Debo empezar este texto ofreciendo excusas por romper ciertos paradigmas tradicionales del ensayo que obligan a no emplear la primera persona o situaciones “anecdóticas”, pero como narrador, investigador y, sobre todo, ser humano curioso y lleno de interrogantes, debo seguir los impulsos de mi pluma.
Lo primero que señalaré, aunque pueda parecer incorrecto en un texto académico, es que me he desgastado la vida leyendo ficción. Y no sólo las maravillosas y delirantes mentes de fantasiosos como Jonathan Swift, Lewis Carrol o Michael Ende, sino maestros que retrataron su tiempo y su humanidad como León Tolstoy, Jorge Luis Borges y Charles Baudelaire. Por eso, y el concepto de que el cúmulo de lecturas me distanciaban de la ignorancia, fue que me sorprendí tanto al enfrentar el enorme universo que se extendía desde los reinos africanos, la trata negrera, los encuentros en la nueva granada y las huellas de africanía actuales. Descubrí que, contrario a lo que suponía, mi ignorancia sobre África y su historia era mayúscula. Escuchar los nombres de los grandes reinos africanos como el imperio de Malí o el reino de Ghanna fue un hallazgo asombroso, pero no sólo porque los desconocía, sino porque descubrí que todo lo que había leído, incluyendo lo aprendido en el colegio, era producto de una educación eurocentrista. Incluyendo la literatura, por supuesto.
Me remití a mis épocas de escuela, donde estudié bien a los galos y los etruscos, conocí la historia, mitología y filosofía griega, las conquistas del Imperio Romano y los que lo siguieron, los reinos de la Edad Media, la España ultramarina, Inglaterra y sus colonias, etcétera. Incluso, aunque aparecieron de la nada como si no hubieran existido antes de 1495, vi las pirámides mayas, los sacrificios aztecas y las ciudades encumbradas de los incas. Tan buena creí que era mi educación que incluso estudié las dinastías chinas y las invasiones de los hunos.
Y nunca caí en la cuenta de que jamás me enseñaron nada sobre África.
Haciendo memoria extrema, recordé mi libro de texto de historia universal (ya sé que el término universal es absurdo, pero ese era el nombre en la época) y remembré capítulos y capítulos sobre Europa y los procesos ya mencionados. Y, tras mucho esfuerzo, recordé un mapa y media página sobre África. Es decir, no me enseñaron nada, absolutamente nada sobre el continente negro. De la misma forma, si bien siempre me he preciado de leer de todo (excepto superación personal), me di cuenta de que incluso los autores más “exóticos” como Rushdie y Pamuk habían sido reconocidos por la élite literaria europea. Sólo el africano Coetzee, y eso por su condición de premio Nobel, navegaba en mi biblioteca personal.
Terrible ignorancia, más para quien es magister, docente, y se precia de leer mucho y tener novelas publicadas.
Por supuesto, mi primera reacción fue, más que echarle la culpa al colegio, buscar las razones para tal invisibilización. Sólo entonces me di cuenta de lo eurocéntrica que había sido mi educación y, por ende, mi vida cotidiana y la de mis compañeros. Se trataba de una deliberada estrategia para invisibilizar al continente africano, sus historias, sus aportes a Colombia y su riqueza cultural? Posiblemente sí. El racismo que aún perdura es una prueba de ello. Según la descripción de Nina de Friedemann:
La invisibilidad consiste en el malabarismo discursivo que europeos y eurodescendientes introdujeron, difundieron, naturalizaron y practicaron como instrumento de poder. Consistió en inventar y proclamar la idea de su superioridad “racial”, al mismo tiempo que —de manera reiterada— ocultaban de las historias universales, nacionales y regionales tanto a los africanos y a sus descendientes en América como a los hechos, fenómenos y sucesos que esas mismas personas protagonizaron y siguen protagonizando .
Evidentemente eso sucedió con toda mi educación. Sin embargo, ese error que sufrió mi generación (y las anteriores) no debería estar ocurriendo hoy, pues el artículo 39 de la Ley 70 de 1993 obliga al sistema de educación básica y media del país a incluir los estudios afrocolombianos en los currículos de instituciones públicas y privadas. Lamentablemente, como tantas otras normas jurídicas de nuestro país, esa directriz se ha quedado en letra muerta. Afirma Rafael Antonio Díaz que
En Colombia, salvo algunos procesos excepcionales que confirman la regla, África, considerada en su complejidad manifiesta o en su historicidad evidente, se revela como una entidad sin rostro definido, más bien distorsionada, plagada de imaginarios atravesados por la ignorancia, el convencionalismo y las calificaciones racistas. Es posible rastrear el origen de esta construcción deformada sobre África en la evolución histórica de lo que podemos llamar como los discursos del prejuicio inmersos en las ideas de las élites hegemónicas.
Rafael Díaz relata cómo los libros de sociales de principios de siglo pasado como Compendio de Geografía de Díaz Lemos o los de los Hermanos Maristas de 1933 retratan al continente negro como incivilizado, ignorante, inculto e, incluso, degradado. No se ahorran en expresiones como “prácticas repugnantes” o “crasa ignorancia”. Ignorantes de la riqueza africana quedaron también quienes bebieron de tan prejuiciadas fuentes de conocimiento. No son gratis las ideas de Jean Chesneaux:
La historia forma parte de los instrumentos por medio de los cuales la clase dirigente mantiene su poder. El aparato del estado trata de controlar el pasado, al nivel de la política práctica y al nivel de la ideología, a la vez. El estado, el poder, organizan el tiempo pasado y conforman su imagen en función de sus intereses políticos e ideológicos.
Pero no me conformé con las palabras ajenas. Quise indagar por mí mismo y me metí a una biblioteca a buscar los libros de texto de las últimas décadas para confirmar si mis compañeros y yo habíamos sido las únicas víctimas de tal invisibilización e ignorancia sobre el continente negro y si en verdad había sido tan olímpicamente ignorada la etnoeducación propuesta por la ley 70. Usé dos libros por decenio y los resultados dejan mucho qué desear.
Empecemos por los 60s. El libro de texto de Editorial Bedout dista mucho de la universalidad pretendida. En su subtítulo aclara: Oriente, Grecia, Roma, Edad Media; e ignora por completo al continente africano. Lo mismo sucede con la contraparte Historia Universal de Editorial Voluntad. África, simplemente, no existe. En cambio, para hilaridad y tristeza, ambos textos inician la historia de la humanidad con el creacionismo bíblico y los primeros hechos históricos son el Diluvio y la Torre de Babel.
En los 70s. en Breve Historia de la Humanidad de Bedout, se dedican centenares de páginas a Europa, las dinastías chinas e, incluso, India y Turquía. Para África se destina una única página. En Historia de la Cultura universal, también de Bedout, la situación es más crítica, pues tras capítulos de Europa y América, aglutina sólo en nueve páginas a todo Asia y África. Sobra decir que los contenidos son tan superficiales y prejuiciados como los encontrados por Díaz Díaz y mencionados anteriormente.
No hubo mayor diferencia para los 80s. Conozcamos nuestra historia de Pime apunta al desconocimiento. En cuatro capítulos recorre todo el planeta, excepto África, claro, al que sólo llega, de la nada, con la colonización Europea. Al finalizar la década se ve un leve avance en Ciencias Sociales Integradas de Voluntad, pues dedica una página a los anteriormente ignorados reinos africanos. Por supuesto, es una sola contra decenas que hablan sobre los imperios europeos.
En los 90s, presumiblemente inspirados (probablemente forzados) por la ley 70, el número de páginas y temas aumentó. Aunque no demasiado, hay que decirlo. En Historia y geografía del mundo de Norma, se toca el Apartheid junto a la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Sin embargo, los prejuicios, subvaloraciones, generalidades y estereotipos se mantienen. En Milenio de Norma, se mencionan genéricamente algunos conflictos del África postcolonial y se desfiguran con una caricatura infame en la que tres hombres afro se disputan un mapa de África como si se tratara de una sábana.
Para el nuevo siglo, la serie Aldea de Voluntad ya hablaba en términos de geografía humana y se mencionaban fenómenos como el comercio africano, etnografías y territorios. Aunque es de anotar que el mayor énfasis siempre estuvo en la África colonial. Otros libros como los de la serie Hipertextos de Santillana, si bien incluyen párrafos sobre los reinos africanos, siguen incluyendo tres o cuatro páginas al continente negro mientras desglosan capítulos sobre los imperios europeos. No sobra recordar que la historia en general sigue siendo escrita con criterios eurocentristas. Incluso la historia de África nos ha sido contada por europeos. Rafael Díaz explica bien este fenómeno:
Las Ciencias Sociales en Colombia continúan siendo eurocéntricas, puesto que sus referentes epistémicos y teóricos más significativos a nivel de la filosofía, la política, la antropología, la historia y la sociología, entre otras disciplinas, corresponden a la tradición intelectual de Occidente, lo cual se refuerza y se mantiene si se tiene en cuenta que las comunidades académicas latinoamericanas, pero en particular las colombianas, mantienen fundamentalmente relaciones con comunidades noratlátnicas hegemónicas que no han permitido el desarrollo de un diálogo académicos sur-sur entre América Latina y África o entre América Latina, África y Asia.
Así, pues, los hallazgos de esta seudoinvestigación confirmaron tristemente lo descrito por Rafael Díaz. El número de páginas (y de información) sobre el rico pasado africano es muy limitado y reducido a estereotipos o curiosidades. En los casos en los que hay una descripción relativamente amplia, ésta se limita a señalar, a veces veladamente, la pobreza y el subdesarrollo. Y la mayor parte de la temática africana es relativa a la colonización europea. Si bien algunos podrían señalar ciertos logros en la inclusión de temáticas antes inexistentes, no es difícil ver que los cambios sólo refuerzan los estereotipos repetidos durante décadas y niegan la verdadera trascendencia cultural del continente negro. Se reafirman las ideas de Díaz Díaz.
La enseñanza humanística en el ámbito de la educación superior en Colombia se desenvuelve a espaldas de las dinámicas y de los logros alcanzados por el africanismo y por los estudios afrocolombianos. Por ende, esa idea central también supone que el conocimiento y la percepción que se tiene en Colombia respecto de África están copados por la ignorancia, el prejuicio y las miradas excluyentes heredadas de los discursos propios de la colonialidad.
Lamentablemente, ya no sorprenden los estereotipos que, ridículamente, se manejan en este país. Lo europeo es brillante, excelente, maravilloso (o lo gringo, que es otro tipo de colonialismo). Lo latinoamericano no es tan bueno. Y lo africano no existe o, en el mejor de los casos, es estereotipado. Todos conocen, así sea por caricaturas televisivas o lo que vulgarmente se entiende como “cultura general” a César, Nerón, Carlomagno, María Antonieta, Napoleón, Hitler, etc. Ni qué decir de la historia de Estados Unidos que la vemos encarnada hasta por Bugs Bunny. Pero nadie puede mencionar un personaje histórico africano; cuando mucho, a Nelson Mandela. Aunque sé que no es una verdadera investigación, hice un experimento con mis estudiantes (siete grupos de diversas materias en dos universidades, veinticinco estudiantes en promedio en cada uno). Se demoraron menos de treinta segundos en escribir cinco ciudades europeas, igual resultado para cinco ciudades norteamericanas. Ninguno pudo completar tres ciudades africanas. Incluso, cuando lo hice más fácil y lo llevé a países, sólo un puñado completó los cinco tras un minuto, y eso que reconocieron que su mayor pista eran las naciones participantes en los mundiales de fútbol. Tristemente, se confirman las palabras de Rafael Díaz:
Los llamados estudios africanos, o lo que se denomina como el africanismo, no constituyen en Colombia un ámbito específico, referencial o epistémico que incida en la enseñanza de las ciencias sociales o de la historia; en el diseño y redacción de los textos escolares ni, en general, del material educativo para la enseñanza; en la investigación, en la formulación de políticas públicas, ni mucho menos en esa labor crucial y definitiva como lo es la formación de los profesionales en las más diversas áreas del conocimiento tanto de las ciencias sociales, como de las humanidades.
El cambio lo veremos únicamente el día que la ley deje de ser letra muerta y que las directrices que vengan desde el Ministerio de Educación sean firmes, honestas y en verdad destinadas a romper los estereotipos y prácticas racistas y de ocultamiento contra la población afrocolombiana. En palabras de Jaime Arocha y el equipo de trabajo del Grupo de Estudios Afrocolombianos de la Universidad Nacional de Colombia:
La transformación del sistema educativo será posible en la medida en que maestros y estudiantes sean conscientes de los mecanismos de invisibilización y estereotipia que operan dentro y fuera del mismo. La erosión de un sistema de pensamiento que ha reforzado estas prácticas requerirá de un trabajo continuo en torno al conocimiento y a la valoración de África y las Afrocolombias y deberá llevarse a cabo mediante una alianza permanente entre la escuela y los institutos de investigaciones.
En Colombia nos quejamos del racismo callejero y no nos damos cuenta de que en realidad es producto de la educación misma, es decir, de un deliberado proceso de ocultamiento de la herencia africana desde el Ministerio de Educación, que es quien dirige los currículos de los colegios y aprueba los textos escolares. A pesar de las dos décadas de incumplimiento de la ley 70, aún estamos en el momento en la que se puede cambiar la ruta e incorporar verdaderamente la etnoeducación. Volviendo a Rafael Díaz:
Es importante tener en cuenta que se manifiestan diversas situaciones significativas que han hecho imperativo un giro radical en la mirada de las Ciencias sociales en el país hacia África, el africanismo y los estudios afrocolombianos. Por un lado, es posible observar como una nueva coyuntura jurídica y teórica, junto a recientes teorías pedagógicas, han planteado la etnoeducación para comunidades negras y la cátedra de estudios afrocolombianos como problemáticas transversales en el sistema educativo colombiano, incluyendo a la educación superior, fenómeno que configura el desafío, insalvable por ahora, de una pobre capacitación y conocimiento en la profesionalización humanística y docente respecto de las realidades con perspectiva africana.
Pero para eso necesitamos cambiar por completo de paradigmas sociales. Dejar las miradas y lecturas eurocentristas o andinas y volver al verdadero significado de un país pluriétnico y multicultural. Será bastante difícil, mi experiencia educativa lo confirma, pues siempre hemos sido un territorio acomplejado con deseos europeos. El escudo nacional es buena prueba, en él encontramos cornucopias griegas, granadas españolas y gorros franceses. Incluso el himno nacional está habitado por centauros y cíclopes, no por indios y negros que lucharon por su libertad. Así que no hay que sorprenderse de que el ciudadano promedio no sienta respeto por la etnia que construyó El-Ghabála, la mezquita de Djingareyber o la universidad de Zankore, así como lo siente por los griegos y su filosofía, los romanos y su derecho o los parisinos y sus ideas libertarias. Volviendo a Rafael Díaz:
La historia de las Áfricas posibles nos hace conscientes de su profunda y densa heterogeneidad a partir de la construcción de una “historia desafiada” que pretende restituir o resignificar el ethos histórico del continente.
No es posible respetar lo que no se conoce. Hay que contar las historias de las resistencias y los héroes afrocolombianos. Nombres como los de Benkos Biohó, Domingo Criollo, José Prudencio Padilla y muchos otros deben ser exaltados como representantes orgullosos de la etnia africana para que el colombiano promedio sienta admiración por esa vena vital de su historia, se identifique con ella y reafirme la integración nacional. He aquí, una vez más, la angustiosa necesidad de exigir la inclusión de África y las huellas de africanía en Colombia en los currículos y textos escolares. Es la única forma de cambiar la situación de desigualdad e injusticia del país. En caso contrario, permanecemos todos indolentes, ignorantes, racistas y, por supuesto, inactivos y manipulables; las comunidades afro se hundirán en un olvido estatal inconcebible, y el racismo seguirá siendo una vergonzosa constante nacional. Volviendo a Chesneaux:
Nuestro conocimiento del pasado es un factor activo del movimiento de la sociedad, es lo que se ventila en las luchas políticas e ideológicas, una zona violentamente disputada. El pasado, el conocimiento histórico pueden funcionar al servicio del conservatismo social o al servicio de las luchas populares. La historia penetra en la lucha de clases; jamás es neutral, jamás permanece al margen de la contienda.
Para concluir, aunque suene axiomático, obvio y repetido, hay que insistir en que la educación es la única manera de erradicar el racismo. Al incorporar en los currículos y textos escolares la historia de los reinos de África, así como los imperios europeos y las dinastías chinas, se estará dando poder, tradición y valor a la etnia afrocolombiana. No parecerá, como nos enseñan aún hoy, una gente que era y siempre debió ser esclava y que llegó ignorante, aculturizada y desnuda de cualquier capital histórico, social y humano. Es deber, si no obligación, del Ministerio de Educación aplicar las leyes referentes a la etnoeducación para en verdad erradicar ese vergonzoso hedor de racismo que aún repta en las calles colombianas. Y, desde luego, la verdadera voz la tiene el ciudadano de a pie, aquel que sabe que se le están vulnerando sus derechos y debe levantarse y exigir el respeto a su dignidad.
BIBLIOGRAFÍA
CHESNEAUX, Jean. ¿Hacemos tabla rasa del pasado? A propósito de la historia y de los historiadores. Siglo XXI editores. Ciudad de México, 1977.
DÍAZ DÍAZ, Rafael Antonio. Ausencia y presencia de África en los textos escolares en Colombia. En Machado Caicedo, Martha Luz (ed). La díaspora africana, un legado de resistencia y emancipación. NiNsee, Fucla, Programa Editorial Universidad del Valle. Cali, 2012.
____________ África, africanismo y los estudios afrocolombianos en las Ciencias Sociales en Colombia: realidades, retos y perspectivas. En Almario García, Oscar y Ruiz García Miguel Angel (comp) Escenarios de reflexión. Las ciencias humanas a debate. Universidad Nacional sede Medellín. Medellín, 2006, pp. 96-114.
FRIEDEMAN, N. S. de. Estudios de negros en la antropología colombiana: presencia e invisibilidad. En, Arocha, J y Friedemann, N. S. de, (eds). Un Siglo de Investigación Social: Antropología en Colombia. Etno. Bogotá, 1984.
Varios autores. Elegguá y respeto por los afrocolombianos: una experiencia con docentes de Bogotá en torno a la Cátedra de Estudios Afrocolombianos. En Revista de Estudios Sociales No. 27, agosto de 2007: Pp. 230. Bogotá, Pp.94-105
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