Amo yo a la libectá
Como er pájaro a su nío;
Como la flore a la lluvia,
Como ar agua er bocachico.
E mi ley sé como er viento
Y rueño en mi hogá efertivo.
Candelario Obeso y sus Cantos Populares de mi Tierra representaron en su momento, y aún hoy, una ruptura con los cánones estéticos y poéticos del país. De entrada, recordemos que Colombia a duras penas existe. Siempre quisimos ser otro país, una sucursal de España, una nación seudoeuropea, un país homogénico donde todos eran blancos y tenían ojos claros. Y escribían como Víctor Hugo y Baudelaire, claro. Pero es injusto acusar a los intelectuales de la época de alienados y europeizantes. A fin de cuentas, se estaba construyendo un país, y con partes que no siempre casaban muy bien. Las constituciones se cambiaban cada tres semanas, se pelearon más guerras civiles que en Cien Años de Soledad, los jesuitas vivían con el bagaje al hombro y la esclavitud apenas se abolía. En medio de este torbellino en el que la autenticidad de las letras colombianas era poco menos que inexistente, pues la identidad hacía parte de esa vorágine de inestabilidad y preguntas, es cuando Candelario Obeso hace presencia con sus versos revolucionarios, los que no se someten al proyecto de literatura nacional, a la poesía oficial importada, al paraíso de versos privado. Afirma Carlos Jáuregui de la Universidad de Pittsburgh:
La poesía de Obeso y la otra, la literatura nacional, pomposa, romántica o de exaltación costumbrista de lo criollo, contrastan (estando ambas dentro del circulo letrado); su contrapunto sirve aquí para resaltar la falacia de la armonía fundacional de Ia nación, una ficción que no se compadece de la inmensa heterogeneidad de Colombia, ni de los procesos jurídicos y literarios de exclusión de las diferencias, ni de los conflictos entre facciones y elites regionales, o entre estas y sectores marginados y populares.
Revolución? Exagero en el término? No creo. Los poetas tenían muy claro que sólo el idioma podía dar identidad a la confundida patria. Así que se dedicaron a perfeccionar el español al punto de redactar compendios de gramática, diccionarios de galicismos y versos ortográficos como los de José Manuel Marroquín. Colombia buscaba su identidad en el seudoclasicismo de Rafael Nuñez y José Eusebio Caro, el romanticismo tardío de José Joaquín Ortiz y Jorge Isaacs, el amago de épica de Julio Arboleda o en las imitaciones famosas de Rafael Pombo. Y entre los lánguidos camellos, los renacuajos paseadores y las sarnas perrosas aparecieron los bogas del Magdalena con suj voce ejpeciale, las que sólo un hijo momposino podía llevar a la inmortalidad de la literatura. Este atrevimiento, el de mostrar un universo diferente y marginado, pero sobre todo humano, rico y maravilloso, fue el acto revolucionario de las letras de Candelario Obeso. En palabras de Adalberto Bolaño Sandoval de la Universidad del Atlántico:
La voz de Obeso desentona en medio de esa búsqueda de identidad que pretendían Caro y Cuervo. La autoridad y la retórica pomposa suponían una identidad lingüística - nacional, segregacionista. Obeso, consciente de su ruptura, asumió su papel disruptivo de la memoria oficial, entendiendo que el lenguaje concede la palabra y pone en escena el mito, la leyenda y una cosmovisión polifónica compleja, pero al mismo tiempo fresca, sincrética, renovada, donde la libertad muestra una experiencia de apertura y concepción.
Obeso sorprende con sus Cantos Populares de mi Tierra por su lenguaje, su fonética y gramática y, sobre todo, por su visión de un mundo nuevo, alejado de la metrópoli gobernante. En una época de tendencias poéticas europeístas, Obeso se sale de esa línea, no pertenece a ningún movimiento literario, crea sólo, iniciático a partir de los valores de su tierra y sus descendientes africanos, tan discriminados y denigrados en el interior del país. Los Cantos se destacan por la ortografía fonética que reproduce el habla de los afrocolombianos de las riberas del Magdalena, quienes son los protagonistas de los versos. Y por ese hecho se le ha atribuido el honor de ser el precursor de la poesía negrista en América . Según la filóloga Eleonora Melani:
Con sus Cantos rindió homenaje a sus orígenes, al África olvidada que nunca había sido discutida con carácter revalorizado en territorio americano. De hecho, hasta ese momento, siempre que se hablaba de África se citaban simples imágenes de esclavitud y barbarie. Los africanos nunca se habían considerado seres humanos, ni se habían espiado con un catalejo poético que deseaba contar, explicar, mostrar que también ellos eran hombres, con sus sufrimientos, alegrías, su apego a su casa y familia. (…) Exalta la etnia africana no sólo con un habla espuria, sino también con imágenes poéticas a menudo cargadas de dulzura, rabia y ternura.
La idea de Obeso como precursor de la poesía negrista se da más por su carácter étnico y su temática afro que por los contenidos que cincuenta años más adelante marcarían esa tendencia, cuando Nicolás Guillén, Palés Matos, Césaire y sus epígonos se apoderaron de las voces de los afrodescendientes en el Caribe. Sin embargo, por haberse publicado medio siglo antes y por darse en la fría e ilustrada Bogotá que pretendía ser la Atenas Suramericana y no la sucursal de Mompox, no tuvo el éxito de las tendencias venideras y se quedó al margen de ese movimiento. De hecho, Laurence Prescott, el gran estudioso de Candelario Obeso (en un libro que se publicó un siglo después de su muerte), separa la obra de Obeso de la de los negristas:
En los Cantos Populares no se oye el sonar de tambores ni de otros instrumentos que repercuten en los versos negristas. Por consiguiente, tampoco hay en aquellos las frecuentes repeticiones, onomatopeyas, jitanjáforas, aliteraciones y palabras sonoras de origen africano que caracterizan el negrismo poético. La profusión de estos elementos rítmicos comprueban una mayor preocupación por realizar efectos musicales que por indagar la intimidad del negro. Los negristas se interesan más en la forma y la técnica de la poesía que en el fondo y la semántica. En Obeso hay una armonía, un equilibrio entre el fondo y la forma. (…) Obeso no describe al negro; no escribe sus poemas en tercera persona. Deja que el yo del negro mismo actúe, cante, se exprese, no para divertir al otro sino para que el otro conozca al negro en su intimidad y llegue a apreciar los valores que encarna .
Cuando el poemario de Obeso irrumpe en la escena poética bogotana sorprende gratamente. No eran nuevas las miradas románticas a los espacios bucólicos, pero sí innovaba el manejo del lenguaje y la fuerza de la pluma. Hasta ese entonces, se habían escrito ensayos y cuadros de costumbres, a veces en verso, que inevitablemente repetían la visión del cachaco sobre el río Magdalena y sus habitantes, no pocas veces con tintes racistas y excluyentes. Autores como Rufino Cuervo y Manuel María Madiedo publicaron varios textos en donde bogas, campesinos y afros eran mirados desde el altiplano. Explican Javier Ortiz Cassiani y Lázaro Valdelamar Sarabia:
En la escena literaria nacional ya existía una tradición de representación tanto de los bogas como de los negros, montaraces y zambos de costas y riberas de zonas tropicales, tal representación se había hecho siempre desde afuera, desde la visión blanca y andina. Obeso tiene en cuenta esa tradición, pero logra exponer una dimensión más profunda de aquellos lugares y sus gentes. Mientras que en la pluma de los otros escritores del siglo xix esos pobladores eran asimilados al paisaje agreste a la espera de la redención del yo letrado y civilizador, en la escritura de Obeso son valorados conforme a sus propios referentes culturales, son seres humanos con visiones propias de la vida y de sí mismos que no están todo el tiempo esperando la influencia redentora del hombre blanco.
Sin embargo, Obeso toma la voz del boga, del campesino, del montaraz, del afro enamorado y adolorido por la crueldad de su amada, del charlatán que es capaz de pelear con doscientos y vivir dos años escondido, de la chica que rechaza con coquetería los requiebros de un caminante, del pescador que se hunde en la selva. Y todas esas figuras son tratadas con respeto, tal como los seudoneoclásicos invocan a Eros y a Palas Atenea. No hay tales clamores en los Cantos, sino los versos populares, las palabras cotidianas, la sabiduría del río. Pero tampoco se cae en el costumbrismo inane e insípido, sino que se nutre de calidad estética producto de las amplias lecturas del poeta. Como escribe Javier Ortiz Cassiani.
En Cantos Populares hay un esfuerzo consciente por inscribir a los bogas y a toda la población afrodescendiente de las riberas del Magdalena en la memora nacional. Si bien lo hace desde la categoría de letrado, por su condición de afrodescendiente y por el inigualable conocimiento que tiene de la región que recrea en la obra, Obeso, como ningún otro, logra mostrar una visión más humana y profunda de los afrodescendientes. Los pueblos negros en la obra de Obeso son estimados dentro de sus códigos culturales; capaces de articular discursos políticos propios, concepciones del buen vivir y del sentido mismo de la vida, sin esperar la redención a través de la presencia del “yo” blanco o mestizo civilizador.
De eso se tratan los cantos, no de un paisajismo exótico o un cuaderno de viajes, que muestra al afro desde el ojo del blanco andino que trata de adivinar el pensar ribereño, sino que da vida, fuerza y protagonismo, en otras palabras, voz, a ese fragmento de Colombia olvidado por el estado y relegado por la poesía. Y ese lugar no se lo gana con meloserías o costumbrismos, sino con poesía de métrica perfecta y sonoridades incuestionables, si bien de difícil factura. En palabras de Carlos Jáuregui:
La poesía de Obeso es de alguna manera reparación simbólica de un universo cultural fracturado y canto al margen telúrico, lo cual se manifiesta no solo en Ia defensa de valores tradicionales, sino en el partido que, en el conflicto entre civilización y barbarie, toma contra la ciudad. Pero no se trata de una celebración bucólica, ni del paisajismo común en Ia literatura romántica terrateniente colombiana, sino de una reivindicación del campo como espacio poético fuera del alcance del Estado.
Sin embargo, aunque de buena acogida por las élites literarias del momento, que reconocieron el magnífico arte en sus versos y la riqueza del universo de los bogas del Magdalena, el poemario apenas sobrevivía del olvido como un exotismo honroso, una curiosidad poética. Uno de sus grandes amigos, Juan de Dios Uribe, quien escribió un panegírico amoroso y más lleno de historietas que de crítica, marginalmente menciona los Cantos y los califica de “librito”, a lo mejor con fraternal cariño, pero ignorando su valor estético. Durante más de un siglo apenas sí se publicaron estudios sobre Obeso, y casi todo lo que se escribió sobre él se cifraba en lo anecdótico. Salvo excepciones como Martha Canfield, sólo hasta el estudio de Prescott se le otorga al vate la verdadera dimensión que merece. Hoy todavía es visto como una voz híbrida, aislada de su tiempo, confundida con la poesía costumbrista y declamada en festivales entre alaridos y brazos al cielo. Carolina Cáceres, de la Universidad de Santo Tomás, lo resume:
Lo afro se pronunció en la voz de Obeso. Con la esperanza de construir Nación, su proyecto inconcluso, e irrealizable sucumbió ante la impostura del exotismo con el que lo recibieron y aún recibimos, un siglo después, su obra.
Queda por rescatar la totalidad del poemario de la suerte de limbo en el que se encuentra estancado. Si bien la Canción del Boga Ausente cuenta con amplia popularidad e, incluso, versiones musicales, el resto de los poemas, tan ricos y versátiles, rara vez suelen ver la luz. Eventualmente algún estudioso de la literatura rescata dos versos para una revista literaria, pero aún falta mucho para que los Cantos alcancen lo que en vida de Obeso no pudieron, como se despidió Antonio José Restrepo en su elegía:
Y ahora estás ahí! Ya no pregona
tu lira de poeta
la excelencia y virtud de tu Madona
ni el perezoso ribereño entona
los dulces cantos de tu musa inquieta.
Debemos profundizar sobre el legado de Obeso
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