Dos noticias me causaron curiosidad esta semana. No la tradicional retahíla de muertos e indiferencia, sino dos casos que parecen, literalmente, sacados de los cómics que tanto adoro. Por un lado, una localidad brasilera contrata a un tipo que se disfraza como Batman para combatir el delito. Por otro, se hace popular en internet una chica denominada Kotakoti que es idéntica, tanto que asusta, a cualquiera de las heroínas de las historietas japonesas con ojos gigantescos y todo, el mejor estilo manga hecho carne.
Entre lo curioso y lo ridículo, me queda una duda. Se está resquebrajando la barrera que divide la ficción y la realidad? Es evidente que no, no pretendo con ese comentario insinuar una trama manida de ciencia ficción a lo Michael Ende o A-ha. Sólo que me parece muy peculiar que las personas que deambulan por el mundo en su triste cotidianidad, entre los Corn Flakes y el Mc Donalds, entre el grito del jefe y el grito al subalterno, entre la cuota del carro y la comisión asignada, quieran que personajes de la ficción popular se hagan seres reales, que puedan encontrarse en la calle con Batman o Saori Kido.
Supongo que ficcionalizar la ficción no es tan nuevo. Disneylandia es un gran ejemplo. Los niños irán a abrazar al Pato Donald y se encontrarán con un pedazo de plástico dentro del cual se cocina un humano mudo y semidesnudo, pero será Donald quien les regale ese instante de fantasiosa felicidad. No hacemos lo mismo los más viejos? Cuando vamos a un museo, no nos tomamos fotos con un pedazo de metal o piedra que recuerda a Borges, Bob Marley o Garrincha? Ellos fueron reales, cierto, pero no en nuestros imaginarios. Allí, son tan ficticios, heroicos y perfectos como Supermán.
A lo mejor todos estamos hastiados del mundo cotidiano y aburrido. A lo mejor todos deseamos que nos rescate Miguel Strogoff, Sandokán o Iron Man. A lo mejor queremos charlar con Funes el Memorioso y el Barón de Munchausen. A lo mejor necesitamos meternos en un mundo donde los niños vuelen con polvo de hadas o trepen paredes picados por arañas radioactivas. A lo mejor añoramos esa irrealidad que sólo se encuentra en los libros y de la que el mundo exterior nos ha desterrado.
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