Hace poco asistí al concierto más variado de la historia. Se inició con Tchaikovsky, siguió con el Bunde Tolimense, luego el Joe Arroyo y remato con los Beatles y Queen. Después, tocó Apocalyptica, la banda de metal sinfónico que, como es sabido, se hizo famosa tocando la música de Metallica con violoncellos.
Pero no voy a hablar del concierto de los finlandeses, que estuvo muy bueno y parecía que Thor había salido con los primos a rockear, sino de la agrupación telonera, la que mezcló música colombiana con clásica con rock, pues fue una agradable sorpresa: se trataba de la Orquesta Sinfónica Infantil y Juvenil de Siloé. Se trata de una apuesta de la Fundación Sidoc, la Fundación Arboledas y el Club Rotario de Cali, quienes han organizado a más de 150 niños de una zona vulnerable de la ciudad de Cali.
Debo decir que, aparte de la ausencia de humo de marihuana, el concierto no distó de cualquier evento rockero de Colombia. Jóvenes mechudos, camisetas negras (la mía era la única del Hombre Araña) y ganas de gritar y saltar. Cuando salió la Orquesta Sinfónica Infantil, tuve mis dudas. Cómo reaccionarían los muchachos que querían escuchar metal ante la música colombiana en violines? La respuesta del público fue la que correspondía: aplaudieron honesta y fuertemente a los niños, no por niños, sino por músicos; se entusiasmaron y aplaudieron al reconocer la música de su terruño (algún fanático, al terminar el Bunde Tolimense, gritó "Tolima Campeón"). El joven que presentó a la orquesta dijo que habían decidido traer a los niños en lugar de una banda metal local para visivilizarlos, para mostrar su trabajo y su música; y concluyó con un lugar común pero no por ello menos válido: que la mano que toca un instrumento jamás empuñará un arma. El público, metalero, mechudo y de negro, aplaudió su iniciativa.
A mí siempre me reclaman que no hago sino quejarme por todo. Pues bien, esto es algo que aplaudo. No sólo el hecho de que de las entrañas de un barrio estigmatizado de una ciudad compleja nazca una generación de niños tocando música clásica, sino que su esperanza se difunda y se haga conocer en los pocos espacios grandes que se presentan en la ciudad. Eso es lo que queremos y aplaudimos en Cali y en Colombia: niños que toquen violines, que pinten cuadros, que escriban cuentos; no niños que quieran ser traquetos de televisión o animales reggueatoneros. Éstos son los verdaderos talentosos que deberían salir por las cadenas nacionales como ejemplo de la juventud, y éstas son las iniciativas que deben multiplicarse en todo el país. Aún a riesgo de volver al lugar común, el arte y la educación son el verdadero futuro de nuestros jóvenes.