21 dic 2010

Libertad y desorden

Este país es muy curioso. Supongo que todos lo son y que todos los seres humanos somos iguales en todo el mundo, idiomas más, costumbres menos, pero sólo tengo derecho a hablar de Colombia. En artículos anteriores, con derecho a insulto, he dicho que aquí hay gente irresponsable, inconsciente y hasta idiota. La hay en todos lados, repito, pero me preocupa la de acá porque son (somos) los que construimos este amago de patria.
     Al grano: Gracias a mi afición por el fútbol, asistí a la final del campeonato entre el Tolima y el Caldas (donde, para beneplácito de mis enemigos, el Glorioso Deportes Tolima fue derrotado). El estadio de Ibagué, con capacidad para treinta mil personas y que normalmente no supera las ocho mil, estaba abarrotado ese día. Desde tempranas horas de la mañana había gente haciendo cola y para las tres de la tarde que yo llegué, éstas bordeaban varias cuadras. Con mi familia, nos disponíamos a hacer la consabida fila cuando, al abrir las puertas, todo el mundo empezó a colarse. Qué hicimos? Lo que cualquier colombiano de bien haría: aprovechar el papayazo y meternos haciéndonos los pendejos. Más aún, alguien abrió un roto en una de las "vallas" que hicieron con guaduas y costal y la gente corría a través de él para entrar de primeros. Qué hicimos? Lo que habría hecho cualquiera de nuestros nobles compatriotas: correr por el hueco y llegar a la puerta a empellones. Resultado? Excelentes puestos en la tribuna.
     No siento orgullo al escribir estas líneas como tampoco lo sentí al contemplar el estadio desde mi localidad. El escritor, docente, pseudointelectual que vive criticando el poco civismo en Colombia cayó al nivel que tanto detesta. Excusas? Claro que las tenía, era la final del Tolima! Pero eso no vale nada. Eso es lo que dice la gente y ahora yo era parte de esa gente irrespetuosa y desconsiderada. Diré en mi mínima defensa, que la opción correcta, tratar de calmar al público y de organizar de nuevo la fila, habría sido inútil. Que igual todos se meterían a la brava y que yo, respetando la cola, sería de los últimos y en puestos malos; suponiendo que entrara, pues mucha gente con boleta se quedó por fuera.
     Más aún. Una vez dentro, la gente empezó a quejarse del despelote de la entrada. Y lo que decían era que "estaba muy desorganizado". Qué? Cómo así que "estaba" si los que pusieron el desorden fueron (fuimos) ellos! Si todos hubiéramos respetado la fila, habríamos entrado sin problema alguno. Pero, desde luego, la culpa nunca es de nosotros. Siempre es de alguien más, otros, entes sin rostro como "el gobierno" y cosas así. Nunca somos nosotros los responsables de lo que nos pasa. Son otros los que se cuelan en las filas, se pasan los semáforos en rojo y arrojan basura a la calle.
     No me queda sino la previsible quejica. Mientras los colombianos no seamos conscientes de que somos nosotros los responsables de nuestro país, no habrá libertad, paz, orden ni ninguna de esas palabras que suelen adornar los escudos.

2 dic 2010

Mente enferma en cuerpo enfermo

Hace poco contraté los servicios de una muchacha que me encerró en un cuarto, me pidió que me quitara la ropa y me acostó. Luego, pasó sus manos por mi cuerpo, me untó aceites y me hizo gritar. Al final, le pagué muy complacido por su trabajo. Lamentablemente, no se trata de lo que el despistado lector habrá imaginado. En realidad estoy describiendo una cita con mi fisioterapeuta, quien noble y amablemente trató de aliviar mis agudos dolores de espalda causados por treinta años de sedentarismo y alcohol.
     Ya escucho las carcajadas de mis enemigos: Perdomo Gamboa, el escritorzuelo que critica la humanidad y posee la verdad divina, reducido a problemas lumbares? Sí, señores. Ni más ni menos. Pobre iluso, me insultarán; cuándo fue el maestro Baudelaire a que le trataran alguna de sus dolencias del cuerpo cuando no soportaba las del alma? Dejó Allan Poe de consumir sus vinos preocupado por su menesterosa salud? No se enfrentó Hemingway a bestias salvajes sin contemplar sus espasmos musculares? La verdad es que no lo sabemos. La historia nos ha legado el mito de los poetas malditos que escupían sobre el mundo y se orinaban en dios, seres sobrenaturales cuya rebeldía era más grande que la censura y que sólo cedían ante su propia maldición. Nadie imagina a Rimbaud tomando un analgésico para el guayabo o a Dostoyevsky contemplando la efervescencia de una vitamina C. Los poetas sólo se preocupan por la vida espiritual, el cuerpo es un simple estorbo, la famosa cárcel del alma.
     No voy a contradecir eso. Sin embargo, diré que la cárcel de mi alma ya está algo mohosa. Como todos los mitos que he adorado, puse la mente romántica sobre el cuerpo pasajero y alimenté la primera con vicios que dañaban al segundo. No me arrepiento de nada; lo seguiré haciendo pues, como mis maestros, estoy condenado a mi propio mito. Sólo que ahora tengo conciencia del terrible destino que me espera y que no está en las idealizadas letras que me precedieron: Además de la perdición de mi alma debo atestiguar la decadencia de mi cuerpo.
     Si el día de mañana algún polluelo de poeta me lee y pretende aprender de mí le daré el mismo consejo que me dio mi maestro oscuro: Para no sentir el horrible fardo del tiempo, que destroza vuestras espaldas y os inclina hacia el suelo, es preciso emborracharse sin tregua. Sin embargo, añado una advertencia: El dolor de vuestras espaldas destrozadas os obligará a gastar en fisioterapeutas lo destinado a meretrices...

22 nov 2010

Lección de istoria

No, el título no es un error ortográfico. No es que haya olvidado lo que mínimamente sé hacer. El gazapo se trata de una irónica mirada a algo evidente pero que nos duele reconocer: desconocemos la historia. Y, peor todavía, nos acostumbramos a que nos la enseñen mal.
     Ejemplo que motiva este escrito: En pasados días fui con mis amigos del club de motos al bello y frío pueblo de Coconuco, en el Cauca. Una vez instalados en la hostería, peregrinamos por los lugares turísticos con un guía que debió darnos los desconocidos datos de la región, como el origen del nombre y mitos locales. Para mi triste sorpresa, la charla empezó con un horrible gazapo: afirmar que el fundador Tomás Cipriano de Mosquera (reconocido prócer de la independencia y cuatro veces presidente de la república) era español y que había sido el primer alcalde de Coconuco, que sólo fue municipio muchos años después de su muerte. El dato lo tenía muy claro por haber leído recientemente la obra de Víctor Paz Otero sobre la región ("Entre encajes y cadenas", y "El demente exquisito", no dejo de recomendarlos) A partir de ahí, empecé a sospechar de todo lo dicho por el supuesto guía. Luego caí en la cuenta de errores garrafales, como afirmar que los indígenas tenían sus cultivos de vacas en la región (así lo dijo, cultivos). No sobra recordar que el ganado bovino sólo llegó con los españoles, más específicamente con el segundo viaje de Cristobal Colón; los indios no conocieron la ganadería.
     No quiero alargarme en la retahíla de incorrecciones que nuestro malogrado guía nos dijo por el camino. Sin embargo, al conversar sobre sus errores con los compañeros de viaje, uno de ellos dijo algo que me asustó aún más: nos habíamos dado cuenta porque yo había leído al respecto, en caso contrario nos creeríamos todo lo dicho. Inevitablemente, pensé cuántas mentiras y errores garrafales nos habrán dicho a lo largo de nuestras vidas, cotidianamente en los medios de comunicación, para convencernos de verdades que no son ciertas.
     No leemos, no estudiamos la historia. Evidente es el lugar común, estamos obligados a repetirla, pero no como materia escolar sino como tragedia nacional.

11 nov 2010

El nuevo destierro

Por estos días me ocurrió una desgracia, una catástrofe, una tragedia! Me robaron? Me estrellé en la moto? Perdió el Deportes Tolima? No, peor que todo eso junto: perdí mi teléfono celular.
     Ya sé lo ridículo que suena. Particularmente, porque yo era de los que decía que el celular era una necesidad creada por la sociedad de consumo. Han pasado unos años desde mi lógica aplastante que afirmaba que si me llamaban al fijo de mi casa y no estaba, seguro me encontraba ocupado, por lo que no podrían contar conmigo para lo que fuera. Aún recuerdo mis críticas ácidas a los amigos que se enrolaban en la telefonía móvil, cuando cada llamada costaba mil pesos (de mediados de los noventa) y los celulares eran grandes, pesados e, inevitablemente, notorios, con todo lo que eso implica. Acepto, incluso, que he sido algo retrógrado. Hubo momentos en los que un manos libres me parecía presumido e innecesario. Si bien el tiempo me probó lo contrario: tener las manos libres es una ventaja, sin contar con que es obligatorio al conducir; aún tengo algunos de esos prejuicios equivalentes, como el famoso audífono bluetooth, que no deja de parecer más fantoche que útil. Reitero, es un prejuicio de mechudo retrógrado.
     Pero llegó el momento en el que tuve que usar un /(&$% teléfono de esos. Obligado por la empresa en la que trabajaba, me enfundé mi primer celular y con él me inscribí en esa nueva etapa de la tecnología contemporánea. Desde luego, eso incluye todo un nuevo mundo de mensajes, tarjetas, simcards, redes y muchos términos más que sólo nombro por cultura general y no porque los entienda. Yo, a duras penas, conseguía contestar el aparato ese. Sin embargo, el tiempo y la competencia hicieron que la telefonía celular se hiciera más amigable y asequible, hasta que la necesidad inventada se convirtió en una necesidad real. Todos debíamos tener un celular para que nos localicen en cualquier caso.
     Acepto que es difícil luchar contra el retrógrado interno. No es por simple terco ni por torpe (me cuesta infinidades manejar esos bichos), sino porque estas nuevas tecnologías suelen avanzar más rápido que la filosofía y el sentido común. Un teléfono no sirve para comunicarte sino para presumir del dinero que tienes para comprar el modelo más caro y moderno. Vales tanto como tu celular. Y eso sin contar con que ahora el teléfono no sirve, sino que debes tener un blackberry; de otra manera estas "out" o, simplemente, eres un pobre pendejo. Qué decir de esos aparatos que tienen cámara, radio, videograbadora y ni siquiera hacen bien lo que deben: llamadas. Bien lo llamó Juan Villoro: el "ornitorrinco electrónico".
     Y si tanto me quejo, cuál fue la tragedia? Que perdí mi mugre teléfono y con él todos los datos de mis contactos. La vieja costumbre de la libreta con los números de los amigos desapareció. La información que tenía en el coco se fue con la sim y, desde luego, me vi en la penosa obligación de volver a fastidiar a mis amigos para que me mandaran sus números. Pero lo peor no fue eso, sino la horrible sensación de estar veinticuatro horas desconectado, incomunicado, inexistente en el mundo. En épocas pasadas, los amigos lo llamaban a uno a la casa, al trabajo, etc. En el peor de los casos, iban a buscarlo a la residencia. Hoy no. Hoy, si no te encuentran en el celular, no existes. Esa noche se pudo haber caído el mundo y nadie habría contado conmigo.
     He ahí la tragedia, la dependencia de una costumbre ligada a una tecnología ligada al consumismo. Perder el celular es el moderno ostracismo, el destierro virtual. Esas son las nuevas cadenas que nos unen y nos esclavizan a todos.

17 oct 2010

Ciudad de pobres corazones

Cali. El Cali pachanguero, la Cali ají que señala Belarcázar y protejen Cristo Rey y varias cruces. La sucursal del cielo. Sí? Oscuros acordes marcan el ritmo de los pasos. Oídos captan infinita contaminación auditiva. En el éter suenan los compases de una canción que te retrata, Cali, y que no es salsa. En esta puta ciudad todo se incendia y se va, matan a pobres corazones. El periódico matutino sumaba docena y media de muertos, dos niños entre ellos. Un pasquín miserable, que se ufana de tu nombre, se regodea con la foto de uno de los crímenes. El horror hecho tinta y papel, difundido por la radio entre delitos cotidianos, cánticos religiosos y chistes de doble sentido. La herencia de la noche anterior, el pan nuestro de cada día mientras rezamos ante los alimentos que otros no tienen. En esta sucia ciudad no hay que seguir ni parar. No hay tiempo para ello, para admirar la arquitectura narcotraficante, los inexistentes jardines o las vallas con errores de ortografía. Andenes áridos y puntillosos, trampas mortales, laberínticas. Y la calle donde el fluido mecánico aturde, enerva, cega con su nube de hollín y smog irrespirable. Añoramos el tranvía, el trolebús, el metro subterráneo. Pero todavía tenemos la zorra y su estela de cagajón, y supermercados en los semáforos. No quiero salir a fumar, no quiero salir a la calle con vos. No quiero soportar el atafago y el miedo y el calor asfixiante de la ciudad a la que sólo le falta la playa. Aldea global, urbe campesina, pueblo grande, como decían las abuelas. De identidades falsas y contradictorias. San Antonio con marihuana, Chipichape Plaza Shopping y nuestro Trade Center castellano. Mestizaje anodino. No quiero empezar a pensar quién puso la hierba en el viejo cajón. Es mejor no pensar en ello. Ni pensar, ni ver, ni sentir los miles de mendigos, los niños desnutridos, las indígenas migradas, los viciosos infectos, los ancianos averiados, los orates alucinantes, los harapientos, los desposeídos, los ignorados, los que hay que esconder bajo la alfombra o amarrar con cordones de miseria, lejos del horror que causan, cual hiedra venenosa, cual gangrena haciendo fila sangrante en el hospital. Buen día, señora; buen día, doctor. Buen día, ciudad de niños bien, de carros lujosos, de joyas doradas y de mansiones ostentosas. Ciudad cívica de diplomas comprados, de dinero sucio, de empresas fachada, de corruptos, de reinas de belleza y reyes de la coca. Desenfrenos y extremos y niñas con ombligos al aire, pues las caleñas son como las flores, pero eso es otra canción. Vamos todos a cortarnos el cabello como los niños bien. La ropa de marca y las gafas de moda. Todos a la sexta que Caicedo murió hace años! Maldito sea tu amor, tu inmenso reino y tu anciano dolor. Es la noche que fornica con Cali. La noche, niche. La de azotar baldosa, salir a aletear, irnos de rumba sin rumbo. De rumba, carajo, que la vida es corta, como la sexta de neón o la quinta y su añoranza de cabalgata. Y el mito eterno, el del puente para allá, el de la salsa dura y los pantalones brillantes con mocasines blancos. El de las familias a orillas del río con techos de plástico y paredes de cartón. De los entes que como fantasmas salen de los rincones de la noche calmando el hambre con la ley de hierro, fundidos en la oscuridad personificando el horror. Qué es lo que quieres de mí? Qué es lo que quieres saber? Seguridad para las niñas bien y los chicos play. Alejarlos de los espectros afilados que exigen su pedazo de Cali. Justicia, igualdad, oportunidades, trabajo, utopías, ideales, sueños escurridizos que somos incapaces de realizar, de crear, de creer. Sólo concebimos culpas y señalamos iracundos a quienes nos rodean la tranquilidad y los acusamos de todos nuestros problemas, esos prójimos hijos de tu sombra, Cali. Allá corre nuestro estigma con el acero sangrante, la bolsa llena y el corazón vacío.  Víctimas fraternas. Mañana habrá otra noticia. No me verás arrodillado. No me verás arrodillado. Más rápido salen los seis tiros del revólver. El plomo vence al hierro. La cobija nocturna lo cubre todo. Nos permite tomar la ley por la mano, eliminar al que reclama lo que le ha sido negado. Somos la balanza y la espada, la venda y la mordaza. Brazaletes rojos, capuchas negras, el inicuo movimiento de cabeza pagado con dólares, con cheques, con dos papeletas de bazuco. Dicen que ya no soy yo, que estoy más loco que ayer y matan a pobres corazones. Los matan en vida, enjaulados por valores aritméticos cuando ni siquiera alcanzan a contar hasta diez, diez millones, diez mil millones, depende del estrato. Fotos inocentes enarboladas como banderas, mártires de una guerra estúpida, seres humanos convertidos en lucro cesante. Atrocidades que el diccionario apenas consigue describir y que no pasan ni por las mentes bestiales de los diálogos de Páez, digo, de paz. Destruir familias por crueldad, fanatismo y una cifra con siete ceros. Y en medio de todo, nuestra miopía, nuestra inacción. El marasmo, el horror de la insensibilidad. Pero cuando la acera nos quema los pies y el aire enrojece de insania, cerramos los ojos y cantamos calipachanguero, calibuscaunnuevocielo. En esta puta ciudad todo se incendia y se va. Porque Cali es la capital de la salsa, la ciudad donde todo es alegría y rumba. Porque sin rumba no pueden trabajar las prostitutas, los travestis, las líneas calientes, las masajistas, las acompañantes, las universitarias de celular, los strippers de gimnasio, las modelos de academia, las celestinas de conmutador, las secretarias coquetas, los profesores pervertidos, las cirugías plásticas o las francachelas alter party y su ajedrez de alucinógenos. Reinas drag junto a garajes que anuncian la venida de otro rey y se llevan al césar.  Y matan a pobres corazones. Venden el cielo a la ingenuidad, citan libros ilegibles, prohíben y regalan pecados y milagros circenses. Los pobres al paraíso y los ricos a lucrarse con el dinero de los creyentes. Orar, cantar para orar dos veces y pagar para orar cuatro. No me importan tus pecados, Cali, porque tienes cientos de cristos de pastores y camándulas de marfil. Matan a pobres corazones, matan a pobres corazones. Nos matas del alma, ciudad cuna. Nos matas en tu injusticia, en las miradas de tus desamparados, en las piernas de tus meretrices, en las dagas de tus esquinas, en las sonrisas de tus secuestrados, en los diezmos de tus profetas, en los niños de tus semáforos, en la sed de tus viandantes, en el oro de tus asesinos, en la belleza de tus reinas de belleza. Nos matamos del alma en nuestra ignorancia. Morimos una y otra vez en ti, por ti, sin ti, Cali ajena, enajenada, sucursal del infierno, ciudad de pobres corazones.

2000
 
 
 
Índice
 
Página 120
  

30 sept 2010

Lamento de la clase emergente

Y vos quién sos? Pretendés engañarme diciendo que sos el mismo que conocí hace años? Cambiaste la mochila arhuaca por un portafolio labrado. Te quitaste los yines rasgados y te pusiste pantalones de marca. Ya no lees libros de poesía sino libros para dummies. El dinero que antes gastabas en licor ahora lo invertís en medicamentos. Ya no te subís por la puerta de atrás de los buses entre carcajadas y excusas, ahora estás pagando a cuotas un automóvil que esperás vender antes de que se desvalorice demasiado. No olés a yerba sino a palabra francesa. Recordás cuando almorzabas en la cafetería central de la universidad? Ya no, pues comés en insípidos restaurantes elegantes con música de fondo. Qué hiciste los billetes arrugados y húmedos que guardabas en el bolsillo? Perdón, olvidé que todo lo pagas con tarjeta. Ya no enamorás con versos de lapicero barato sino que pedís rosas por Internet que viajan a domicilio. Tu casa, que antes olía a sahumerio y a hippie, ahora se esteriliza con un ambientador eléctrico. Y contrataste un decorador profesional para que arrancara tus afiches de Bob Marley y botara tus cojines manchados. Ya ni siquiera vas al estadio a ver al equipo que dizque amabas; cuando mucho, ves los goles en el noticiero. Dejame adivinar: votaste por el candidato de derecha, el que te prometía esconder a los pobres y subirte el sueldo. Trabajás de sol a sol? Ya no te queda tiempo para leer, claro, ni para ver buen cine o para asistir a museos. Quién necesita conciertos callejeros si puede pagar el cover de la discoteca de moda? Aún tenés los discos de ska? Seguro que te creen muy loco en las fiestas cuando te ponés la corbata en la cabeza como si fuera una balaca mientras movés tu humanidad al ritmo que te pongan, ojalá contra el culo de una chica que te lo dé fácil, que a fin de cuentas podés pagar un buen motel. O acaso ya te casaste? Ya encontraste una mujer calmada y culta para presentar en sociedad? Supongo que ya no te atraen las loquitas que fumaban marihuana y te lo daban en los baños de las fiestas. Imagino que tu mujercita es toda una ama de casa, dama de sociedad. Te cocina con ollas de diseñador o se pasa el domingo desnuda junto a ti raspando una caja de arroz chino? No, claro que no. Para eso tenés la muchacha del servicio; a quien, apuesto, no le pagás lo que dictamina la ley; vos, que solías tirar piedra en la universidad y gritar por los derechos de los trabajadores. Supongo que vos sos de los que ven las protestas de los estudiantes y se quejan por el trancón y porque de pronto te rayan el carro. En cuántas cuotas lo pagás, a propósito? Cuarenta y ocho? Quién sos vos, remedo de hombre? Qué has hecho del joven que pretendía cambiar el mundo? Dejaste que el mundo te cambiara, inútil, infeliz. Pobre pendejo que perdiste tu vida y te dejaste de la sociedad a la que tanto criticaste. Sos peor que los niños ricos a los que insultabas, porque ellos nunca dejaron de ser lo que son; mientras que vos pretendías ser diferente y terminaste envidiando lo que otros tenían y uniéndote al sistema que detestabas. Pobre estúpido, pobre mediocre. Quién sos? Ni siquiera sos un bobo arribista o un pequeñoburgués, ni lacayo, esbirro o gusano. Peor que eso, en tu afán de tener una vida, una buena vida, perdiste la que tenías. No sos nada, me oís? No sos nada. Y es mejor que lo sepás de una buena vez, porque cuando todo este mundo se acabe, de vos no va a quedar sino lo que sos, es decir, nada.

18 sept 2010

Mi primer hobby


Una de mis principales aficiones, probablemente la primera, fue la caricatura. El dibujo fue mi más temprano acercamiento al arte. Como todos los niños, gastaba gran parte de mi tiempo leyendo caricaturas y tratando de hacer las mías. Me basé en los personajes comunes a toda nuestra generación: desde Walt Disney hasta los superhéroes tradicionales. Solía llenar páginas de cuadernos con robots, gatos y sátiras de los profesores de turno. Mis amigos del colegio leían divertidos esas tiras cómicas llenas de lugares comunes y gags inocentes, más cercanos a Condorito que a Mafalda. Incluso publiqué algunas en un periódico universitario que no pertenece ni siquiera a un museo de lo prescindible. Eventualmente, con el correr de los años, llegué a pensar que podría dedicarme al dibujo humorístico, pero la supuesta madurez que debe venir con la adolescencia me hizo olvidarme de la idea. En teoría, debería tener una carrera mejor recompensada económicamente. Cruel ironía! Terminé de literato!
     Sin embargo, durante mucho tiempo seguí dibujando tonterías entre ratos libres y pupitres universitarios. Más por hobby que porque de verdad pensara que valía la pena, mostré algunas de esas caricaturas en Internet y fueron bien recibidas, lo que muestra que no son tan malas como yo pensaba o que el público está menos enterado de lo que debiera. Pesimismo aparte, abrí un blog con las mismas, http://www.caricaturasdevivianyoscar.blogspot.com/, y aprovecho este espacio para darme una descarada publicidad.
     Sobra decir que no soy caricaturista profesional, simplemente se trata de un divertimento que comparto para que algunas sonrisas rueden entre mis lectores, normalmente expuestos a posiciones más necrofílicas. La última recomendación, disfrútenlas. Y si no les gustan, no las lean. Aún me quedan mis libros, que también pueden someterse al mismo juicio.

8 ago 2010

La letra agónica

En Colombia, lamentablente, estamos acostumbrados a la corrupción. Siempre decimos que la ley es para los de ruana, que para qué leyes donde no hay costumbres y que la ley es letra muerta. Bueno, pesimismos aparte, me permito decir que la ley no es letra muerta, sin embargo, bastante agonizante permanece, siempre a punto de caminar hacia la luz. Daré un breve ejemplo personal que, pienso, puede ilustrar un poco este punto.
     Hace más de un año necesité un servicio de Internet con una compañía cuyo nombre no diré, pero Tuvo Intención de Ganar mi Oro a como diera lugar. Al finalizar el año del contrato, lo cancelé haciendo todas las vueltas necesarias a tiempo para evitar que me siguieran cobrando, pero según alguna norma interna me generaron una nueva factura y luego cinco más, aunque el servicio ya no se prestaba. Lógicamente, fui a presentar el reclamo pero, tras tres cartas, la única respuesta que me dieron era que tenía que pagar. La última instancia era denunciar ante la Superintendencia de Industria y Comercio, lo que hice dentro de los términos legales. Solamente cuando la empresa supo que había enviado la carta a la Superintenencia, ahí sí salió presta a solucionar el problema a mi favor.
     Por eso digo que la ley no necesariamente es letra muerta, pero hay que estar muy pendiente, pues parece que está en un permanente estado de agonía que, si nos descuidamos, la lleva a su defunción. Por definición, las leyes deben estar al beneficio del ciudadano, del usuario o cliente, como en mi ejemplo. Pero siempre tratan de arrebatarnos estos beneficios. Y entre más ignorantes somos, más fácilmente abusan de nosotros. Por eso el primer derecho que nos quitan es el de la educación, para que cuando se presenten los atropellos no sepamos qué hacer o cómo defendernos mediante la ley.
     Nos queda ese deber, el de no dejar que la letra muera. Ya que desde empresas telefónicas hasta corruptos del estado están pendientes de ponernos la zancadilla y abusar de nuestros derechos, es nuestra obligación estar siempre vigilantes, denunciar, divulgar y no olvidar para que los atropellos no se repitan.

23 jul 2010

El primer tumbado

Por estos días todos estamos celebrando los doscientos años de las independencias del continente. Eso es bueno, la alegría y el jolgorio acompañados con música, pólvora y efectos especiales. Pero no se puede olvidar la historia, es decir, la verdadera historia y no la icónica y pantallera que nos han metido durante décadas.
     Yo quiero contar una historia menor, una de las historias de la Historia. La historia de uno de los pequeños grandes héroes que, sin embargo, se convirtió en la primera víctima de la burocracia y las falsas promesas de la naciente Colombia. Se trata del niño soldado, relato que ya ha sido contado muchas veces, la mejor de todas en la novela "Pedro Pascasio Martínez Rojas, héroe antes de los doce años" de Fernando Soto Aparicio.
     Para quienes no lo recuerdan, Pedro Pascasio Martínez fue el niño héroe de la Batalla de Boyacá. A los doce años de edad, era el encargado de cuidar los caballos de Simón Bolivar. Tras la mencionada batalla, Pedro y el Negro José recogían los caballos desperdigados por el campo y se encontraron a dos oficiales realistas. El primero fue muerto y el segundo, amenazado por la lanza de Pedro Pascasio, le ofreció una bolsa con monedas de oro, pero el niño soldado no se dejó tentar y entre puyones y amenazas lo llevó al campamento. Allí lo recibió Bolívar a regaños porque no le tenía listo su caballo (no el famoso Palomo, el de la adivinanza, sino otro llamado Muchacho), y Pedro le mostró al prisionero. Bolívar nunca había visto al comandante español y grande fue la sorpresa de todos cuando el capturado por el niño resultó ser el General Barreiro, jefe del ejército español en la Nueva Granada. Pedro Pascasio fue colmado de elogios, ascendido a sargento y pasó a la historia como un ejemplo de heroísmo y honradez. El mismo Libertador le asignó de su puño y letra una gratificación de cien pesos, el equivalente por estos días a un par de milloncitos.
     Sin embargo, lo que la historia no cuenta es que el niño soldado, el héroe de la patria Pedro Pascasio Martínez, también se convirtió en el primer tumbado de la naciente república. En primer lugar, su ascenso se le embolató, en parte por su edad y por su desconocimiento del (terrible) arte de la guerra. Y, peor todavía, no le pagaron los cien pesos prometidos por Bolívar. El muchacho siguió un rato con el ejército libertador y luego regresó a su terruño, una vereda de Belén, Boyacá, donde se dedicó a la agricultura (en tierra ajena) hasta su muerte en 1885. Supongo que se llevó a la tumba su heroica anécdota, su henchido orgullo y la decepción de no recibir una recompensa justamente merecida.
     Este relato es reflejo de lo que somos todos en Colombia: tumbados, engañados, desposeídos. La nación que en 200 años debió brindar a sus hijos seguridad, salud, empleo, educación, etc, se desvanece en un mar de engaños y promesas no cumplidas. Sin duda hay que celebrar, eso es bueno. Pero también hay que leer la historia, entenderla, rumiarla hasta que nos sintamos parte de la misma y estemos dispuestos a integrarnos a la patria más allá de conciertos y banderitas. O corremos el riesgo de seguir siendo los Pedro Pascasios, utilizados y desechados por una dirigencia corrupta y sumidos en la miseria de nuestra propia libertad.

NOTA POSTERIOR: Gracias a un amable lector, me llega otra de las versiones del pago de la gratificación de Pedro Pascasio. Según documentos de la Biblioteca Nacional, finalmente en 1880 se le otorga una pensión a nuestro ya no joven héroe, quien alcanza a disfrutarla cinco años antes de su muerte. Supongamos, en un último grado de optimismo, que se la dieron cumplidamente, sin presentar el certificado de supervivencia y sin las inhumanas filas a las que someten hoy a los ancianos.

6 jul 2010

MEMORIAS DE LOS MUNDIALES - El gol de oro y el gol de plomo

Muchos son los recuerdos que se develan al pensar en los mundiales de fútbol. Mis ídolos infantiles, las historias leídas, victorias y derrotas, sueños inacabados y glorias eternas. Se vienen a la mente países que ya no existen, constelaciones extinguidas, sombras de jugadores que nunca vi. Y entonces, tras los partidos épicos que he vivido o creído vivir, me llega una pregunta. Y mis memorias de Colombia?
     Quisiera poder decir que mi primera memoria es el pelo indomable del Pibe Valderrama o las aventuras delirantes de René Higuita fuera del área. También podría traer el recuerdo de Marcos Coll o el Caimán Sánchez y el único gol olímpico de los mundiales. Preferiría, incluso, el baile hipnótico de Roger Milla con el banderín. Sin embargo, con tristeza y verguenza, lo que viene a mi mente es la imagen de Andrés Escobar asesinado por un autogol.
     Qué puedo escribir después de eso? Cómo levantar el rostro ante los hinchas del mundo? El único autogol de USA 94 fue castigado con un plomo, esférico como el balón que involuntariamente Escobar introdujo en la portería de Óscar Córdoba. El único minuto de silencio que se ha visto en un mundial por un jugador en competencia fue causado por esta patria a la que no me atrevo a adjetivar. Qué memorias de los mundiales tiene Colombia?
     Hubo una época en que establecieron el gol de oro como método para desempatar partidos. El primero en un mundial lo marcó Laurent Blanc contra Paraguay en Francia 98. Si vamos a los registros, Colombia tiene el deshonroso récord de haber otorgado un gol de plomo, el único de la historia.
     No creo que valga la pena escribir nada más después de eso.

15 jun 2010

Los gritos de Casandra

De noche una pesadilla me atormenta. La voz de una hermosa muchacha que grita verdades evidentes y trata de alertar a todo un pueblo, pero nadie le cree. Desde luego, me refiero al mito griego de Casandra, preciosa doncella troyana de la que se enamoró Apolo y, para conquistarla, le dio el don más preciado por ella, el de la clarividencia. Sin embargo, Casandra no quiso cumplir con su parte del trato y se negó a complacer al dios, por lo que éste la maldijo con que nadie le creyera lo que decía. Como deben saber, Casandra suplicó a los troyanos que no entraran ese caballo de madera, que estaba lleno de soldados griegos y que iban a saquear la ciudad. No le hicieron caso y ya todos sabemos lo que pasó.
     Traigo este mito a colación porque veo con tristeza que en las actuales Troyas hay muchas Casandras. En la prensa, los medios, las academias, etc. Pero el pueblo tampoco les cree. Prefiere confiar en mesias falsos y corruptos o en verdades acomodadas o mentiras evidentes. Ya lo dijo Hitler, contrario a la doncella adivina: Entre más grande sea la mentira más gente la creerá.
     La pregunta es: Si lo que dicen es tan obvio, por qué nadie lo cree? Lo que sucede es que hay cosas que son evidentes para quienes tienen el ojo entrenado, quienes no saben no ven nada y no pueden creer en lo que no ven. Y las voces que gritan las contradicciones de una sociedad han tenido que pensarla, estudiarla, comprenderla. Pero para eso se necesita educación, y esa es una falencia de nuestras sociedades tan clara y triste como las súplicas de Casandra. Un pueblo ignorante jamás creerá a los que les muestren las verdades y se tragará enteras las mentiras de los corruptos que los gobiernan.
     Yo no pretendo ser Casandra, aunque en este blog expongo mis ideas y opiniones sobre literatura, fútbol o la mítica realidad que vivimos. A veces me pregunto si todos los que escribimos no somos Casandras que simplemente lanzamos una profecía al viento, a la ruleta de oídos o a la cacofonía de las mentiras.
     Y a veces me pregunto si tendré que ver caer a Troya.

3 jun 2010

MEMORIAS DE LOS MUNDIALES - Ficciones verdaderas

Inevitablemente, nuestros recuerdos están mediados por el filtro acuoso y a veces delirante de nuestras emociones. Y si esos recuerdos se generan en medio de una niñez fantasiosa y lúdica, al crecer tendremos un enorme tapizado de imágenes simbólicas en las que ya no importa cuál fue la realidad que las inspiró sino el significado para nuestro ser adulto. Esos son los ejemplos que traigo hoy. Tras los mundiales del 82 y el 86 y la derrota de mi ídolo, Zico, me quedé con la memoria de dos héroes que también dieron todo en la cancha, que fueron derrotados entre lágrimas y que representaron más de lo que eran pero menos de lo que merecían.
     Eliminado Brasil y su olimpo verdeamarelo, todos los niños que jugaban en la calle con una pelota de plástico querían ser alguno de los que levantara la copa del mundo. Entre el polvo y las piedras jugaban Grzegortz Lato (nombre que nos daba mucha risa) de Polonia, Jean-Marie Pfaff (la máquina de coser, entre carcajadas) de Bélgica y, cómo no, Maradona y (para mi disgusto) Paolo Rossi. Yo nunca quise ser ninguno de ellos. Descartado Brasil, tenía dos opciones: ser recio y fuerte o ser enjuto y escurridizo. Mezclando los imaginarios, me quedé con las figuras de Karl-Heinz Rummenigge y de Michel Platini. Injusto sería decir que Platini era el pequeño talentoso y Rummenigge el grande fuerte. Ambos eran extremadamente hábiles y Rummenigge no era la torre aria que yo imaginaba. Pero cuando uno es niño, todo le parece enorme y junto a estos dos jugadores se me mezclaban los personajes de ficción de ambos países. Invariablemente, pensaba en D'Artagnan y todos los héroes franceses de las novelas folletinescas en las que la picardía gala siempre triunfaba y que, como no, eran mis favoritas de esos días. De otro lado tras tanto cómic y tanta película de James Bond quedaba el estereotipo del alemán gigante y recio, de gran fortaleza física, inteligente y calculador. En medio de mi fantasiosa niñez, Platini y Rummenigge se me antojaban parte de esos personajes de ficción.
     Hoy, que entiendo que el fútbol es un deporte real en un mundo real jugado por personas reales, entiendo también que el cariño y las pasiones se engendran en esa ficción ingenua pero genuina. Estos dos héroes que tuve y que no son más que dos personas de las tantas que caminan por el globo, siguen siendo en mi imaginación dos titanes derrotados que representaban lo mejor que podían ofrecer el fútbol, la humanidad y la ficción.

28 may 2010

Uno no debe ser de un sólo país

¿Qué es ser colombiano? le pregunta Ulrika a Javier Otálora según la ficción de Borges. Es un acto de fe, contesta éste con una de las frases más sabias y, tal vez gracias a lo evidente y repetida, más manidas de las últimas décadas. Todo lo que nos define es un acto de fe: ser brasileros, cartageneros, hinchas del Tolima, ingenieros, escritores, agnósticos, liberales, hogareños, tímidos, incluso colombianos. Toda definición parte de la necesidad de distinguirnos de los demás y de creerla verdadera. Por eso nos dejamos el pelo largo o usamos botas moradas o nos delineamos los ojos como una reina egipcia. Por eso necesitamos ser los primeros de la clase, el que más goles anota, el que sabe cómo se repara el cuchuflí del mofle de un automóvil, etc. Inevitablemente, todas nuestras decisiones en la vida se remiten a una interminable búsqueda de nosotros mismos.
     Pero, y para volver a la cita del Maestro Lúmino, una nacionalidad es un acto de fe aún mayor. Mal que bien, si escogemos el pelo verde, el cartón de derecho o la bandera del Unión Magdalena es una elección nuestra, sin importar los factores previos. Pero a ninguno de nosotros nos preguntan dónde quisiéramos nacer. Simplemente, cuando tenemos uso de razón nos damos cuenta de que somos colombianos, término tan iluso e indefinido que sólo nos queda remitirnos a la fe en Borges para sostenerlo. De hecho, como en todas las naciones, nos inventamos identidades a las qué aferrarnos. Celebramos el 20 de Julio, usamos mochilas Arhuacas, sacamos la bandera cuando juega la selección y cantamos borrachos de un sentimiento artificial "Ay, qué orgulloso me siento de ser un buen colombiano". Pero se nos olvida que la mayoría de las veces no somos buenos colombianos, que a veces ni siquiera parecemos colombianos. Hace diez años las mochilas arhuacas eran sólo para hippies o universitarios de izquierda, con derecho a papa explosiva, pero de un momento a otro, gracias a unas empresas particulares y a una enorme campaña publicitaria, se puso de moda todo lo artesanal. Ahora ser colombiano es exhibir con orgullo sombreros aguadeños, mochilas indígenas, aretes de guadua y manillas de fique.
     Será que la colombianidad es tan frágil o inexistente que dependemos de la publicidad o la moda para sentir orgullo por lo autóctono? La mayoría de personas a mi alrededor (yo mismo, inevitablemente) parecemos o queremos parecer de otros países. La ropa que usamos tiene nombres extranjeros, la música que escuchamos viene de otros lares, burgers y hot dogs desplazan tamales y empanadas. Algunos edificios o centros comerciales parecen sacados de Miami y no de Mompox. Bogotá pretendió ser la Atenas Suramericana y no la Nueva Sugamuxi. Nadie abre un chuzo para vender lo que sea que no tenga el apóstrofe del posesivo anglosajón: Chuzo's .
     Pero también es cierto que la aldea global de McLuhan es una realidad. La globalización, con todo lo positivo y negativo que implica, nos ha poseído. Y en países de identidades débiles, como el nuestro, se ha empotrado como un colonialismo cultural que en lugar de enriquecer socava las costumbres tradicionales. Entonces todos queremos ser como Britney Spears o David Beckham y nos parece terriblemente ordinario el gusto por la rellena, Alejo Durán o las alpargatas.
     Hace pocos días tuve dos ejemplos maravillosos de esa contradicción entre lo colombiano y lo global. Asistí en Bogotá a un concierto de Aerosmith, la famosa banda de rock norteamericana. Para sorpresa de todos, el vocalista Steven Tyler salió al escenario con un sombrero vueltiao y provocó la euforia nacionalista del público. Acto de populismo publicitario? Circo rockero? Sin duda. No creo que Tyler conozca la música de Luis Enrique Martínez y Rafael Escalona. Lo cierto es que Tyler y su sombrero simbolizaron por breves instantes la universalidad de lo colombiano y nos recordaron a todos que deberíamos sentirnos orgullosos de nuestro acto de fe.
     Un día después, aún en la fría Bogotá, asistí a otro concierto diametralmente opuesto. El maestro Gualajo y su grupo deleitaron a una pequeña audiencia con su bello repertorio de música del pacífico, interpretada con marimba de chonta, bombos, y cantaoras. Tras el recital, seguimos la parranda donde se hospedaban los músicos y la música autóctona se extendió hasta la madrugada. Lo que me puso a pensar fue que yo vestía la misma chaqueta negra de cuero y taches que había llevado al concierto de Aerosmith, es decir, la misma pinta de rockero que he tenido siempre. Pero ese gusto por el rock no me quita el calor de los acordeones del Valle, los tiples de mi Tolima o el sonido ancestral del piano de la selva. Recordé entonces, en esa vorágine de sonidos y sensaciones, las palabras de uno de los músicos de Gualajo al anunciar que cantaría un son cubano: uno no debe ser de un sólo país. Las fronteras se hicieron para separar, no para definir nacionalidades. En cambio, las verdaderas identidades como la música, el arte o el deporte, no conocen límites.
     Esa es, si se me permite la libertad, la verdadera aldea global donde yo quiero vivir. Una aldea donde lo colombiano se abrace con lo extranjero. Donde un francés me diga los condimentos usados en un tamal valluno, donde se cante igual a Sting y a Jorge Villamil, donde me cambien una mamushka por una chiva que diga "me 109cito". Tal vez no es tan difícil. Tal vez lo único que necesitamos es que un rockero gringo o un escritor argentino nos recuerden de nuevo que los actos de fe, a fin de cuentas, siempre son actos.

12 may 2010

MEMORIAS DE LOS MUNDIALES - Holanda, el sueño inconcluso.

El fútbol ya existía desde antes de que yo naciera. Maestros como Di Stéfano, Puskás o Pelé lo habían definido y perfeccionado. Tras la mágica selección de Brasil de 1970, parecía que se había alcanzado todo lo posible. Y entonces, antes de que yo naciera, once tipos vestidos de naranja volvieron a inventarlo. La selección Holanda que jugó el mundial de Alemania 74 creó el “fútbol total”, expresión que es más fácil escribir que definir y que, definitivamente, es una nueva manera de sentir este deporte. Neeskens, Jansen y, sobre todo, Johan Cruiff asombraron al mundo con una novedosa y eficiente manera de jugar. Sin embargo, esta gloriosa selección fue derrotada por la fuerza de Alemania y su capitán Beckenbauer. Cuatro años después, la misma “Naranja Mecánica”, como fue apodada, volvió a desplegar ese fútbol maravilloso y técnico; pero cayó de nuevo en la final ante la local Argentina y la sombra de Videla. Todo esto lo leí en libros y lo vi en videos, pero nunca pude disfrutarlo hasta el mundial de Italia 90, cuando el increíble Ruud Gullit, el negativo del Pibe Valderrama, encabezó una lista de estrellas equivalente a sus predecesores de los 70: Marco Van Basten, Ronald Koeman, Frank Rijkaard y otros que no pudieron brillar de la misma manera que en la Eurocopa del 88. En los mundiales siguientes, la constelación naranja siguió derrochando alegría y talento con figuras como Dennis Bergkamp, Marc Overmars, Phillip Cocu, Edgar Davids, Frank de Boer, Ronald de Boer, Patrick Kluivert y otros, que lamentablemente se encontraron con la poderosa selección Brasil que los detuvo en su búsqueda por la gloria. Siempre fueron protagonistas, siempre animaron con su alegría y su talento. Y siempre se vieron condenados a mirar la copa desde lejos. Su eliminación en Alemania 2006 fue algo opuesto a lo alcanzado por Kruiff y su cohorte, la batalla de Nuremberg contra Portugal donde el fútbol exuberante y genial fue reemplazado por las patadas y el juego sucio. Inevitablemente, añoré los ídolos que tuve y los que no tuve. Quise volver a los Gullit y Van Basten que emulaban a los Neeskens y Van Hanegem. En Sudáfrica, cuando la Naranja Mecánica vuelve al campo casi de local, una nueva esperanza surge. Tal vez vuelva el fútbol total, tal vez vuelvan los genios que jugaban más con la cabeza que con los pies, tal vez en esta ocasión el fútbol preciosista pueda alzarse con la máxima gloria y pueda esculpirse en la copa mundo el nombre que desde hace tanto le falta: Holanda.

ANOTACIÓN TRAS EL MUNDIAL
Tuve que verlos perder de nuevo. Y no sólo en la cancha, donde olvidaron el fútbol majestuoso ante la perseverancia española, sino en los escritorios, cuando se adjudicó el mundial del 2018 a Rusia, dejando la candidatura de Holanda-Bélgica descartada. Otra vez será, seguiremos diciendo. En otro mundial serán los suspiros de Cruyf y Gullit.

28 abr 2010

Más libros, menos armas.

Esa era una de las consignas de los años sesentas, de la feliz era del hippismo y la alucinación, de Woodstock y Hendrix. Era la época en la que de verdad se querían suplantar los fusiles por girasoles y en que consignas como "prohibido prohibir" o "seamos realistas: pidamos lo imposible" podían cambiar al mundo. En cierta forma lo hicieron. La revolución sexual de la mano de la píldora y las minifaldas hizo que la mujer retomara su papel en la historia, aunque la opresión no ha desaparecido aún. Y la frase que usé para iniciar este artículo, "más libros, menos armas", también debió multiplicarse. En algunos países lo hicieron; en otros, lamentablemente, no.
     Qué pasó con esos alegres hippies? Los que en drogada adolescencia ascendían a taburetes tan altos como olimpos a cantar por la paz? De alguna manera crecieron y se convirtieron en adultos asalariados, más preocupados por el recibo de energía que por la paz mundial. Esta generación dio orígen al polo opuesto, los yuppies ochenteros, muchachos de corbata y chequera que se adueñaron del mundo entre los gemidos de Madonna. Pasaron las décadas y los hippies se convirtieron en una curiosidad del siglo XX, un feliz momento en el que el mundo se sintió joven y omnipotente, pero no por las armas sino por las ideas. Hoy, cuando empieza la segunda década del siglo XXI, aún hay dirigentes más empeñados en enseñar a disparar que a  leer.
     Habrá alguna conclusión para esto? Aparte de lo obvio, la metáfora de la humanidad suicida? Valdrá la pena escribir un cuento simbólico en el que una madre prefiera darle a su bebé un biberón con veneno en lugar de leche? Para qué? Habrá alguien que lo lea? O tendrán a los jóvenes al frente de un fusil y lejos de los libros? Supongo que las ideas permanecen aunque algunos tiranos insistan en acallarlas. Eso no es del hippismo, la humanidad siempre ha tenido ideólogos que esperan un mundo más humano y menos asesino y dedican su vida a ello. Pero estos cambios se hallan sólo en las letras, en ese mundo en el que ninguna bayoneta puede herirnos, el mundo donde la pluma es más poderosa que la espada.