El músico frustrado en mi interior espera dos momentos esenciales: La muerte de Keith Richards y la de Ozzy Osbourne. Ambos, ídolos inmarcesibles, debieron morir hace décadas debido a los abusos dignos de su categoría como estrellas de rock. Sin embargo, ambos están destinados a languidecer entre resacas y exámenes de próstata. Probablemente vivan para no ver mi muerte.
Sin embargo, hay otros músicos que, sabemos, no morirán jóvenes como los rockeros que conocemos (Janis Joplin, Jim Morrison, Jimi Hendrix, Kurt Cobain, Freddy Mercury, etc.), sino que perdurarán hasta que la edad, que no afectará su voz, les pase la inevitable factura. Jamás veremos envejecer a Madonna, por ejemplo. Pero ya vimos morir a Michael Jackson, y eso nos pone a pensar...
Hoy muere otra voz que no pertenecía a los mortales. Whitney Houston, casi tan bella como el timbre de su voz, se levantaba más fuerte que el gospel que la inspiraba, y más vibrante que el pop que la hacía reinar sobre las otras divas. Atrás quedaban Patty Labelle, Diana Ross y Aretha Franklin; pues Whitney era capaz de llevar su alegría desde la esquina más bailable hasta el responso más sagrado. Y ella era la niña buena que trascendería todas las generaciones.
Y las niñas buenas se juntan con los niños malos. Medio mundo detestó su relación con Bobby Brown, injusto lugar común que sólo sirvió como coyuntura para el horrible mal que acabó con una de las voces más talentosas de la historia: la drogadicción. La niña buena no lo era tanto. La droga la drenó como a tantas otras estrellas de la música. Los que la queríamos, así fuera a través del televisor, sufríamos al verla cada vez más flaca y más diluida.
Esa muerte la merecen los rockeros que desbaratan guitarras y adoran a Satán, no las damas maravillosas que encantan al universo con su voz. Pero la droga no respeta nada. Y en el universo de los mitos, lo mismo da ser Janis Joplin o Whitney Houston.
Quiero creer que Michael Hutchence murió en un orgasmo ahorcado, que Kurt Cobain murió en un verso maldito y de dos acordes, que Freddy Mercury murió en una sonrisa homosexual. Y quisiera creer que Whitney Houston no murió en un abismo de drogas, sino en un arpegio en el que sólo ella era capaz de cantar.
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