25 oct 2011

Aquelarre de cabecera

Este artículo fue publicado hace un par de años en el periódico El Colombiano en un especial de Día de Brujas.

Canta, oh bruja, la angustia de Perdomo Gamboa cuando supo que debía seleccionar diez nombres y dejar por fuera todos los demás, como amantes abandonadas. ¿De qué arbitraria forma podríamos barajar los rostros de tantas brujas que nos han acompañado desde que Paris se robó a Helena? Sólo un filtro de amor es lo suficientemente fuerte para que mis dedos tracen palabras mágicas en un papel que servirá de hoguera a las condenadas al exilio: El amor a la literatura. Me arriesgaré a que alguna bruja vengativa, despechada por su exclusión de mi infame antología, me haga un encantamiento y me convierta en sapo, lo que tal vez me granjee un beso de una princesa.
     Empiezo por despedirme de todas esas novias que ya no tendré, tantas brujas que no han bebido tinta de literato. Adiós a las verrugas, los calderos burbujeantes y las escobas mágicas. Adiós, Juana de Arco; embrujas más que Mila Jojovich. Bruja de Blair, fuiste apenas un proyecto. Winona Ryder, que no te venza el macartismo. Bette Midler, me gustas más cuando cantas. Te veré en los horóscopos, Regina Once.
     Lo siento, Castro Caicedo, tu bruja es no-ficción. Borraré mis heroínas de historieta; no me salves, Zatanna; no te salves, Bruja Escarlata. Raven, Teen Titans Go! Apagaré el televisor en las narices vibrantes de Samantha y de Sabrina. ¡Saludos a Archie! Recoge tus pinzas y deja de perseguir a Bugs Bunny, Brujilda. Madame Mim, ya no podré vitorear tus trampas; a ti dedico el canticuento de la Bruja Loca: No sabe hacer brujería porque ya se le olvidó. Bye, bye, Alice Cooper, en tu cuerpo decrépito de rockero yace el alma de una bruja inmolada. Only women bleed . No veré los goles de la bruja Verón ni de su engendro homónimo. No montaré en brujita en el Pacífico. No volveré, lo prometo, a decirle Bruja a Doña Clotilde. ¡Alakazám!
     Pero, aparte de todo este aquelarre al que acabo de desterrar, aún me faltan las brujas impresas. Las que nos perseguían en cuentos infantiles y leían nuestros destinos en novelas adultas. En un vano intento de justicia y objetividad, decidí agrupar a mis elegidas en categorías. Por ejemplo, de todas las brujas que nos heredaron los Hermanos Grimm, Charles perraut, Hans Christian Andersen y otros autores tradicionales, que darían para un listado aparte, escogí una que las incluyera a todas. Por supuesto, me embargó un gran dolor al apartar tantos personajes que me embrujaron desde niño.
     Lo mismo sucedió con las brujas colombianas. Roberta Caracola (El Leopardo al Sol), Francisca García Muriel (La Casa de las Dos Palmas), Elisenda Zambalamberri (La Otra Raya del Tigre) y muchas más desde Gustavo Álvarez Gardeazábal hasta Alfonso Bonilla-Naar que tuvieron que ceder ante la seleccionada. En esta hoguera común quedaron las brujas de Salem, de Arthur Miller; la Reina de los Hielos, de C.S. Lewis; Minerva McGonagall, de J.K. Rowling; la Bruja de Abril, de Ray Bradbury; Hind, de Salman Rushdie; la Dama del Lago, de Walter Scott; la Gran Bruja, de Roald Dahl; la Baba Yaga, de Alexander Afanasiev; la Bruja de Portobello, de Paulo Coello; Hécate, Medea, la Bruja del Mar, Viviane, Nimue, Salomé y muchas otras que van desde autores de ciencia ficción como Isaac Asimov hasta candidatos al Nóbel como Carlos Fuentes.
     Extender esta relación sólo serviría para darme un falso aire de erudito y acentuar que se trata de una antología arbitraria. Bienvenidas sean, pues, mis diez brujas literarias favoritas.

1. La Diosa Blanca
Mito primigenio recopilado por Robert Graves a quien se dedican todos los verdaderos poemas. Musa exiliada por Apolo. Se transforma de mujer hermosa en cierva, loba o bruja.

2. La madrastra
De Blancanieves, de Charles Perrault. Representa a las brujas de los cuentos. Se funden dos arquetipos, el de la madrastra cruel y el de la bruja malvada: con hechizos intenta matar a la heroína.

3. Las Tres Brujas
De Macbeth de W. Shakespeare. La representación de Las Hermanas Fatales de la mitología germana, Urd, Verdandi y Skuld, equivalentes a las Parcas griegas. Son parte de las muchas triadas antiguas.

4. Galadriel
De El Señor de los Anillos de J.R.R. Tolkien. La Dama del Bosque, hechicera elfo que porta uno de los tres anillos de poder. Puede leer la mente y el futuro. Gimli, el enano, primero le teme y luego la idolatra.

5. Circe
De la Odisea de Homero. Deidad poderosa. Esta hechicera transforma los hombres en cerdos con un brebaje que incluye vino, miel fresca y drogas perniciosas. Ulises la vence y, cómo no, la seduce.

6. Morgan Le Fay
La rival de Merlín, conocida como Fata Morgana. Legendaria hechicera de la mitología del Rey Arturo. Sobre ella han escrito autores como T. H. White. El mismo Vargas Llosa llamó así a una de sus hijas.

7. Rosaura García
De Los Cortejos del Diablo de Germán Espinosa. De todas las enemigas de Mañozga, incluyendo a la Bruja de San Antero y Catalina de Alcántara, la más mágica es esta centenaria levitante.

8. Xayide
De La historia Interminable de Michael Ende. Esta hechicera manipula a Bastian Baltasar Bux contra Atreyu para apoderarse del trono de Fantasía y eliminar a su gobernante, la encantadora Emperatriz Infantil.

9. La mujer bruja
De Las mil y una noches. Es la primera bruja del libro. Villana anónima que transforma a su marido en perro y como castigo es transfigurada en mula con la ayuda de otra bruja joven y buena.

10. Bruja Malvada del Oeste
De El Maravilloso Mago de Oz, de Frank Baum. Arquetipo de perfidia garantizada al que Dorothy vence con un baño de agua. En la cinta de Judi Garland, fue encarnada por Margaret Hamilton.

13 oct 2011

Cero. Algún lugar del tiempo y el espacio


El siguiente texto es la introducción de mi libro Ella, mi Sueño y el Mar.

Sol y nubes amarillas. Y viento, y hojas, y sabor de mantícora trasnochada. Flama de quimeras, de avatares, de trasgos; de brujas sin plumas, de cerdos al vuelo, de aromas calcinantes y ebrios. El asfalto seco, las botas que no llevo, las escalas, como las de Zepellin o las de Cortázar. Y arriba, al borde del abismo, pandemonium. El averno de los jugadores. Caldo hirviente de histerias y celos colectivos. Las viejas sonrisas concentradas, los libros no leídos, las criaturas de la mitología comercial. Yo camino, como Ulises entrando al Hades, entre los espectros que no pueden tocarme. Entre las huellas de los elfos y el fuego de los dragones. Dos manos, un saludo, una carta que no tengo. La misma rutina magnética. Empantanado, regreso donde el vapor de malta no me alcance, donde mis poros puedan beber hollín fresco. Y escucho una voz de sirena no mítica, no cartográfica, no inválida. Hay un eco, lejano como todo lo que nunca tuve, una vieja fotografía en blanco y negro. Una tez sonrojada, una oleada negra, algo que soplaba en mi nuca, y la voz argentada que insiste en mi memoria. Golpea contra mis olvidadizas rocas como marea atormentada, una y otra vez, hasta que los recuerdos salpican mi rostro. La conozco en una maraña universitaria con mi emperatriz rusa. Con una revista negra y una deidad en el cielo. Y hablo. Qué otra cosa me queda salvo el lenguaje? Barajo mis penas e invento historias con la facilidad de un niño con muchos juguetes. Rueda Tolkien, rueda Garrincha, rueda Luthor. Rueda el mundo en un torbellino cuyo centro soy yo, y la sirena, y una mirada verde, intermitente como silbido de estrella. Entonces la veo, agazapada como un hobbit, titilante cual tesoro escondido. Ceñida de noche y esmeralda; de bandera africana, de fruto trapecista, de paisaje en invierno. Algo adivino entre líneas, pero mis cejas, llenas de divinidad y trajín, están sedientas a pesar de tanta magia azul. Me diluyo entre las luces, los dibujos y las propias palabras incautas, dichas al azar, como corresponde a un juego de cartas. Después, mucho después, cuando mi pasado ha tenido tiempo de atormentarme, me reflejo en sus ojos verdeamarillo, como la selección Brasil. Unos ojos sin memoria, pero con fulgor de diosa. Su cantar me envuelve en tiras palindrómicas. Imagino su piel y las caricias que ha olvidado. Besos en el pasado ignoto. Sentimientos ahogados en un agujero negro inescrutable. El olvido, esa paradoja, abrazando su torso de mármol. Entonces la miro de nuevo, deslumbrado por su unicidad. La supongo personaje de cuento, de fábula, de cómic. La pienso en un laberinto arrugado, libre de cadenas y perseguida por ellas. Imagino su pluma, sus párrafos, su historia impresa, cual leyenda. La veo tan especial como es, como fue, como será aunque no lo recuerde. Entonces concibo el terrible momento en que me olvide, en que mi ropa azul se disuelva con el sopor taciturno y el olor a pan. Me niego a languidecer en esa hermosa pero fría fosa común. Me pregunto si seré parte de sus letras algún día. Así que le propongo un juego, una apuesta sorda. Cambiar letras por letras, versos por sueños, canciones mal entonadas por un suspiro al momento del olvido, esa otra muerte. No sé si me convierta en trino, en huella de lápiz o en sombra sin rostro, como soy ahora; pero sé que guardaré en mi recuerdo su mirada, su eterna mirada, para entregársela de nuevo el día en que definitivamente me olvide y que podamos mirarnos como dos desconocidos... otra vez.