Algunos amigos, que no entienden lo divertido de los libros o de deambular rodeado de libros o de conversar con tipos que escriben libros, me preguntaban qué tanto podía hacer yo durante una semana en la Feria del Libro. Desde luego, aunque repita demasiado la palabra, uno va a la Feria a comprar libros, claro que sí. Alguien demasiado práctico pensará en ir directamente al stand donde consigue lo que busca y se irá sin gastar tiempo en lo innecesario.
Pero eso es exactamente de lo que se trata, de gozar, gastar el tiempo en lo inútil y superfluo: navegar entre anaqueles y sonrisas sin rumbo determinado, oteando el horizonte por si la ventura nos encuentra con un título afortunado o un tomo perdido desde décadas. Más o menos lo mismo que hacen algunas personas superficiales, que recorren los centros comerciales desesperados por un par de zapatos que les hagan olvidar sus problemas existenciales; sólo que los que amamos la lectura lo hacemos para recordar nuestros problemas existenciales.
Y, claro, además de los libros están los escritores. La mayoría de los libros que leemos fueron escritos por personas que ya murieron. No solemos encontrarnos en una cafetería o en la fila de un banco con un escritor. La profesión "escritor" no sale en ningún formulario. Se suele pensar que son unos seres extraños, de otro mundo, quizá unos viejos aburridos que sólo salen en televisión hablando, justo, de lo que uno no ha leído. Pero en la Feria los vemos todo el tiempo. Caminan por los pasillos, no sólo con libros bajo el brazo, sino con cómics para el nieto, discos para la esposa y vino para los amigos. Y no son los viejos aburridos de la tele, son personas que van al médico, se quejan del precio de la gasolina y beben entre carcajadas cantidades de whisky capaces de derrumbar un elefante. Y siempre están dispuestos a regalar una sonrisa y una dedicatoria.
Pero, incluso si no nos gustan los escritores por beodos y pedantes, podemos ir a la Feria a disfrutar de todo lo que hay. Música, teatro, crispetas... siempre hay una feria en la Feria. Además de conversatorios y exposiciones; los niños hallarán quién les narre un cuento o quién les dibuje a Batman; las mamás encontrarán el recetario mágico o la guía para la vida de su hijo; hasta los que no saben qué leer encontrarán el libro que les indique qué leer. Libros con dibujos, con títeres, con fotos y hasta sin letras esperan en la gran fiesta.
Sobra decir que los escritores, entre los que me precio de estar sin ser viejo ni aburrido, somos los que más nos gozamos la Feria. Es más, todas las noches, tras los consabidos whiskys, cuando el público se está retirando y nos quedamos solos con nuestras anécdotas, es cuando empieza nuestra verdadera feria.
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