En estos días tuve una curiosa experiencia, me hallé cara a cara con Charlie Chaplin. Bueno, en realidad no fue cara a cara sino casco a casco.
El encuentro se dio en uno de los innumerables trancones de Cali, pueblo cuyas calles padecen no sólo del desgaste del padre tiempo sino del abandono de la administración municipal. Los huecos proliferan más que la fiebre de moda y la corrupción apenas sí puede tapar sus propios agujeros. En uno de estos trancones, retomo, estuve estancado con mi moto, una chopper liviana y pequeña, más bonita que poderosa. Y a mi lado, compartiendo el desespero, estaba Charlie Chaplin.
Desde luego, el famoso cineasta ya murió. El personaje al que me refiero es un ciudadano que se disfraza de Charlot y se alquila para publicidad callejera, uno de los muchos colombianos que se para en los semáforos vestido de estatua por la paz, payaso o desplazado esperando la moneda compasiva. La visión era inevitablemente graciosa. El tipo aún tenía el rostro pintado de blanco, con el bigote negro y las ojeras exageradas, pero enmarcado en un casco rojo brillante. Vestía las prendas raídas y los zapatones deformes que parecían covertir la motocicleta en un vehículo de carga pesada. Atado a la parte de atrás iba el bastón desafiante. Ni Dalí habría concebido tal imagen. Para rematar, la moto era una FZ tan vieja y deteriorada que no me extrañaría que hubiera pertenecido al mismo Chaplin.
Jocoso, sin duda. Pero tristemente jocoso. Lo que muchos calificarían como folclorismo e ingenio tiene su otra cara. El señor vestido de Chaplin regresando a su casa en una moto antediluviana tras una tarde de "trabajo" en alguna calle de la ciudad es una muestra del abandono, el desempleo y la falta de oportunidades que han castigado a este país durante decenios. Nótese que las comillas en la palabra trabajo no se escriben con cinismo, sino enfatizando que pedir dinero en un semáforo, con todo el trabajo que implica, no es un empleo remunerado. De la misma manera, los que se rebuscan el pan diario como vendedores ambulantes y son incluidos en las estadísticas del subempleo están tan desprotegidos como el niño que deja de ir a la escuela por limpiar un parabrisas.
Me sentí impotente ante la idea. En lugar de mimos y clowns, ese hombre con el rostro pintado simbolizaba al mismo tiempo el abandono y la tenacidad de un pueblo. Tragicómico, sin duda, como todo lo que sucede en este país. Inútil será repetir las múltiples frases que se han dicho tantas veces sobre la injusticia social y la corrupción de las clases dirigentes. Tuve que, simplemente, tragar saliva amarga y sonreir a mi famoso vecino de trancón mientras veía mis palabras perderse en el smog.
Al final Chaplin se fue en su motico vadeando las ondanadas de carros, algunos de ellos lujosos y estrafalarios, cuyos dueños quizá se sientan mejores personas al arrojar una moneda al infante que hace maromas para entretenerlos en el semáforo.
Alguna vez vi una entrevista en Telepacífico que le hicieron al personaje, creo que con referencia a una crónica que unos estudiantes de la Icesi hicieron sobre él. En ella decía que él no pedía limosna, que trabaja para la Alcaldía o la empresa que lo contratara dando mensajes con su disfraz. Y bueno, le creí. Pero no porque sí, sino porque muchas veces camino a la universidad lo vi desde la ventana del Blanco y Negro 6, parado en el semáforo de Holguines Trade Center, con algún letrero en su silla y sin acercarse a los carros a pedir niguna moneda ni teniendo algún lugar donde depositarla. Aún así me seguía despertando un sentimiento similar al que te despertó al verlo en esa moto.
ResponderEliminarConozco al verdadero Charlot y lo caracteriza el joven actor peruano Juan Andrés Gómez que si lo viera el verdadero Charlie Chaplin le diría "¿Qué haces fuera de mi cuerpo?" con eso lo digo todo. Gracias.
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