24 dic 2009

El maniquí con silicona

La humanidad no deja de sorprenderme. Cada vez que creo que lo posible ha sido alcanzado por Cortázar, Magritte o Prince aparece algo que supera la ficción, aunque no siempre de la mejor manera. Durante la última temporada decembrina tuve que repetir viejos y conocidos ritos como las compras navideñas. El cuadro era el de siempre: oleadas de gente buscando su pantalón de moda o el descuento en el juguete obligado, maridos barrigones sentados con media docena de paquetes y mujeres probándose diez vestidos para no decidirse por ninguno. El único que llevaba un libro era yo (en los centros comerciales están desapareciendo las librerías, el buen gusto y la arquitectura colombiana) y mientras mi compañía femenina investigaba los pros y contras de cada prenda de vestir yo me entretenía con las letras ajenas. Eventualmente pensé comprar algo para mí y busqué un inexistente sombrero azul (aparentemente, a pesar de ciertas canciones, es más fácil conseguir manzanas y unicornios azules que un simple sombrero). Entonces vi la mujer que me paralizó. Llevaba un vestido negro, la piel era grisácea y no tenía cabeza. Se trataba de uno de los tantos maniquíes que exhiben los almacenes. El detalle que me deslumbró fue que tenía los senos grandes, muy grandes, enormes. Unas tetas gigantescas, hablando en plata blanca. Obviamente, quedé estupefacto. Ya es suficientemente complicado ver algunas mujeres de carne y hueso exhibiendo siliconas desproporcionadas para su cuerpo y para la situación política del país como para tener que aprobar esas monstruosidades simbólicas.
     Aclaro, no tengo nada contra la cirugía estética. La vanidad es válida y todos tenemos derecho sobre nuestros cuerpos. Cualquier muchacha tiene la libertad para, si quiere, ponerse las tetas de la mujer biónica. La gran pregunta es si de verdad lo hace porque quiere o porque la sociedad patriarcal, machista y misógina la ha llevado a ello. Y, definitivamente, algunas prótesis traquetas que deambulan por ahí son desproporcionadas y antiestéticas. Uno se queda mirándolas por morbosidad y no porque le parezcan bonitas.
     Tras el choque inicial, me fijé en los otros maniquíes del centro comercial y noté que casi todos habían aumentado su copa, aunque no a las medidas desproporcionadas de mi ejemplo. Obviamente la gran pregunta es si esas son las mujeres que queremos y tenemos: tetonas y sin cabeza? Es eso lo que le enseñamos a nuestras niñas, un mundo de banalidades y superficialidades donde lo importante es el cuerpo y el hedonismo antes que el intelecto y la formación? Era mi librito de Saramago tan extravagante en ese centro comercial como me parecía a mí la maniquí ensiliconada? Inevitable pensar en las injusticias sociales y la falta de educación que ha perpetuado a las mujeres en el rol de objetos de placer y adorno.
     Supongo que algunos seres como yo somos dinosaurios anquilosados en creencias y posiciones ya pasadas de moda. Tal vez el mundo gire más rápido de lo que yo puedo entender. Podré acostumbrarme a los diciembres sin librerías, la novena leída en el laptop, los villancicos buscados en youtube e, incluso, los maniquíes estrambóticos; pero aún espero encontrar un sombrero azul y una sociedad que permita a la mujer su dignidad y su libertad. Tal vez sea más fácil lo primero que lo segundo.

14 dic 2009

Requiem x 3


Varios músicos murieron en el 2009. Sin embargo, tres de ellos no sólo se constituyeron en vendedores de discos sino que marcaron con su música etapas imborrables de la historia del siglo pasado y definieron géneros e, incluso, comportamientos. Un breve recuerdo de estos tres íconos que pasaron a la inmortalidad.
     El más evidente, Michael Joseph Jackson. El autoproclamado Rey del Pop definió el género en todos sus niveles y se hizo el máximo representante del mismo, con todo lo que eso implica. El talento no era bastante para garantizarle el último pedestal, se hizo necesaria la excentricidad, la controversia, el escándalo. Todo lo que podía ser ridículo (trajes de director de banda, zombies bailando, transformarse en robot) a Jackson le quedaba bien porque era el ícono que llevaba todo al extremo. No en vano había crecido en escenarios y roto todos los récords. Quién va a discutir contra el álbum más vendido de la historia? Desde luego, la fama y la exageración pasaron la factura. La prensa lo acosó y atormentó con toda clase de chismes y mentiras convirtiéndolo de un humano excéntrico en un fenómeno de circo. Los medios y la opinión pública se hicieron juez y jurado tanto de su arte como de su vida personal, situación que se tornó enfermiza cuando se dieron las acusaciones sobre pedofilia. En ese momento se demostró que las estrellas de rock, las celebridades en general, son culpables aún si se demuestra su inocencia, pregúntenle a Tiger Woods. Su misma muerte estuvo llena de misterio y su funeral fue como su vida, icónico y multitudinario Con la muerte de Jackson se certificó también la defunción del pop brillante y deslumbrante, talentoso y perfeccionista, aparente y maquillado, sin duda, pero con un fondo que lo sustentara. Ahora, salvo las excepciones de siempre, asistimos a un desfile de estrellas desechables que viven más por la publicidad y la bulimia que por sus voces.
     Al otro extremo del continente y del arte, la india que fue llamada Negra, Mercedes Sosa, también simbolizó una era y una música que no sólo constaba de versos y acordes sino de una posición política e ideológica contra la injusticia, la tiranía y, particularmente, la dictadura. Víctima de persecución y destierro, se convirtió en la bandera de una generación maltratada e inconforme y tuvo algo que muchos de sus colegas no tenían: una voz poderosa. A diferencia de otros compañeros poetas que rasgan sus guitarras en los mismos acordes y con los mismos arpegios con unos susurros que apenas podrían cantar bingo, la Negra desplegaba todas las voces todas como un huracán que cobijaba y daba vida a versos maravillosos. La historia sobrepasó a los tiranos y de ellos sólo quedarán los escupitajos en sus memorias, pero la música de protesta, social o cualquiera de esos epítetos tan limitados como injustos, permanece por siempre como congelada en el tiempo. Con Sosa murió una generación que pasó de activista y romántica a conformista y nostálgica. Como la misma Negra, engordamos y envejecimos celebrando las victorias tardías de la justicia y viendo el surgimiento de nuevos autócratas que cantan descaradamente las mismas canciones que irritaron a sus predecesores. Las juventudes cambian y hasta los rockeros herederos de Sui Generis parecen más caricaturas de Bon Jovi que seres con conciencia política. Excepciones hay, afortunadamente, pero las voces que protestaban con un tambor o un charango ahora lo hacen con una eléctrica o un sintetizador y a veces el que protesta es el público.
     Finalmente, para volver a la provincia, Rafael Escalona representó el surgimiento, auge y cúspide creativa de un género que ayudó a moldear no sólo en cuanto a música, letras y temáticas sino con la promoción y gestión cultural. El vallenato cimentado por maestros como Chema Gómez, Luis Pitre y otros se alimentó de este poeta provinciano que supo combinar como ninguno la métrica con el costumbrismo, la picardía con el romance. Muestra viviente del realismo mágico, Escalona tendía puentes entre la música, la ficción cotidiana y las casas disqueras con cantos supremamente elaborados que sonaban igual de bien en el acordeón de Colacho Mendoza, la guitarra de Guillermo Buitrago o la voz de Paloma San Basilio. Recolector de historias, observador profundo de la vida del Valle y mamagallista incurable, los cantos de Escalona llegaron hasta la Argentina y el Caribe, enseñaron al mundo la música de la provincia y popularizaron a personajes como la Maye, Juana Arias o Jaime Molina. Sus historias fueron cantadas por Alejo Durán, Bovea y sus Vallenatos, Diomedes Díaz y Carlos Vives y dieron al vallenato la importancia a nivel nacional como música folclórica, autóctona y popular. Aunque aún quedan maestros como Leandro Díaz, testigos de aquellas épocas de calles polvorientas, aguateras y amores escondidos (todo eso aún existe, pero como pobreza y no como folclor), la gran época de los juglares murió aún antes que Escalona. Los cantos del Valle se transformaron en canciones lloriconas producidas en serie, con acordeoneros cuya vestimenta es inversamente proporcional a su talento y cantantes que parecen maniquíes que brincan y gimen a mujeres inexistentes.
     Todo tiempo pasado fue mejor? Los nuevos años traen nuevas voces y quienes nos quedamos atrás sólo vemos las espaldas de los que van adelante. No me arriesgo a adivinar un futuro, pero al menos estos tres personajes de los que hablé definieron su tiempo, lo obligaron a girar alrededor de ellos y marcaron generaciones de pueblos. Que descansen en paz y que viva la música!

19 nov 2009

Chaplin en motocicleta

En estos días tuve una curiosa experiencia, me hallé cara a cara con Charlie Chaplin. Bueno, en realidad no fue cara a cara sino casco a casco.
     El encuentro se dio en uno de los innumerables trancones de Cali, pueblo cuyas calles padecen no sólo del desgaste del padre tiempo sino del abandono de la administración municipal. Los huecos proliferan más que la fiebre de moda y la corrupción apenas sí puede tapar sus propios agujeros. En uno de estos trancones, retomo, estuve estancado con mi moto, una chopper liviana y pequeña, más bonita que poderosa. Y a mi lado, compartiendo el desespero, estaba Charlie Chaplin.
      Desde luego, el famoso cineasta ya murió. El personaje al que me refiero es un ciudadano que se disfraza de Charlot y se alquila para publicidad callejera, uno de los muchos colombianos que se para en los semáforos vestido de estatua por la paz, payaso o desplazado esperando la moneda compasiva. La visión era inevitablemente graciosa. El tipo aún tenía el rostro pintado de blanco, con el bigote negro y las ojeras exageradas, pero enmarcado en un casco rojo brillante. Vestía las prendas raídas y los zapatones deformes que parecían covertir la motocicleta en un vehículo de carga pesada. Atado a la parte de atrás iba el bastón desafiante. Ni Dalí habría concebido tal imagen. Para rematar, la moto era una FZ tan vieja y deteriorada que no me extrañaría que hubiera pertenecido al mismo Chaplin.
     Jocoso, sin duda. Pero tristemente jocoso. Lo que muchos calificarían como folclorismo e ingenio tiene su otra cara. El señor vestido de Chaplin regresando a su casa en una moto antediluviana tras una tarde de "trabajo" en alguna calle de la ciudad es una muestra del abandono, el desempleo y la falta de oportunidades que han castigado a este país durante decenios. Nótese que las comillas en la palabra trabajo no se escriben con cinismo, sino enfatizando que pedir dinero en un semáforo, con todo el trabajo que implica, no es un empleo remunerado. De la misma manera, los que se rebuscan el pan diario como vendedores ambulantes y son incluidos en las estadísticas del subempleo están tan desprotegidos como el niño que deja de ir a la escuela por limpiar un parabrisas.
     Me sentí impotente ante la idea. En lugar de mimos y clowns, ese hombre con el rostro pintado simbolizaba al mismo tiempo el abandono y la tenacidad de un pueblo. Tragicómico, sin duda, como todo lo que sucede en este país. Inútil será repetir las múltiples frases que se han dicho tantas veces sobre la injusticia social y la corrupción de las clases dirigentes. Tuve que, simplemente, tragar saliva amarga y sonreir a mi famoso vecino de trancón mientras veía mis palabras perderse en el smog.
     Al final Chaplin se fue en su motico vadeando las ondanadas de carros, algunos de ellos lujosos y estrafalarios, cuyos dueños quizá se sientan mejores personas al arrojar una moneda al infante que hace maromas para entretenerlos en el semáforo.

7 nov 2009

Macondo 2009

Los Juegos Panamericanos se fueron para Toronto y dejaron a los colombianos sólo con cuentas de viáticos, canciones de Jorge Celedón y directos de periodistas deportivos. Igual, había que hacer el intento. Y la labor no era imposible, sobre todo cuando le acaban de dar los Olímpicos a Río. No hay comparación, desde luego, pero estaba en el aire esa sensación de que se le debe compartir a quienes han tenido menos oportunidades.
     Lo que me asombra es, como siempre, la macondianidad y tercermundismo de algunos de nuestros dirigentes. Uno de los políticos que conformaba la delegación era el concejal Wilson Duarte, acusado de haber propinado una paliza y amenazado a su cuñada. Con estas imputaciones, se le solicitó formalmente no asistir al evento para no opacar con sus dificultades legales la presentación colombiana. No habían acabado de decírselo cuando ya estaba camino al aeropuerto para tomar el primer vuelo (en primera clase, claro) a México. Sin palabras.
     Más folclórico fue escuchar a Jorge Celedón. En un pálido recuerdo de la celebración de Estocolmo, el vallenato se hizo presente como bandera de... Bogotá? Dos mil metros más lejos del Guatapurí. Bogotá es Colombia, desde luego, y medio mundo piensa que del río Grande para abajo todos usamos alpargatas, ruana y andamos con una gallina bajo el brazo (como el pan de los franceses, je), pero indudablemente es sospechoso relacionar a la fría y montañosa capital con los aires cadenciosos del Valle (de Upar, por si acaso).
     Y cuando los políticos hablan nos demuestran que la historia no existe. El presidente Uribe dijo, muy entusiasmado, que Colombia siempre había respondido ante el mundo por sus compromisos y eventos deportivos. Ajá! Como en el mundial del 86? Aún lloro cuando pienso que pude haber visto a Zico, a Maradona, a Pfaff y (paf!) me mataron la ilusión. En México sí se acordaban, estoy seguro.
     Fue más honorable ver a los deportistas. La Chechi Baena y el Pibe Valderrama nos recuerdan los logros que ha tenido el país. De todas maneras es triste verlos junto a los políticos, pues sus triunfos no los han tenido gracias a ellos sino a pesar de ellos. Ni qué hablar de Moisés Fuentes, medallista paralímpico de un país donde los discapacitados no tienen derecho ni siquiera a andar por las calles.
     Y lo peor, lo más triste y vergonzoso, escuchar al alcalde Samuel Moreno haciendo berrinche de niño chiquito diciendo que Toronto ganó porque regaló Blackberrys a los jefes del comité. Seguramente Moreno fue al baño cuando se hizo la impresionante presentación de los canadienses o no alcanza a contar el billón de dólares que tienen como presupuesto. Ni qué hablar del ofrecimiento de invitar atletas de todo el continente durante un mes a campamentos deportivos para incrementar su nivel competitivo. Bogotá, que tiene campamentos pero de desplazados, no podía competir contra eso.
     Para cerrar, no olvidemos que la imagen que llevaron es la de una ciudad pujante, turística y cultural, merecedora de ésta y otras responsabilidades. Pero la realidad es que Bogotá y el resto del país tienen niveles de pobreza del setenta por ciento, que hay más de dos millones de desplazados, que los falsos positivos se multiplican, que aún tenemos hermanos pudriéndose en la selva y políticos corruptos engordando como chinches con la sangre de los contribuyentes. Ojalá nos hubieran dado los juegos. Perdimos en buena lid, a pesar de la rabieta de Moreno. Pero no nos quedemos en el video. Hasta que no solucionemos los problemas de corrupción e injusticia social, no podremos competir con las naciones desarrolladas.

29 oct 2009

A mí no me gusta leer...


A veces me preguntan por qué me dediqué a escribir. En esos casos siempre contesto que porque de niño me gustaba leer y quería contar mis propias historias. Algunas veces, sobre todo los jóvenes, me miran como bicho raro porque me gustaba leer. Mucha gente piensa que leer no es divertido y prefieren pasar el tiempo viendo televisión, practicando deportes o realizando cualquier otra actividad. Desde luego, todo esto es normal, excepto un detalle: Que realmente a nadie le gusta "leer", como tampoco le gusta "ver televisión" o "ir a cine".

Cómo que no? Claro que nos gusta ir a cine y jugar fútbol y navegar en Internet. En realidad, los libros, las películas, las páginas de internet son herramientas que nos permiten acceder a lo que de verdad nos gusta. Por ejemplo, si me gusta la acción veré películas de superhéroes y tal vez lea cómics y libros de aventuras. Si me gusta el deporte, veré por televisión las competencias interesantes y de calidad. A nadie le gusta simplemente "ver televisión" o "leer"'; en ese caso, lo mismo daría ver Discovery Channel o el Noticiero del Senado, o leer a Gabriel García Márquez o las instrucciones para reparar una tostadora.

El problema particular con "leer" consiste, entre otras cosas, en que nos pasan los libros y éstos nos "deben" gustar simplemente porque son buenos por definición. Hay que leer el Quijote y la Divina Comedia, y la Iliada porque son clásicos, porque son excelentes, porque sí. Pero nadie nos preguntó si nos gustaban las aventuras de caballeros andantes, o los viajes por el inframundo o las batallas griegas. Si nos preguntan: Qué te gusta? Veremos que lo que nos agrada podemos disfrutarlo en libros, cine, teatro y muchas otras manifestaciones.

Difícil? Un ejemplo con uno de mis gustos particulares: El fútbol. El que gusta del fútbol no se soporta un partido muy malo. Y sin duda disfrutará películas como "Gol" o "Golpe De Estadio". Igualmente, podrá leer los cuentos de fútbol de Fontanarrosa (regulares pero entretenidos) o el maravilloso "El Fútbol a Sol y Sombra" de Eduardo Galeano.

Entonces, la próxima vez que pensemos que no nos gusta leer, pensemos mejor en qué nos gusta y busquemos libros que traten esos temas. Antes de que nos demos cuenta le estaremos cogiendo gusto a ese hábito de bicho raro.

24 sept 2009

El Pintor


El pintor despertó en un omnipotente y calamitoso grito. Luego se enfrentó a la enorme sábana blanca. Aunque no había piso real, se sentó en él y murmuró.

-Tengo que hacerle algo muy bello.

-Para qué? -Susurró una voz a sus espaldas.

-Para que sonría. -Contestó con la lógica inflexible que lo había llevado hasta ese limbo de la creación.

El lienzo inacabable soportó la mirada del pintor. Durante varios minutos, un mudo diálogo se estableció entre el vacío y el caos. De pronto, como si hubieran llegado a un acuerdo, el pintor se levantó y trazó con su mano derecha un arco azul a la altura de su frente, como una pincelada de tiempo. El joven estudió el color. Era demasiado puro y perfecto, pensó; así que con la uña del meñique simuló un par de nubes esqueléticas a punto de derrumbarse con el viento.

-Cuál viento? -Preguntó la voz.

El pintor parpadeó y la bocanada de brisa en sus pestañas dio la respuesta. Extendió un poco más el azul, hasta alcanzar el horizonte, y sintió la inmensidad. Luego, jugó un poco con los dedos de la mano izquierda y algunos albatros y gaviotas volaron sobre el inmaculado. Dio un papirotazo al lienzo y se escucharon los graznidos juguetones.

Pero faltaba mucho más. El cielo era sólo marco para lo verdaderamente importante del regalo. El pintor miró fijamente la parte inferior de la sábana, como si sus ojos estuvieran cargados de algún poder ultradivino. Entonces, de sus pies que aún se apoyaban en el inexistente suelo, emergió una onda verde, hermosa y reptante, como serpiente de jardín. La sábana ondulaba al toque de la voluntad del artista y pronto se hizo líquida. La onda llegó hasta el fondo del horizonte, donde se juntó con el cielo recién creado, y regresó trayendo algo de azul del mismo y un poco de negro para los contrastes. El pintor miró agradado cómo los colores se fragmentaban y diluían en los nuevos movimientos. Sintió el ritmo de las olas y, como en tantas otras vidas, empezó a cantar. Y su voz se convirtió en el rugir del agua, el crepitar de las burbujas y el descanso de la arena.

-Arena? A qué hora creaste la arena?

-La arena ya estaba creada. -Pensó el pintor porque ya no tenía boca para responder. Sus labios se derretían en el mar y se transformaban en millares de pececillos que tenían como tarea un único canto. Sus brazos, extendidos sobre su espalda, se desintegraron con el viento y llevaron sus caricias a todo el océano y más allá, donde los continentes pierden la virginidad. Sus piernas, ahora fuertemente ancladas en el agua prismática, se convirtieron en dos firmes rocas para descanso de las gaviotas y el paisaje. Y su cabello, lo más hermoso que tenía, voló en el cielo recordando que él era el creador de aquel mar maravilloso. Esos cabellos, que llevaban la canción del pintor en su vuelo, jugaban todas las tardes con la graciosa arena de la playa.

-Playa? Qué playa?

La de ella. Ella era como una playa pura e imperecedera, llena de sol y vida, de leyenda y tibieza, de sal y arena, como decía la canción. Para ella era el regalo del pintor, la nada en la que pintaba un mar para bañarla, para protegerla, para quererla. Una playa paradisíaca y un mar insondable. El paisaje perfecto.

-Y yo?

-Tú no existes.

15 sept 2009

Live! Crónica de un concierto de Michael Jackson

Enero 31 de 1970, los Jackson Five alcanzan el No.1 con “I Want You Back”. Diciembre 24 de 1982, mis padres me compran el álbum “Thriller”. Agosto 10 de 1997, tras años de soñar con una utopía, estoy a punto de asistir a un concierto de Michael Jackson.
     Es simple, por Alemania pasan centenares de artistas importantes anualmente. En Colombia sólo podría escuchar a Darío Gómez, el Charrito Negro o el Burro Mocho. La superestrella más grande del mundo no se presentará nunca en mi país. Ahora, en tierra germana, tengo la increíble oportunidad de humillar de por vida a mis paisanos. La entrada me costó los marcos reservados para los regalos de mi familia. Patrick, el amigo que me hospeda, accede a conducir treinta minutos para llevarme a la ciudad desde donde parte el bus turístico que recorrerá las tres horas hasta el autódromo de Hockenheimring, palabra que no soy capaz de pronunciar, pero que está impresa en el tiquete que pienso mandar a enmarcar apenas regrese a mi humilde patria.
     Patrick me recomienda a la organizadora del viaje. Me siento como un niño chiquito al que mandan en avión de la mano de la azafata, pero no me quejo. No me conviene quedar desprotegido, sin saber alemán, entre ochenta mil personas. Sonrío de manera estúpida a mi tutora que ni siquiera masculla el poco inglés que yo hablo. Debo verme ridículo. Patrick se burla y me abandona a mi suerte. A la madrugada, cuando el bus nos deje de nuevo en este punto, debo llamarlo desde un teléfono público y soportar los treinta minutos de espera y los insultos en alemán por despertarlo para que me recoja. No importa, estoy demasiado excitado con el concierto. Recuerdo mi adolescencia marcada con esos pegajosos ritmos, las películas llenas de efectos especiales, los imposibles pasos de danza, mis amigos perdidos en la década pasada, dulce nostalgia que se quemará con un deseo cumplido. Cuando empiezo a pensar que me sentiré muy sólo durante las tres horas de viaje, la guía me arrastra del brazo y me presenta a un par de quinceañeras pálidas y de ojos claros, las únicas menores de edad del paseo. Aunque parezco de diecisiete años estoy bastante más viejo y no me emociona que me encarten con niñitas. Una de ellas habla inglés, al menos no me aburriré tanto. La guía nos hace abordar el bus y siento un pequeño malestar al tener que cargar con ellas. Luego me doy cuenta de que el encarte soy yo, el indio que no habla alemán y se perdió en la catedral de Colonia. Las jovencitas serán las únicas que me sacarán sano y salvo de la multitud. Mientras el motor se enciende, decido convertirme en el más amable de los latinoamericanos. La hipocresía sale cara. La alemanita angloparlante no hace sino hablar de su club de fans. Ni en mi más inmadura juventud me hubiera inscrito en un circo de esos, a no ser que fuera de Baudelaire. Me distraigo mirando mi tiquete. Fahrerlarger, Durchführung, Stehplatz y la inverosímil Geschaftsbedingungen. Caray, veinte letras y no entiendo ni media. Prefiero aguantarme la perorata de la muchachita.
     Finalmente llegamos al autódromo. Está situado en un pueblito del que nunca supe el nombre. El bus se estaciona en un parque y la organizadora nos indica que hay que caminar varias concurridas cuadras para llegar al concierto. Yo no me desprendo de las niñas, estoy casi tan asustado como emocionado. Avanzamos hasta la entrada donde requisan los maletines. Recuerdo que quería traer una cámara fotográfica aunque estuvieran prohibidas. Pensé esconderla, como la botella de aguardiente Tapa Roja cuando iba al estadio Murillo Toro de Ibagué, pero supuse que aquí sí habría controles estrictos. Me equivoqué. Apenas miran mi morral arhuaco y me empujan con la muchedumbre. Ya adentro, el único que no tiene cámara soy yo. Carajo, debí haber seguido mis corruptos instintos tercermundistas. Me sorprende el paisaje. Parece más una playa que un concierto. Como estamos en verano y el sol es sofocante la gente ha decidido broncearse en la gramilla. La asistencia no es la que pensaba, en realidad son ochenta y cinco mil personas. Un mar de gente, como se ha dicho tantas veces. Venden todo tipo de productos alusivos al rey del pop, incluyendo su propia gaseosa. Qué fenómeno de masas! Trato de imaginar las millonadas de dólares que se mueven tras cada canción, las manipulaciones comerciales, la privacidad perdida, la vida vertiginosa. Recuerdo de nuevo mi pubertad y sus ídolos plastificados. La visión adulta me causa angustia existencial. No quiero pensar en eso. Ahora estoy cumpliendo uno de mis sueños juveniles y me costó ciento diez marcos, así que voy a disfrutar cada segundo. Hay que esperar varias horas. Mientras tanto converso con la jovencita, me deshidrato y siento como mi emoción aumenta. He regresado a la etapa adolescente. Ajusto mi reloj digital en cuenta regresiva y me obligo a orinar en uno de los inodoros portátiles para evitar futuras interrupciones. De regreso del baño me extravío. El pánico se apodera momentáneamente de mí. Intento recrear el camino hacia el bus pero no puedo, estaba demasiado excitado y no puse atención por confiarme en las chicas. Ya me imagino durmiendo bajo un puente de setecientos años cuando una de las quinceañeras me rescata. Suspiro el danke más sincero de todo mi viaje por Alemania.
     Los últimos minutos son desesperantes. Todavía me parece un sueño del que vendrán a despertarme. Mi corazón es una batería funky, las manos me sudan y no puedo apartar la mirada del imponente escenario frente a mí. Estoy hipnotizado, expectante y temeroso de que me dé un cardiaco. La alarma del reloj chilla. Ya lo sabía, pues contaba los segundos mentalmente. Ahora quedo dependiendo de la voluntad de Jackson. Me siento más niñito que cuando Patrick me encomendó a la guía. Estoy tan concentrado que el inicio del concierto me sorprende. Lo que sigue lo viví como un ensueño imposible de describir en mi estado de dichosa enajenación mental. Recuerdo que salté, grité, canté y lloré un par de veces. Me dejé llevar totalmente por la euforia colectiva. No me importa que mis compañeros poetas me reclamarán esa adición a la cultura comercializada tan lejana del arte supremo que ellos creen tener. Sólo existen Van Gogh y Berlioz y Flaubert. Y mercí y quesquecé y yenencepá. Y todo lo que sea francés, intelectual y suene supercalifragilístico. No puedo darme el lujo de leer un cómic de Batman, disfrutar una película de James Bond o escuchar un disco de Prince. Eso es comercial, cultura de masas, contracultura, fenómeno publicitario, pecado indigno de cualquiera que se atreva a sacralizar el arte. Se supone que soy un poeta, luego ese infierno terrenal me está vedado. Debo remitirme exclusivamente a las altas esferas de la música clásica, la pintura impresionista y el boom latinoamericano. Me importa un comino. Yo estoy feliz en un concierto del cantante más vendido y controvertido del mundo. Et quoi?
     Me demoré cinco minutos para comprender que el concierto había terminado. Pasaron exactamente dos horas y media que parecieron un instante. La alemanita no intenta hablarme más y me arrastra de la camisa hacia el bus. Supongo se lamenta de que la hayan encartado conmigo. Durante casi todo el viaje trato de perpetuar el momento en mi memoria y apenas me despido de las chicas al momento de bajarme. Sólo regreso a mi edad adulta en la caseta telefónica, a las tres de la madrugada, cuando descubro que no tengo ninguna moneda para llamar. No me preocupa, hay un puente muy cómodo en la cuadra siguiente.

(1997)

8 sept 2009

Dictaduras, novelas de nunca acabar...


Quién lo diría? Después de Videlas, Pinochets y Trujillos; después de siglos de libertad y democracia, parece que las dictaduras han vuelto. Algunas, con el metálico sonido del golpe militar; otras, con soterradas manipulaciones a la constitución. Pero todas, desde luego, con ese clima turbio y denso de la vigilancia, la persecución y el miedo; todas con el beneplácito de ciertos sectores que sonríen hipócritas con los bolsillos llenos y con la gran masa deshumanizada, sin derechos ni libertades.
     Cuando abrí este blog prometí ante una foto de Bill Gates y un diccionario Español-Computación que no iba a tratar aquellos tres temas que podían causar escozor y polémica: política, religión y fútbol. Que no clasifique la selección, que pululen las iglesias de garaje, que se roben las elecciones... No importa, aquí hablaríamos de literatura, de música, de arte. Éste no se supone que sea un espacio que de pie a discusiones y polarizaciones.
     Por eso, cedo mis palabras a los que sí saben escribir. Recordaré brevemente algunas de las novelas de dictaduras en América con la ilusión de que el desocupado lector que pierde dos minutos leyendo este artículo invierta un par de horas en ese recorrido literario e histórico que nadie quiere repetir. Al menos en teoría.
     Empecemos por Gabriel García Márquez y “El Otoño Del Patriarca”, hermoso y patético retrato del tradicional dictador tropical que acaba con un país y se ve envejecer pálido y solitario, envuelto en su propia egomanía y su retahila de fracasos.
     “Yo El Supremo”, la obra magna de Augusto Roa Bastos, denuncia la dictadura en Paraguay de José Gaspar Rodríguez de Francia y, en una narración brillantemente construida, la locura y la corrupción que envuelven al poder absoluto.
     Sobre el Generalísimo Rafael Leonidas Trujillo, el dictador Dominicano, hay dos novelas brillantes, “La Fiesta Del Chivo” de Mario Vargas Llosa y “La Maravillosa Vida Breve De Oscar Wao” de Junot Díaz. La primera, con la maravillosa prosa a la que nos tiene acostumbrados el autor peruano, y la segunda alucinante, caleidoscópica y cifrada de datos que van desde la obra de Tolkien hasta el mismo Vargas Llosa.
     Finalmente, y sólo para no alargar más este artículo, nombraré a “Demasiados Héroes” de Laura Restrepo, que narra una historia de amor algo turbulenta enmarcada en la dictadura argentina de Videla y la Junta Militar.
     Sé que se me quedan muchísimas por fuera y que de las mencionadas apenas sí di un par de datos. Lo único que pretendo es dejar en mi desocupado lector la curiosidad suficiente para buscar las previamente nombradas y otras como “El Señor Presidente” de Miguel Ángel Asturias, “Conversación En La Catedral” de Vargas Llosa, “El Recurso Del Método” de Alejo Carpentier, “Maten Al León” de Jorge Ibargüengoitia, "Sostiene Pereira" de Antonio Tabucci, "Una Brigada Para El Caudillo" de Héctor Sánchez, e incluso el “Facundo” de Domingo Faustino Sarmiento o el “Tirano Banderas” del español Valle-Inclán.
     A veces es mejor despertar la polémica desde el ámbito de la ficción.

30 ago 2009

Cabellos cortos, libertades cortas.


"No te cortes el cabello porque ahí está mi cariño" reza un canto vallenato de Alfredo Gutierrez. Yo, que tengo lo que un amigo llamó mi "persistente melena", cantaría de manera distinta: No te cortes el cabello porque ahí está mi libertad.
     A qué viene este comentario? Hace un par de semanas fui invitado a un colegio de Ibagué a un conversatorio con estudiantes de bachillerato. El tema, valga la publicidad, fue mi más reciente novela, "De Cómo Perdió Sus Vidas El Gato". No ahondaré en la agradable experiencia, pero señalaré un comentario que destacó entre la vorágine de preguntas adolescentes: Entre risas, en broma pero en serio, unas niñas me sugirieron decirle a la rectora que permitiera a los jóvenes el cabello largo y, de una vez, aretes, piercings y accesorios por el estilo.
     Debo reconocer que la idea me tomó por sorpresa. En mi adolescencia, tener cabello largo era un pecado mortal que inevitablemente conducía por el mal camino de las drogas, el pandillismo y el sicariato. O al menos así nos hacían sentir muchos de nuestros padres y profesores. Ni qué decir de aretes, que eran sinónimo de homosexualidad, o piercings que en ese entonces no eran populares y probablemente significarían una orden de captura. Mi anciano padre no se resigna a mi cabellera y aún sueña con ver mi cabeza peluqueada al mejor estilo de Carlos Gardel o, al menos, de Emeterio y Felipe.
     Pero esto no pasaría de ser una anécdota si no fuera porque demuestra que el derecho a la libre expresión de la personalidad aún es vulnerado en los colegios. Los espacios de formación, lamentablemente, siguen siendo antros de represión y castración de la creatividad, fábricas de conformismo y herramienta para mantener un status quo excluyente y superficial.
     La ideas que permiten a un colegio prohibir una melena o un arete son las mismas que después sostienen que una persona merece más respeto si tiene una corbata o tacones altos. Aparentar y ostentar son dos de los peores males de nuestra sociedad. No hay mayor diferencia entre enseñar que el cabello largo es "no aceptable" y juzgar a una mujer por el tamaño de sus senos o a un profesional por el color de su piel. Los prejuicios van de la mano con la discriminación y eso atenta contra todas las libertades y derechos que tenemos.
      Es esa la juventud que queremos? Es ese el país que queremos? Durante demasiados años hemos sido una sociedad dividida, segregada, excluyente. Desde las altas esferas se vulneran al antojo las libertades de los pueblos. Nos hemos hecho enemigos de nosotros mismos, y gratis. Nos separamos por fronteras imaginarias, prendas de vestir y equipos de fútbol, y todo eso parece más valioso que lo que pensamos, lo que llevamos dentro, nuestros talentos y virtudes. Porque desde el colegio le hemos enseñado a los niños que lo que de verdad importa es tener el pelo corto, usar corbata, tener senos enormes y mucho dinero sin importar de dónde venga. Eso, según el status quo, debe ser la felicidad.
     Por eso la literatura, el arte, la filosofía, la inteligencia son subversivas, porque permiten mirar el fondo de las cosas y no la superficie; ahondan más allá de peinados, vestidos y etnias para mirar al ser humano, al corazón enfermo de una sociedad. Y esa es la verdadera libertad...
     Y cómo terminó la historia del colegio? Debo reconocer que el liberal empedernido y el niño rebelde que aún llevo por dentro fueron más fuertes que los años que han tratado de empotrarme en el esquema social. "Rebélense", susurré cómplice, mientras pensaba que el colegio es de los estudiantes y no de las directivas, tal como el país es de los ciudadanos y no de los politicastros.

23 ago 2009

Crear un blog: Un avance para los románticos del siglo pasado.


Quienes amamos el arte y los libros dependemos sensorialmente del papel, del olor a tinta fresca o a moho leve. Los más viejos añoran la máquina de escribir y son incapaces de enfrentarse a un monitor. Los menos viejos aún sufrimos cuando el archivo deja de ser puntoconocido para ser puntocualquierotracosa y no nos abre en el procesador de palabras. Aún miramos Internet como una especie de biblioteca liliputiense en la que, en algún recóndito ángulo, está el librito físico que se ha de abrir para mostrarnos la información buscada. Incapaces de entender el mundo virtual, lo convertimos en una suerte de mundo fantástico del que salen conejos blancos y kthulus.
     Asi, el hecho de que un ratón de biblioteca como yo se haya enfrentado a un blog y a todo lo que el mundo cibernético encarna es poco menos que una aventura de ciencia ficción. Inevitablemente, el mundo gira más rápido de lo que Phileas Phogg podría correr y la tecnología está aquí para quedarse. Los libros virtuales, las columnas electrónicas, el mensaje instantáneo son el lenguaje de hoy y quedarse por fuera es un analfabetismo que ningún narrador podría desear. Si los literatos han sido testigos de su tiempo, no podemos avanzar más lento que él tiempo mismo.
     Igual, lloramos como si esto que sucede fuera nuevo. En el fondo lo único que cambia es el soporte. Lo mismo da un papiro, una tablilla encerada, una hoja de papel o impulsos eléctricos en un monitor. Lo importante es la letra, la que está cargada de significados, de metáforas, de mundos más maravillosos que los circuitos de un computador. Ya Walter Benjamin se quejaba de la facilidad para reproducir obras de arte y la supuesta pérdida del aura. Seguramente esa aura no se pierde sino que se modifica, evoluciona con la sociedad. Goerge Stainer añoraba los infolios de veinte kilogramos y criticaba los libros de bolsillo, que son los que usamos hoy en día. Y ahora, los literatos que aún publicamos en papel, inevitablemente vemos con animadversión o con temor esos textos digitales con un cursor parpadeando como un ojo saurónico en la esquina de la pantalla.
     Pero pocas veces vemos la multiplicidad de oportunidades que se nos presentan con estos nuevos lenguajes. La facilidad de llevar toda una biblioteca digital a cualquier parte a la que vayamos, por ejemplo. Software capaz de leer cualquier formato de texto e, incluso cómics y libros de arte con una resolución casi tan fiel como la realidad. Y, claro, el hardware ha avanzado igual. Computadores del tamaño de un cuaderno con baterías de nueve horas de duración, más de lo que muchos podemos aguantar en una sóla sentada. Ni qué hablar de la facilidad de publicación, la máxima libertad. Usted mismo, desocupado lector, no habría podido leer estas líneas anodinas con tanta tranquilidad si estuvieran en papel.
     Recientemente el escritor Mario Vargas Llosa afirmó que "si la literatura se hace solo para las pantallas se empobrecerá, porque la pantalla hace que pierda profundidad y riesgo". Tal vez Vargas Llosa olvida que siempre ha existido literatura superficial y producida en serie y, de manera orgullosa y paralela, la gran literatura que es mayor que el soporte en que es leída. Veo más centrado a Umberto Eco, quien añora, como todos, los libros en papel pero que entiende que un libro digitalizado en internet llegará a muchos más lectores que uno encerrado en la oscuridad de una biblioteca.
      Por eso me decidí, tras enfrentar mis traumas cibernéticos, a abrir este blog. Para mostrar mis letras a más lectores, para aprovechar la libertad de expresión que sólo internet puede brindar. Y, desde luego, para que otros tengan la oportunidad de replicar a mis ideas y generar una chispa virtual de conocimiento.

21 ago 2009

DE CÓMO PERDIÓ SUS VIDAS EL GATO

Es una novela infantil y juvenil cuyo objetivo es incentivar a los lectores a tener una nueva mirada hacia las artes y la literatura. La historia comienza con el primer gato del mundo, quien lleno de curiosidad decide poseer la sabiduria. La Esfinge, el ser mas sabio de la creacion, le indica que para alcanzar el conocimiento debe de ser besado por las nueve musas de las nueve artes. Conocido esto, el gato parte hacia el monte Helicon, hogar de las musas, y empieza su viaje por lugares maravillosos llenos de aventuras, rivales temibles y amigos inolvidables que lo acompañarán en su búsqueda del conocimiento. Dioses griegos, caballos voladores y hombres de la luna deambulan por las páginas que recorre el valiente gato, quien arriesga su vida en cada prueba.
     Esta novela es un regalo de agradecimiento a todos los héroes que en la infancia despertaron emociones con sus proezas, sus desventuras y sus versos; así como una invitación para que niños y adultos jueguen a la fantasía de las letras.
Publicada por la editorial Caza de Libros, se convirtió rápidamente en un éxito editorial y fue trabajada por los estudiantes del Tolima dentro del programa Club de Lectores, que promovió la visita del escritor a los colegios para conversatorios con los jóvenes lectores.
     La novela tiene su propio blog: http://www.decomoperdiosusvidaselgato.blogspot.com/ en el que se pueden ver las pinturas del libro a color y siempre serán bienvenidos los lectores con sus comentarios y curiosidades.

ELLA, MI SUEÑO Y EL MAR

Se trata de una colección de cuentos románticos en los que los protagonistas, los eternos enamorados Oscar y María Paula, se buscan a través del tiempo y el espacio, escritos en un lenguaje muy lírico pero contemporáneo, con profusión de fábulas e imágenes. En estos textos se reviven y actualizan los valores primordiales del romanticismo: el amor, la búsqueda del infinito, el heroísmo, la tragedia, etc.

El libro tiene tres partes claramente diferenciables. En la primera, los inmortales protagonistas se buscan en diversos momentos de la historia universal como la inquisición alemana o la conquista de México, incluyendo no sólo personajes históricos como Hernán Cortés o Miguel VIII sino conversando con obras literarias como Guerra y Paz y Las Mil y una Noches. Con la misma flexibilidad, se pasa de temas trascendentales como la segunda guerra mundial a canciones de rock de Pink Floyd. Al finalizar esta saga de cuentos, este periplo por la historia, Oscar “rapta” a María Paula al mejor estilo de James Barrie y la transporta a los reinos fantásticos que componen el segundo bloque.

Esta segunda parte vuelve a presentar a los protagonistas en su incesante búsqueda, pero esta vez en mundos maravillosos que sorprenden al lector a cada página. Oscar y Maria Paula, enamorados a través de espacios mágicos, se recrean en cada ocasión y se renuevan ante el asombrado lector como sirenas, seres de aire o gólems de cristal que viven en espacios inimaginables, entre las páginas de un libro o en cavernas titilantes. Por supuesto, esta saga es venturosa en imágenes y tramas y juega con la narrativa que rinde homenaje a los hermanos Grimm, la literatura folletinesca y el mismo Quijote.

La tercera sección rompe por completo la estructura del libro sorprendiendo al lector de dos maneras: la primera, pasando de los cuentos de imágenes profusas a narraciones más escuetas debido a la segunda sorpresa, la aparente muerte del autor de los textos. En efecto, la tercera parte aparece firmada por un nuevo narrador, Robin Soulez, amigo del desaparecido Oscar, quien supuestamente habría escrito los cuentos previos para su amada María Paula, lo que explicaría aparentes incongruencias como la persistencia en los nombres. Esta última parte, si bien es menos rica en imágenes y lirismo, acentúa el carácter romántico y trágico del libro y, al jugar con la metaliteratura, convence al sorprendido lector de que se trata de una obra auténtica y honesta, preguntándose hasta qué punto pueden ser reales los protagonistas.

En resumen, se trata de una obra que resalta entre las publicaciones contemporáneas, más enfocadas en el realismo y las problemáticas sociales. Por su carácter romántico e idealista, podría tener muy buena acogida entre los lectores jóvenes, siempre ávidos de aventuras y sentimientos. El estilo impecable y el muy bien cuidado manejo del lenguaje y de la literatura universal la alejan de cursilerías o lugares comunes y adivinan su longevidad. De otro lado, la versatilidad de los temas, espacios y eventos en los que suceden las fábulas está concebida para mantener el interés y la sorpresa del lector en diversos niveles, desde la recreación de hechos históricos y los universos maravillosos hasta las incógnitas presentadas en los últimos textos.

HACIA LA AURORA

Marco, un joven tímido y sencillo, despierta una mañana con el poder para controlar los sueños de sus conocidos. ingenuamente, trata de sembrar en ellos semillas de poesía, de aventura y de amor. sin embargo, pronto su poder se revela como una maldición y el mundo onírico empieza a confundirse con el mundo real, si esa palabra aún tiene validez en el libro. El lector corre el agradable riesgo de perderse en un texto laberíntico, en juegos de palabras y claves cifradas. Trazos urbanos, líricos y surreales se dibujan en esta novela llena de personajes fascinantes y guiños al cine, los comics y, cómo no, la literatura misma.


Llena de juegos con el lenguaje que vulneran los esquemas tradicionales, Hacia La Aurora se presenta como un texto vanguardista y postmoderno de interesante lectura y arriesgadas aventuras literarias. Es una novela joven en el mejor sentido de la palabra, que no teme sorprender al lector con giros inesperados de la trama, los personajes y la tipografía misma.

Esta novela ganó el premio Jorge Isaacs en 1998 y fue publicada ese mismo año por la Imprenta Departamental y distribuida en las bibliotecas y casas de la cultura del Valle del Cauca. La segunda edición se publicó en 2005 con el Programa Editorial de la Universidad del Valle.