25 abr 2014

Un cuento de Fútbol de Carnaval

México 1970
FÉLIX
El arquero de papel
Los siglos de la tierra me caen en los brazos
mirad como suben estrellas en mi alma
Vicente Huidobro

—¡Ligia, al teléfono!
La voz de doña Carmen era inútil, la fiesta de su casa y toda la cuadra hacía imposible cualquier comunicación que no fuera a los gritos o a los abrazos. La señora bajó a Marcos de la mesa, donde bailaba con la gracia de sus diez años, y le dio la orden.
—Ve y busca a Ligia, la llama su papá.
—¿Félix? —exclamó el niño en admiración. —¡Quiero hablar con él!
—¡Ahora no! Ve por Ligia.
—¡Pero, mamá! –insistió el muchacho.
—Primero quiere hablar con su hija. Luego podrás saludarlo. Ve por Ligia.
     El muchacho salió corriendo, más interesado en una oportunidad para hablar con el campeón que en dar el recado. La calle estaba inundada de gente, todos celebrando la copa Jules Rimet que pasaba definitivamente a manos brasileras. De cada casa salían músicas y personas bailando con alguna revista que llevaba en la portada la foto de Gerson, Clodoaldo o Pelé, sobre todo éste último, el rey. Nadie tenía la foto de Félix, a pesar de que vivía en esa misma cuadra. Por supuesto, salía en los afiches junto con todo el equipo, con su buzo azul contrastando con el amarillo de los demás. Pero Papel, como le decían por lo delgado de su contextura, no era de los protagonistas.
—Es un frangueiro. –Solían decir porque le metían muchos goles.

Entretanto, en Ciudad de México, el festejo no era menor. En medio de la celebración, Félix aún trataba de comunicarse con su hija.
—¿Qué pasó, Papel? –preguntó Rivelino con una botella de vino espumoso en la mano. –¿Pudiste hablar?
—Sí, pero se cortó –contestó Félix agitando el cigarrillo. –Fueron a llamar a Ligia, intentaré de nuevo en un minuto.
—¡Tiempo suficiente para otro trago! —brindó el jugador mientras le ponía el pico de la botella en la boca y lo obligaba a un sorbo risueño. Mientras se secaba los labios, Félix escuchó la risotada de Gerson.
—¡Papel! ¡Mi frangueiro favorito!
Gerson lo abrazó por centésima vez, lo levantó, lo hizo dar vueltas y lo depositó de nuevo en el suelo donde Rivelino pudo brindar con ambos.
—Que nos metan todos los goles de la vida, frangueiro. ¡Por cada gol que nos marquen nosotros haremos cuatro!

—¿No ha vuelto a llamar?
—No, Ligia. Pero tranquila que en cualquier momento timbra. Mientras tanto, ¿quieres una copa de cachaza?
     Ligia brindó con doña Carmen y sonrió al ver la gente bailando. Todo el país era un solo carnaval que celebraba el tercer campeonato mundial brasilero y el mejor equipo de todos los tiempos. Afuera, la gente coreaba los nombres de los héroes, repetía las voces de los locutores y pronosticaba mil victorias más para Brasil.
—Te lo digo: Pelé, Gerson y Tostao son los genios de ese equipo.
—¡Todos son genios! Recuerda cómo remata Rivelino, o la astucia de Jairzinho.
—Qué capitán es Carlos Alberto. Y hasta Edu y la defensa es buena.
—Lástima el portero.
     A Ligia esos comentarios la sacaban de quicio. Desde niña, cuando su papá jugaba en Nacional, Portuguesa y Fluminense, la molestaban en el colegio. “Tu papá es un frangueiro”, le decían. La primera vez no lo entendió y fue a preguntarle. Félix la levantó en un abrazo y le dijo carcajeándose entre el humo de sus inacabables cigarrillos.
—Frangueiro es un arquero al que le meten muchos goles.
—Pero tú no eres frangueiro.
—Claro que no. –Contestó él sombreando sus rizos rubios con el tabaco. –Pero a los porteros siempre nos echan la culpa de todo. Si sacamos cien balones de gol se les olvida pronto. Pero si se nos pasa uno solo nos lo reclaman toda la vida. Recuerda lo que le pasó a Barbosa, el del Maracanazo.
—Pero tú has ganado campeonatos. ¿Por qué te molestan?
—Y perdido también, Ligia preciosa. Lo que pasa es que Brasil es tierra de delanteros. Los goleadores son los que se llevan la gloria. Mira a Friedenreich, Jaír o Vavá. El pueblo siempre recuerda a los que meten los goles, rara vez a los que los sacan.
—Pero es injusto. –Dijo la niña. –Si tú no sacaras los goles el equipo perdería.
—Por supuesto, querida mía. Pero la gente siempre prefiere un gol malo a una atajada magnífica. El éxtasis del fútbol es el gol, y el portero es el guarda que impide esa alegría. Somos los aguafiestas de los partidos.
Félix dio un beso en la frente a su hija y la despidió con una palmada en la espalda. “No les creas a los que digan que tu papá es un frangueiro”, gritó en una bocanada de humo mientras encendía un nuevo cigarrillo con la colilla del que se terminaba.

—¿Cómo así que lástima el portero?
Los alegres borrachos que en la calle pontificaban sobre el magnífico equipo brasilero y su poco virtuoso guardameta se quedaron callados ante la interpelación de Ligia.
—Bueno, —tosió uno de ellos –tu papá no es precisamente el mejor arquero del mundo.
—¿Ah, no? Creí que ganar el Mundial era prueba más que suficiente.
—Es que con ese equipo…
—Mazurkiewicz, el uruguayo. ¡Ese sí es un porterazo!
—Y esa jugada que le hizo Pelé, que le saltó sobre el balón.
—Cómo es que no entra…
     La discusión se desvió de nuevo hacia la euforia y la celebración. Ligia frunció el ceño hasta que escuchó la voz infantil de Marco.
—Señora Ligia, sin Félix no habríamos sido campeones. Recuerde todo lo que atajó contra Inglaterra y Uruguay.
Ligia sonrió y le pasó los dedos por el cabello lacio. En ese momento sonó de nuevo el teléfono y el niño partió a contestar como un relámpago.

—¿Qué, Papel? ¿Contestaron?
—Está ocupado.
—¡Otro trago, entonces!

—Es el primo Claudio. Que si puede venir a celebrar.
—Que venga todo el que quiera –contestó doña Carmen –Pero que cuelgue rápido que estamos esperando la llamada de Félix desde México.
     Afuera, la gente seguía celebrando al vecino campeón del mundo.
—De verdad, Ligia, muchas felicitaciones por ese papá campeón.
—Ahora sí, ¿cierto? –Contestó ella con algo de sarcasmo.
—No te enojes, Ligia. Tú sabes que aquí nos dejamos llevar por los goles y el toque en el área contraria más que por las atajadas de tu papá.
—Seguro.
—Papel es un buen portero. Le ha ido bien con el Flu. Y nadie va a negar que es el mejor de Brasil.
—Gracias.
—Lo que pasa es que tanta genialidad de los delanteros opaca a cualquier portero.

—Yo quiero proponer un brindis –dijo Carlos Alberto parándose en una silla.
—Brindaremos por horas –ripostó Everaldo entre carcajadas.
—Ya sé –contestó el capitán auriverde. –Pero quiero que brindemos por uno que fue pieza clave: ¡Papel!
Todos halaron a Félix hasta el centro del círculo donde le apagaron el cigarrillo con las salpicaduras del vino gasificado. Detrás de la celebración, el técnico Zagalo sonreía.
—Tus atajadas nos llevaron al tricampeonato, Papel. –Sentenció Carlos Alberto levantando la botella. –¡Salud por el mejor frangueiro del mundo!
—¡Salud! –Gritaron todos al unísono. Pelé fue el primero que acercó su botella para chocarla con la de Félix.

—¡Ligia! –aulló otra vez doña Carmen –Tu papá al teléfono.
Fue más rápido Marcos, que llegó dos segundos antes y alcanzó a gritar mientras forcejeaba con su mamá:
—¿Señor Félix? ¡Felicitaciones, usted es el mejor portero del mundo!
Doña Carmen dio un coscorrón al niño, le arrebató el auricular y se lo pasó a la muchacha.
—¿Papá? –habló ella entre lágrimas.
—Hijita, somos campeones –lloró Félix de alegría. –Ya puedes decirle a todo el mundo que tu papá no es ningún frangueiro.
—Lo sé, papá –contestó Ligia llena de orgullo. –Siempre lo supe.

Entonces, en medio del abrazo y el carnaval que se celebraba en dos continentes, hubo un pequeño nido de silencio en el que se condensó toda la alegría de todos los porteros del mundo.

2 comentarios:

  1. muy lindo profe. me saco lagrimitas al final. felicitaciones.

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  2. coincido, tambien casi me saca la lagrimita

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