Varios músicos murieron en el 2009. Sin embargo, tres de ellos no sólo se constituyeron en vendedores de discos sino que marcaron con su música etapas imborrables de la historia del siglo pasado y definieron géneros e, incluso, comportamientos. Un breve recuerdo de estos tres íconos que pasaron a la inmortalidad.
El más evidente, Michael Joseph Jackson. El autoproclamado Rey del Pop definió el género en todos sus niveles y se hizo el máximo representante del mismo, con todo lo que eso implica. El talento no era bastante para garantizarle el último pedestal, se hizo necesaria la excentricidad, la controversia, el escándalo. Todo lo que podía ser ridículo (trajes de director de banda, zombies bailando, transformarse en robot) a Jackson le quedaba bien porque era el ícono que llevaba todo al extremo. No en vano había crecido en escenarios y roto todos los récords. Quién va a discutir contra el álbum más vendido de la historia? Desde luego, la fama y la exageración pasaron la factura. La prensa lo acosó y atormentó con toda clase de chismes y mentiras convirtiéndolo de un humano excéntrico en un fenómeno de circo. Los medios y la opinión pública se hicieron juez y jurado tanto de su arte como de su vida personal, situación que se tornó enfermiza cuando se dieron las acusaciones sobre pedofilia. En ese momento se demostró que las estrellas de rock, las celebridades en general, son culpables aún si se demuestra su inocencia, pregúntenle a Tiger Woods. Su misma muerte estuvo llena de misterio y su funeral fue como su vida, icónico y multitudinario Con la muerte de Jackson se certificó también la defunción del pop brillante y deslumbrante, talentoso y perfeccionista, aparente y maquillado, sin duda, pero con un fondo que lo sustentara. Ahora, salvo las excepciones de siempre, asistimos a un desfile de estrellas desechables que viven más por la publicidad y la bulimia que por sus voces.
Al otro extremo del continente y del arte, la india que fue llamada Negra, Mercedes Sosa, también simbolizó una era y una música que no sólo constaba de versos y acordes sino de una posición política e ideológica contra la injusticia, la tiranía y, particularmente, la dictadura. Víctima de persecución y destierro, se convirtió en la bandera de una generación maltratada e inconforme y tuvo algo que muchos de sus colegas no tenían: una voz poderosa. A diferencia de otros compañeros poetas que rasgan sus guitarras en los mismos acordes y con los mismos arpegios con unos susurros que apenas podrían cantar bingo, la Negra desplegaba todas las voces todas como un huracán que cobijaba y daba vida a versos maravillosos. La historia sobrepasó a los tiranos y de ellos sólo quedarán los escupitajos en sus memorias, pero la música de protesta, social o cualquiera de esos epítetos tan limitados como injustos, permanece por siempre como congelada en el tiempo. Con Sosa murió una generación que pasó de activista y romántica a conformista y nostálgica. Como la misma Negra, engordamos y envejecimos celebrando las victorias tardías de la justicia y viendo el surgimiento de nuevos autócratas que cantan descaradamente las mismas canciones que irritaron a sus predecesores. Las juventudes cambian y hasta los rockeros herederos de Sui Generis parecen más caricaturas de Bon Jovi que seres con conciencia política. Excepciones hay, afortunadamente, pero las voces que protestaban con un tambor o un charango ahora lo hacen con una eléctrica o un sintetizador y a veces el que protesta es el público.
Finalmente, para volver a la provincia, Rafael Escalona representó el surgimiento, auge y cúspide creativa de un género que ayudó a moldear no sólo en cuanto a música, letras y temáticas sino con la promoción y gestión cultural. El vallenato cimentado por maestros como Chema Gómez, Luis Pitre y otros se alimentó de este poeta provinciano que supo combinar como ninguno la métrica con el costumbrismo, la picardía con el romance. Muestra viviente del realismo mágico, Escalona tendía puentes entre la música, la ficción cotidiana y las casas disqueras con cantos supremamente elaborados que sonaban igual de bien en el acordeón de Colacho Mendoza, la guitarra de Guillermo Buitrago o la voz de Paloma San Basilio. Recolector de historias, observador profundo de la vida del Valle y mamagallista incurable, los cantos de Escalona llegaron hasta la Argentina y el Caribe, enseñaron al mundo la música de la provincia y popularizaron a personajes como la Maye, Juana Arias o Jaime Molina. Sus historias fueron cantadas por Alejo Durán, Bovea y sus Vallenatos, Diomedes Díaz y Carlos Vives y dieron al vallenato la importancia a nivel nacional como música folclórica, autóctona y popular. Aunque aún quedan maestros como Leandro Díaz, testigos de aquellas épocas de calles polvorientas, aguateras y amores escondidos (todo eso aún existe, pero como pobreza y no como folclor), la gran época de los juglares murió aún antes que Escalona. Los cantos del Valle se transformaron en canciones lloriconas producidas en serie, con acordeoneros cuya vestimenta es inversamente proporcional a su talento y cantantes que parecen maniquíes que brincan y gimen a mujeres inexistentes.
Todo tiempo pasado fue mejor? Los nuevos años traen nuevas voces y quienes nos quedamos atrás sólo vemos las espaldas de los que van adelante. No me arriesgo a adivinar un futuro, pero al menos estos tres personajes de los que hablé definieron su tiempo, lo obligaron a girar alrededor de ellos y marcaron generaciones de pueblos. Que descansen en paz y que viva la música!
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