiero creer que Michael Hutchence murió en un orgasmo ahorcado, que Kurt Cobain murió en un verso maldito y de dos acordes, que Freddy Mercury murió en una sonrisa homosexual. Y quisiera creer que Whitney Houston no murió en un abismo de drogas, sino en un arpegio en el que sólo ella era capaz de cantar.