30 ago 2009

Cabellos cortos, libertades cortas.


"No te cortes el cabello porque ahí está mi cariño" reza un canto vallenato de Alfredo Gutierrez. Yo, que tengo lo que un amigo llamó mi "persistente melena", cantaría de manera distinta: No te cortes el cabello porque ahí está mi libertad.
     A qué viene este comentario? Hace un par de semanas fui invitado a un colegio de Ibagué a un conversatorio con estudiantes de bachillerato. El tema, valga la publicidad, fue mi más reciente novela, "De Cómo Perdió Sus Vidas El Gato". No ahondaré en la agradable experiencia, pero señalaré un comentario que destacó entre la vorágine de preguntas adolescentes: Entre risas, en broma pero en serio, unas niñas me sugirieron decirle a la rectora que permitiera a los jóvenes el cabello largo y, de una vez, aretes, piercings y accesorios por el estilo.
     Debo reconocer que la idea me tomó por sorpresa. En mi adolescencia, tener cabello largo era un pecado mortal que inevitablemente conducía por el mal camino de las drogas, el pandillismo y el sicariato. O al menos así nos hacían sentir muchos de nuestros padres y profesores. Ni qué decir de aretes, que eran sinónimo de homosexualidad, o piercings que en ese entonces no eran populares y probablemente significarían una orden de captura. Mi anciano padre no se resigna a mi cabellera y aún sueña con ver mi cabeza peluqueada al mejor estilo de Carlos Gardel o, al menos, de Emeterio y Felipe.
     Pero esto no pasaría de ser una anécdota si no fuera porque demuestra que el derecho a la libre expresión de la personalidad aún es vulnerado en los colegios. Los espacios de formación, lamentablemente, siguen siendo antros de represión y castración de la creatividad, fábricas de conformismo y herramienta para mantener un status quo excluyente y superficial.
     La ideas que permiten a un colegio prohibir una melena o un arete son las mismas que después sostienen que una persona merece más respeto si tiene una corbata o tacones altos. Aparentar y ostentar son dos de los peores males de nuestra sociedad. No hay mayor diferencia entre enseñar que el cabello largo es "no aceptable" y juzgar a una mujer por el tamaño de sus senos o a un profesional por el color de su piel. Los prejuicios van de la mano con la discriminación y eso atenta contra todas las libertades y derechos que tenemos.
      Es esa la juventud que queremos? Es ese el país que queremos? Durante demasiados años hemos sido una sociedad dividida, segregada, excluyente. Desde las altas esferas se vulneran al antojo las libertades de los pueblos. Nos hemos hecho enemigos de nosotros mismos, y gratis. Nos separamos por fronteras imaginarias, prendas de vestir y equipos de fútbol, y todo eso parece más valioso que lo que pensamos, lo que llevamos dentro, nuestros talentos y virtudes. Porque desde el colegio le hemos enseñado a los niños que lo que de verdad importa es tener el pelo corto, usar corbata, tener senos enormes y mucho dinero sin importar de dónde venga. Eso, según el status quo, debe ser la felicidad.
     Por eso la literatura, el arte, la filosofía, la inteligencia son subversivas, porque permiten mirar el fondo de las cosas y no la superficie; ahondan más allá de peinados, vestidos y etnias para mirar al ser humano, al corazón enfermo de una sociedad. Y esa es la verdadera libertad...
     Y cómo terminó la historia del colegio? Debo reconocer que el liberal empedernido y el niño rebelde que aún llevo por dentro fueron más fuertes que los años que han tratado de empotrarme en el esquema social. "Rebélense", susurré cómplice, mientras pensaba que el colegio es de los estudiantes y no de las directivas, tal como el país es de los ciudadanos y no de los politicastros.

2 comentarios:

  1. Eso se esta volviendo politica en muchas partes, como el hospital de Valledupar donde prohibieron que las mujeres fueran con minifaldas o chores. Donde queda la libertad y el derecho a la libre expresion?

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  2. "Sólo se manda al que no sabe obedecerse a si mismo"

    Nietzsche.

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