Mucha
controversia ha rodado por ciertas manifestaciones humorísticas protagonizadas
por cómicos que se pintan la cara de negro y personifican caricaturas en
televisión y teatro. Algunos las consideran abiertamente racistas y pretenden
prohibirlas; otros no dejan de verlas como una charada inocente y se escudan en
la libertad de expresión; y la gran mayoría del público las ven como algo
cotidiano, tan natural como la expresión “trabajar como negro para vivir como
blanco”, y niegan cualquier racismo. Sin embargo, un buen análisis de la
problemática exige una revisión histórica de la caricaturización de los
afrodescendientes, no sólo en televisión sino desde las representaciones
gráficas. Ése es el objetivo del presente ensayo.
Desde los
inicios de la caricatura, la exageración y sátira propia del género se unieron con
los prejuicios, estereotipos y reduccionismos de la colonia, la esclavitud y la
colonización europea del continente negro. La caricatura puso su humor al
servicio de los intereses europeos y norteamericanos que ya publicaban cartones
y tiras cómicas en los periódicos. Éstas
gráficas tempranas, como las que les siguieron por décadas, eran hechas por
artistas y editores blancos, europeos o norteamericanos, sobre los territorios
colonizados o los afro recién emancipados; y de la misma manera, era el público
blanco dominante de suficiente nivel económico quien las leía y se divertía con
esas ridiculizaciones. Pronto, la caricaturización propia del género se
convirtió en estigmatización racista. En esta época se fraguaron los
estereotipos gráficos en los que el afro no tiene las definidas y particulares
facciones de un ser humano, sino que se les reducía a una gran cara negra con
labios rojos y grandes como llantas, más cercana a las trompas de los simios que
a la boca de un ser humano, y ojos enormes y desorbitados, señalando ignorancia
o ingenuidad, cuando no estupidez. Esto no fue casual en las representaciones
gráficas, sino que tiene un origen en el famoso pero peyorativo personaje “Jim
Crow”, creado por el comediante blanco Thomas Rice, quien solía pintar su
rostro con betún exagerando el tamaño de sus labios para interpretar a un
afroamericano harapiento en un espectáculo cómico musical de vaudeville que se
exhibió desde 1832 y se hizo muy popular, tanto que fue imitado a nivel global
y el nombre Jim Crow fue usado para denominar de manera genérica a los
afronorteamericanos y hasta para nombrar las leyes de “iguales pero separados”
de segregación en Estados Unidos promulgadas entre 1876 y 1965. Este absurdo de
la piel negra como el betún fue tan repetido que era utilizado incluso por
comediantes afrodescendientes; y latinoamericanos tan populares como Chespirito
hicieron su “blackface”, como se llamó al acto de pintarse la cara de negro y
ridiculizar a los africanos. En
Colombia, si bien no existió el Jim Crow, sí se heredó el humor al estilo
blackface. Álvaro Lemmon y Roberto Lozano, el creador del Soldado Micolta, son
ejemplo de ello.
Edward Williams
Chespirito (México)
Negro Mama (Perú)
Gracias a los shows de vaudeville, Jim Crow se hizo parte del imaginario
colectivo estadounidense y pasó a la literatura y caricatura. Bernard A. Drew
en su libro Black stereotypes in popular
series fiction, habla sobre los personajes literarios basados en Jim Crow:
Los
límites de Jim Crow eran fuertemente codificados y despiadadamente reforzados.
Para que las historias sobre negros tuvieran una oportunidad (de éxito comercial), no sólo tenían que tener personajes planos sino que también tenían que
mostrar a los negros como poco educados, supersticiosos, confabuladores,
desconfiables, lujuriosos y perezosos (No necesariamente todos en la misma
historia). Las historias tenían que ser “divertidas”. Divertidas, claro, para
los lectores blancos. Los lectores negros pudieron haberlas leído, pudieron
haberlas tolerado, pero hallaron poca diversión en ellas (Drew, 2015, pág. 11).
Igualmente, las actitudes, habilidades intelectuales y hasta maneras de
hablar de los afroestadounidenses fueron ridiculizadas fomentando la idea de
que eran ignorantes carentes de educación, ingenuos y no pocas veces estúpidos
o astutos sólo para burlar sus responsabilidades. Desde luego, estos prejuicios
eran de la población blanca norteamericana que no entendía ni pretendía
entender los logros y valores de la población afroestadounidense. Estas
representaciones demeritan los progresos de la población afro y los reducen a
seres bestiales, primitivos e infantiles, incapaces de tomar las riendas de su
destino o de desempeñar roles importantes en sus comunidades y su nación. Una
buena descripción de estas grafías es la presentada por Jeet Heer en su ensayo Racismo como una elección estilística y
otras notas (2011):
Miren la manera en
que se dibujan los personajes negros, por ejemplo, con labios como llantas y
rostros simiescos. También, los personajes negros son completamente serviles y
hablan en un dialecto vergonzoso completamente removido de cualquier habla
humana (Heer, 2011, pág. 1).
Ejemplos de McLure, Walt Disney, Walter Lantz, Bob Kane, Hergé y Pepo
El
arquetipo llegó al cine animado, con lo que se hizo mucho más popular y redujo
aún más a los afroestadounidenses en su papel como seres independientes y
actores sociales. Aquí, ejemplos de Castle, Warner, Disney y Fleisher.
Los dibujantes siguieron basándose en el arquetipo reconocido por una sociedad que a veces no es consciente del racismo que éste implica y lo repiten sin medir su poder ni las consecuencias para la etnia afrodescendiente. Jeet Heer, el el epílogo al libro Black Comics, politics of race and representation, trata de explicar este momento histórico:
No
es solo que los caricaturistas vivieran en una época racista, sino que también
la afinidad de los comics por la caricaturización significaba que las tiras
cómicas tempranas tomaran el existente racismo de la sociedad y le dieran una
vida visual viciosa y virulenta. Forma y contenido se juntaron de una manera
especialmente desafortunada. (Heer, 2013, pág. 254)
Muchos de los
caricaturistas de estas épocas y otras más recientes las repiten conscientes de
su carga negativa. Aquí el caricaturista ignora su responsabilidad como
editorialista y periodista, y se convierte en agente de un sector insultante,
segregacionista y, desde luego, racista de la sociedad. Estas grafías son tan
abundantes y comunes que nos hemos acostumbrado a ellas y ya las vemos como
normales, sin captar el enorme racismo, reduccionismo y estereotipia que hay en
ellas y que ha estigmatizado a los afrodescendientes desde las épocas de la
colonia, a tal punto que las características inventadas por Europa desplazaron
las realidades culturales y generaron imaginarios fuertemente racistas hacia lo
africano Estas visiones de
los afro heredadas de la colonia aún hoy se repiten. No es gratuito que en
televisión y prensa se multipliquen las imágenes de palenqueras, muchachas del
servicio, cortadores de caña, pescadores o, simplemente, trabajadores rasos de
etnia afro, perpetuando este imaginario discriminatorio. Incluso su cara
“positiva”, como lo relacionado con la música, el baile y el deporte también es
reduccionista y limita los éxitos de la población afro a un pequeño nicho
lejano al poder político de la clase “blanca”. Aquí el estereotipo descubierto
por Peter Wade (1997):
Los negros son estereotipados como perezosos y no progresistas, ignorantes
y con una áspera y rústica manera de hablar. Se han construido imágenes
posteriores alrededor de la idea de una estructura familiar “anormal” con un
padre “irresponsable” y alrededor del supuesto amor de los negros por la
música, el baile y la fiesta (Wade, 1997, pág. 52).
Y, por supuesto, ese imaginario ha llevado a un
racismo soterrado, nunca plenamente reconocido por la población mestiza ni las
instituciones estatales, pero que permea lo político, lo económico y, más aún,
lo cultural, a pesar de la notoria influencia de los afrocolombianos en la
construcción de país, lo que los reduce aún más en el imaginario colectivo.
Claudia Mosquera Rosero-Labbé afirma qué:
En la dimensión cultural, la discriminación es de tipo étnico y se
manifiesta en la estigmatización cultural, el uso de lenguaje peyorativo, la
escasa visibilización de los aportes de este grupo, la poca valoración y el
escaso apoyo a sus expresiones culturales y artísticas, el desconocimiento de
la cosmovisión de la población afrodescendiente y la discriminación dentro de
las etnias afro (Mosquera, 2010, págs. 26-27).
Estos estereotipos los vemos naturales y repetidos incluso en los periódicos. Las caricaturas editoriales, que si bien deben tener una carga humorística también reflejan una postura crítica ante fenómenos de la realidad, suelen repetir esos mismos conceptos heredados de la Colonia y el Jim Crow, limitando a los afrocolombianos a roles inferiores y grafías subhumanas. Algunos ejemplos de famosos y respetados caricaturistas como Betto, Pepón, Galgo, Mheo, Mico y Matador.
Es posible que caricaturistas y humoristas no sean conscientes del racismo implícito en sus productos, sobre todo porque el racismo es latente e invisibilizado en la sociedad. Pero las
representaciones gráficas y televisivas tienen un poder comunicativo que ha
sido utilizado repetida y abiertamente en contra de los movimientos sociales
afroamericanos. La constante representación de estereotipos modifica el
pensamiento del lector y su manera de percibir a las negritudes. Entonces,
sostener que el Soldado Micolta y otras expresiones humorísticas basadas en el
blackface y otras estereotipias son simplemente humoradas inofensivas sin carga
de racismo es, como mínimo, una falta de información. El debate que se ha
generado debe llevar a la eliminación del blackface, las caricaturas basadas en
el Jim Crow y toda manifestación humorística que tenga como objetivo,
consciente o inconsciente, el perpetuar los imaginarios racistas y dañinos a la
población afrocolombiana. Desde luego, esta acción debe ir acompañada de
políticas efectivas para brindar a las poblaciones afro las condiciones de vida
dignas que merecen por su calidad de seres humanos y un énfasis en la educación
para entender la historia de África y las negritudes y erradicar los prejuicios
y, eventualmente, el racismo hacia la población afrodescendiente.
BIBLIOGRAFÍA
DREW,
Bernard A. Black stereotypes in popular
series fiction, 1851-1955. Jim Crow era authors and their characters.
McFarland Company. North Carolina. 2015.
HEER, Jeet.
Afterword. En HOWARD, Sheena C.
(edit) y JACKSON II, Ronald L. (edit). Black
Comics: Politics of Race and Representation. Bloomsbury Academic. 2013.
HEER, Jeet.
Racism as an stylistic choice and other
notes. Biblioteca digital
Universidad Autónoma Metropolitana [en línea]. 2011. [fecha de consulta: 10
mayo 2014]. Disponible en
MOSQUERA ROSERO-LABBE,
Claudia (edit). Afro-reparaciones:
Memorias de la esclavitud y justicia reparativa para negros, afrocolombianos y
raizales. Universidad
Nacional de Colombia. Bogotá. 2007.
STRÖMBERG,
Friedrik. Black images in the comics, a
visual history. Fantagraphics Books. 2012
WADE, Peter. Gente negra, nación mestiza. Dinámicas de las identidades raciales en
Colombia. Editorial Universidad de Antioquia. Medellín. 1997.