En 1985 se grabó una de las canciones que pasará a la historia, “We Are The World”. 25 años después se vuelve a grabar para Haití. La nueva versión me agradó, sin duda por la feliz memoria de la primera. Pero aparte del número 25, que significa que he vivido un cuarto de siglo más y por ende que estoy un cuarto de siglo más viejo, hay muchos otros cambios. Cuando yo era niño tenía que esperar pacientemente, acechante casi, junto a la radiograbadora con el casette en el punto preciso. Inevitablemente, por la infalible ley de Murphy, la anhelada canción sólo sonaba cuando uno estaba lejos y tenía que correr a presionar el botón rojo. Todas las canciones perdían los primeros segundos y, si uno tenía mala suerte, quedaban con algún aviso de la emisora o la voz del locutor. Así grabé “We Are The World” hace 25 años. Ahora, simplemente hago click en youtube y puedo descargar el video que hace un cuarto de siglo tuve que ver una única vez en televisión hasta la feliz noticia de que un amigo lo había grabado en betamax con todo y anuncio de Lina Botero. En ese entonces me sabía los éxitos de todos los participantes, de todos mis ídolos. Michael Jackson, Lionel Richie, Cindy Lauper... Sólo Prince estaba ausente. Ahora veo la nueva versión y descubro aterrado que casi todos los rostros son desconocidos. Los que puedo identificar son, casualmente, los más viejos, pero la gran cantidad de jóvenes que se desgañitan siguiendo las huellas de Stevie Wonder y Bruce Springsteen son anónimos para mí. Y Prince tampoco estuvo esta vez. Confundido de nostalgia, fui a desempolvar algunos vinilos que aún tengo por ahí, junto a las cosas que no se usan pero tampoco se botan porque significa abandonar una parte de tu vida. Allí encontré de nuevo, envueltos en cartón arrugado, a Pink Floyd, Led Zeppelin y los Beatles. Pero también, en una orgía musical, a Paula Abdul, Tiffany y Europe. No me avergüenza reconocerlo, yo también tuve quince años y un corazón vagabundo.
No pude conseguir un tornamesa, pero encontré todos estos temas de mi adolescencia pueril en Internet. Desde luego, me reuní con el Oscar pubescente e ingenuo que escuchaba por igual a Janis Joplin y a Samantha Fox. No pude evitar sentirme viejo, no tanto por los años pasados como por la terrible idea de que todo pasado (mi pasado) fue mejor. De pronto pensé que era infinitamente más talentosa Debbie Gibson que Hanna Montana y me di cuenta de que era exactamente lo opuesto a lo que habría pensado en mi adolescencia.Tendrá sentido comparar a los Jackson Five con New Edition, New Kids On The Block, Backstreet Boys y Jonas Brothers? Tal vez eso es lo terrible de la vejez, suponer que tu época fue mejor que la actual y confirmarlo.
Jorge Luis Borges dijo que toda gran obra pertenece a su tiempo. Esa frase, ambigua y sabia como todo lo del maestro, puede modificarse. Tal vez nuestros tiempos hacen grandes a las obras, pero no por su verdadero valor sino por la fuerza en nuestra memoria. Nos hacen recordar que estuvimos vivos, que fuimos inocentes, que brillábamos y no nos importaba nada. Simplemente, son partes imborrables de nosotros y nos burlamos de ellas al mismo tiempo que las atesoramos.
Dentro de 25 años alguien verá de nuevo el nuevo video de “We Are The World” y recitará con la misma nostalgia los nombres que ahora desconozco. Y, si tengo la suficiente mala suerte, me mostrará la versión original y me pedirá que le narre las historias de Diana Ross, Tina Turner y Billy Joel. Tal vez entonces la graben de nuevo con los artistas de moda y quizá esa vez Prince sí participará.
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