16 mar 2011

Desastre

Muchos de mis amigos (casi todos, de hecho) me detestan. No porque sea odioso ni perverso, sino porque nunca pude tragarme la actitud chauvinista de defender el país a capa y espada. Acepto, y cualquiera que pierda su tiempo repetidamente leyendo este blog puede comprobarlo, que suelo ser cínico y cruel cuando critico a Colombia, pero esto no es gratis. Si lo hago es porque me duele la corrupción e indiferencia, y la única manera de calmar esa sensación es la ironía. No es la mejor, de acuerdo, pero es la única que tengo. Y dudo que haya alguien que piense que la solución a los conflictos es ocultarlos o ignorarlos. Colombia tiene problemas, y graves; pero lo primero que tiene que hacer, como los alcohólicos, es reconocerlo en lugar de autocomplacerse diciendo que somos el mejor vividero del mundo y todos esos mitos que, al esconder una realidad, eternizan una problemática.
     El ejemplo más reciente, para volver a exponer mi humanidad al escarnio público y al rincón del paria: El terremoto en Japón y su hermano tsunami asestaron un duro golpe al país nipón, nación que ha sobrevivido a desastres naturales y guerras nucleares. Tuve oportunidad de ver videos de ciudades destruidas en las que los sobrevivientes de los albergues, en perfecto orden ciudadano, esperaban su turno para recibir la ración de comida, y luego salían en escuadrones a buscar desaparecidos y rescatar cadáveres. Una nación unida y solidaria, pensé con envidia.
     Porque en nuestro último desastre natural tuve que ver en vivo y en directo el fenómeno opuesto. Tras el terremoto del eje cafetero desfilaron decenas de buses y carros con colombianos dirigidos a la zona del desastre. A buscar desaparecidos y rescatar cadáveres? No. Al saqueo. Se metían en las casas abandonadas sin importar si habría o no sobrevivientes y se robaban una licuadora, una plancha o unos pantalones. También fueron muchos más a ayudar, claro; pero que a alguien, a muchas personas, de hecho, se le ocurra despojar a los damnificados de lo poco que les quedaba es inhumano, por decir lo menos.
     Ésta es la Colombia que queremos ocultar. O, al menos, la que seguramente se contrarresta con una imagen bonita de ancianos tocando acordeón o niñas donando su domingo a los damnificados del invierno. Cuál es la verdadera?

No hay comentarios:

Publicar un comentario