We don’t need no education
We don’t need no thought control
No dark sarcasm in the classroom
We don’t need no thought control
No dark sarcasm in the classroom
Teachers, leave the kids alone
All and all you’re just another brick in the wall
PINK FLOYD
Para quienes aún no se han vinculado con el bilingüismo, se trata de una cita de una muy conocida canción de rock que traduce “no necesitamos educación, no necesitamos control del pensamiento, no oscuros sarcasmos en los salones de clase, profesores, dejen a los niños en paz. Después de todo, sólo eres otro ladrillo en el muro”.
La metáfora del muro, cantada por Pink Floyd, tiene diferentes interpretaciones. Necesariamente un muro se construye para separar, para proteger, para aislar. Pero nosotros no somos constructores ni albañiles. Somos profesores. Así que preguntémonos por qué alguien, así se trate de un grupo de músicos británicos, podría suponer que no necesitamos educación y que somos ladrillos en una pared.
Vivimos en un país que no es perfecto, eso lo sabemos. Un país que adolece de todos los males imaginables; pero el que más nos hiere a nosotros como docentes es la falta de educación. En Colombia, lamentablemente, la educación no es un derecho como lo dictan la constitución y la lógica, sino un privilegio al que sólo un porcentaje de la población tiene acceso. Los muros, que no existían para Epicuro cuando decidió instaurar su escuela de filosofía en los jardines de Atenas, se alzan ahora en nuestras fronteras internas. Dividimos a las personas entre quienes han tenido acceso a la educación y quienes no. Nos catalogamos como analfabetas, bachilleres, tecnólogos, profesionales, doctores y varias estratificaciones que a veces sirven más para aumentar la altura de los ya demasiados muros que escinden nuestra sociedad que para echar por tierra esos prejuicios. Décadas de violencia y corrupción han levantado atalayas inexpugnables para aislar al pueblo del pensamiento que le permitirá convertirse en dueño de su propio destino y no seguir siendo esclavo de intereses creados, de corbatas y quepis y sotanas.
Hay que derribar ese muro, desde luego. Ese gigantesco muro de desigualdad social que sufre nuestro país. Pero esto sólo se puede lograr con la educación. Y los que estamos en estos claustros, los privilegiados, valga recordar, que podemos acceder a los salones de clase, somos los que tenemos las herramientas, las armas para derribar esa barrera. De qué servirá graduar profesionales que sólo se interesen en llenar sus egos con automóviles caros y cirugías estéticas si la juventud a media cuadra aún carece de la libertad para estudiar? Estos títulos que otorgamos semestralmente, esos jóvenes que egresan orgullosos de nuestros claustros, deben tener la misión de derribar esas fronteras, de trabajar en pro de la población a la que le ha sido robado su derecho a la educación. Ya que tenemos la oportunidad de estudiar esas diferencias sociales, de ver donde otros han sido vendados, es deber de los egresados de ésta y todas las universidades ser la voz que derribe el muro y no el ladrillo que lo refuerce.
Pero, se estarán preguntando algunos, no íbamos a hablar de los profesores? Esto parece un discurso de grado… Y tienen razón. Quizá estamos pasando por alto que el estudiante, el egresado, no se da por generación espontánea. La academia le endilga a sus pupilos la responsabilidad de cambiar la sociedad, pero, como sabiamente decían nuestros abuelos, “la caridad comienza por casa”. No queremos que nuestros estudiantes sean ladrillos en un muro, claro que no. Mirémonos ahora y preguntémonos. Somos acaso nosotros un ladrillo en la pared? Un eslabón más en una cadena insípida y monocromática? Son nuestros salones de clase una prisión obligatoria para alcanzar el estatus que asegure un mejor sueldo o son un espacio de reflexión que permita ablandar el cemento de esos ladrillos que dividen a los colombianos.
Nosotros, educadores, tenemos una doble obligación. Por un lado, como personas, como ciudadanos, como compatriotas debemos luchar por derribar esos muros y devolverle a las generaciones futuras los derechos que les han sido arrebatados. Y como docentes, como maestros, tenemos el noble deber de alentar el conocimiento, avivarlo como una brasa que pueda convertirse en un incendio purificador. No vamos a alimentar nuestros egos suponiendo que nosotros tenemos el saber y que de manera magnánima lo compartimos con nuestros estudiantes, eso es lo que criticaban Epicuro y Pink Floyd. Esos son los ladrillos en la pared, los que impiden que los estudiantes lleguen al conocimiento de la única manera posible, a través de ellos mismos. Y este saber, desde luego, no se trata de integrales triples, pirámides invertidas o verbos irregulares. Se trata de la capacidad de evaluarse a sí mismos y a la sociedad que los rodea, que perciban las terribles injusticias en las que han nacido y se decidan a escribir un nuevo futuro para su nación.
Nosotros, educadores, tenemos una doble obligación. Por un lado, como personas, como ciudadanos, como compatriotas debemos luchar por derribar esos muros y devolverle a las generaciones futuras los derechos que les han sido arrebatados. Y como docentes, como maestros, tenemos el noble deber de alentar el conocimiento, avivarlo como una brasa que pueda convertirse en un incendio purificador. No vamos a alimentar nuestros egos suponiendo que nosotros tenemos el saber y que de manera magnánima lo compartimos con nuestros estudiantes, eso es lo que criticaban Epicuro y Pink Floyd. Esos son los ladrillos en la pared, los que impiden que los estudiantes lleguen al conocimiento de la única manera posible, a través de ellos mismos. Y este saber, desde luego, no se trata de integrales triples, pirámides invertidas o verbos irregulares. Se trata de la capacidad de evaluarse a sí mismos y a la sociedad que los rodea, que perciban las terribles injusticias en las que han nacido y se decidan a escribir un nuevo futuro para su nación.
Esa es nuestra misión real, despertar en los estudiantes la necesidad de conocer, de investigar, de criticar y mejorar su sociedad. Más aún en un país donde el dinero fácil y el consumismo sumergen a la juventud en una languidez bobalicona, un estado de confortable insensibilidad, como diría Pink Floyd en otra canción. Ese es nuestro verdadero objetivo, más allá de los torreones y los laboratorios de química. Podemos ser una universidad abierta, como el jardín de Epicuro. Podemos ser una sociedad abierta, donde la pluralidad y la libertad sean los colores de nuestra bandera. Pero todo eso empieza con nosotros, los docentes, en nuestras cátedras que también deben ser espacios abiertos, sin lugar a murallas que limiten el saber y el cuestionar.
No queremos muros en nuestros salones de clase, y si alguno de nosotros tiene que ser un ladrillo, que no sea el que se une a la pared que divide sino el que se hace yesca y produce la chispa que inicia fuego.
Uy profe, cuando se lanza a candidato
ResponderEliminarMe encanta, todo va en la educación, excelente articulo para la situación actual de la reforma.
ResponderEliminarprofe bello e inteligente
ResponderEliminarEsta frase de Simón Bolívar me parece perfecta para los tiempos q corren y muy acorde con el artículo: "Un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción".
ResponderEliminarMuy bien proesor'
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