15 jun 2010

Los gritos de Casandra

De noche una pesadilla me atormenta. La voz de una hermosa muchacha que grita verdades evidentes y trata de alertar a todo un pueblo, pero nadie le cree. Desde luego, me refiero al mito griego de Casandra, preciosa doncella troyana de la que se enamoró Apolo y, para conquistarla, le dio el don más preciado por ella, el de la clarividencia. Sin embargo, Casandra no quiso cumplir con su parte del trato y se negó a complacer al dios, por lo que éste la maldijo con que nadie le creyera lo que decía. Como deben saber, Casandra suplicó a los troyanos que no entraran ese caballo de madera, que estaba lleno de soldados griegos y que iban a saquear la ciudad. No le hicieron caso y ya todos sabemos lo que pasó.
     Traigo este mito a colación porque veo con tristeza que en las actuales Troyas hay muchas Casandras. En la prensa, los medios, las academias, etc. Pero el pueblo tampoco les cree. Prefiere confiar en mesias falsos y corruptos o en verdades acomodadas o mentiras evidentes. Ya lo dijo Hitler, contrario a la doncella adivina: Entre más grande sea la mentira más gente la creerá.
     La pregunta es: Si lo que dicen es tan obvio, por qué nadie lo cree? Lo que sucede es que hay cosas que son evidentes para quienes tienen el ojo entrenado, quienes no saben no ven nada y no pueden creer en lo que no ven. Y las voces que gritan las contradicciones de una sociedad han tenido que pensarla, estudiarla, comprenderla. Pero para eso se necesita educación, y esa es una falencia de nuestras sociedades tan clara y triste como las súplicas de Casandra. Un pueblo ignorante jamás creerá a los que les muestren las verdades y se tragará enteras las mentiras de los corruptos que los gobiernan.
     Yo no pretendo ser Casandra, aunque en este blog expongo mis ideas y opiniones sobre literatura, fútbol o la mítica realidad que vivimos. A veces me pregunto si todos los que escribimos no somos Casandras que simplemente lanzamos una profecía al viento, a la ruleta de oídos o a la cacofonía de las mentiras.
     Y a veces me pregunto si tendré que ver caer a Troya.

3 jun 2010

MEMORIAS DE LOS MUNDIALES - Ficciones verdaderas

Inevitablemente, nuestros recuerdos están mediados por el filtro acuoso y a veces delirante de nuestras emociones. Y si esos recuerdos se generan en medio de una niñez fantasiosa y lúdica, al crecer tendremos un enorme tapizado de imágenes simbólicas en las que ya no importa cuál fue la realidad que las inspiró sino el significado para nuestro ser adulto. Esos son los ejemplos que traigo hoy. Tras los mundiales del 82 y el 86 y la derrota de mi ídolo, Zico, me quedé con la memoria de dos héroes que también dieron todo en la cancha, que fueron derrotados entre lágrimas y que representaron más de lo que eran pero menos de lo que merecían.
     Eliminado Brasil y su olimpo verdeamarelo, todos los niños que jugaban en la calle con una pelota de plástico querían ser alguno de los que levantara la copa del mundo. Entre el polvo y las piedras jugaban Grzegortz Lato (nombre que nos daba mucha risa) de Polonia, Jean-Marie Pfaff (la máquina de coser, entre carcajadas) de Bélgica y, cómo no, Maradona y (para mi disgusto) Paolo Rossi. Yo nunca quise ser ninguno de ellos. Descartado Brasil, tenía dos opciones: ser recio y fuerte o ser enjuto y escurridizo. Mezclando los imaginarios, me quedé con las figuras de Karl-Heinz Rummenigge y de Michel Platini. Injusto sería decir que Platini era el pequeño talentoso y Rummenigge el grande fuerte. Ambos eran extremadamente hábiles y Rummenigge no era la torre aria que yo imaginaba. Pero cuando uno es niño, todo le parece enorme y junto a estos dos jugadores se me mezclaban los personajes de ficción de ambos países. Invariablemente, pensaba en D'Artagnan y todos los héroes franceses de las novelas folletinescas en las que la picardía gala siempre triunfaba y que, como no, eran mis favoritas de esos días. De otro lado tras tanto cómic y tanta película de James Bond quedaba el estereotipo del alemán gigante y recio, de gran fortaleza física, inteligente y calculador. En medio de mi fantasiosa niñez, Platini y Rummenigge se me antojaban parte de esos personajes de ficción.
     Hoy, que entiendo que el fútbol es un deporte real en un mundo real jugado por personas reales, entiendo también que el cariño y las pasiones se engendran en esa ficción ingenua pero genuina. Estos dos héroes que tuve y que no son más que dos personas de las tantas que caminan por el globo, siguen siendo en mi imaginación dos titanes derrotados que representaban lo mejor que podían ofrecer el fútbol, la humanidad y la ficción.