16 feb 2010

Algo va del casette al MP3

En 1985 se grabó una de las canciones que pasará a la historia, “We Are The World”. 25 años después se vuelve a grabar para Haití. La nueva versión me agradó, sin duda por la feliz memoria de la primera. Pero aparte del número 25, que significa que he vivido un cuarto de siglo más y por ende que estoy un cuarto de siglo más viejo, hay muchos otros cambios. Cuando yo era niño tenía que esperar pacientemente, acechante casi, junto a la radiograbadora con el casette en el punto preciso. Inevitablemente, por la infalible ley de Murphy, la anhelada canción sólo sonaba cuando uno estaba lejos y tenía que correr a presionar el botón rojo. Todas las canciones perdían los primeros segundos y, si uno tenía mala suerte, quedaban con algún aviso de la emisora o la voz del locutor. Así grabé “We Are The World” hace 25 años. Ahora, simplemente hago click en youtube y puedo descargar el video que hace un cuarto de siglo tuve que ver una única vez en televisión hasta la feliz noticia de que un amigo lo había grabado en betamax con todo y anuncio de Lina Botero. En ese entonces me sabía los éxitos de todos los participantes, de todos mis ídolos. Michael Jackson, Lionel Richie, Cindy Lauper... Sólo Prince estaba ausente. Ahora veo la nueva versión y descubro aterrado que casi todos los rostros son desconocidos. Los que puedo identificar son, casualmente, los más viejos, pero la gran cantidad de jóvenes que se desgañitan siguiendo las huellas de Stevie Wonder y Bruce Springsteen son anónimos para mí. Y Prince tampoco estuvo esta vez. Confundido de nostalgia, fui a desempolvar algunos vinilos que aún tengo por ahí, junto a las cosas que no se usan pero tampoco se botan porque significa abandonar una parte de tu vida. Allí encontré de nuevo, envueltos en cartón arrugado, a Pink Floyd, Led Zeppelin y los Beatles. Pero también, en una orgía musical, a Paula Abdul, Tiffany y Europe. No me avergüenza reconocerlo, yo también tuve quince años y un corazón vagabundo.
     No pude conseguir un tornamesa, pero encontré todos estos temas de mi adolescencia pueril en Internet. Desde luego, me reuní con el Oscar pubescente e ingenuo que escuchaba por igual a Janis Joplin y a Samantha Fox. No pude evitar sentirme viejo, no tanto por los años pasados como por la terrible idea de que todo pasado (mi pasado) fue mejor. De pronto pensé que era infinitamente más talentosa Debbie Gibson que Hanna Montana y me di cuenta de que era exactamente lo opuesto a lo que habría pensado en mi adolescencia.Tendrá sentido comparar a los Jackson Five con New Edition, New Kids On The Block, Backstreet Boys y Jonas Brothers? Tal vez eso es lo terrible de la vejez, suponer que tu época fue mejor que la actual y confirmarlo.
     Jorge Luis Borges dijo que toda gran obra pertenece a su tiempo. Esa frase, ambigua y sabia como todo lo del maestro, puede modificarse. Tal vez nuestros tiempos hacen grandes a las obras, pero no por su verdadero valor sino por la fuerza en nuestra memoria. Nos hacen recordar que estuvimos vivos, que fuimos inocentes, que brillábamos y no nos importaba nada. Simplemente, son partes imborrables de nosotros y nos burlamos de ellas al mismo tiempo que las atesoramos.
     Dentro de 25 años alguien verá de nuevo el nuevo video de “We Are The World” y recitará con la misma nostalgia los nombres que ahora desconozco. Y, si tengo la suficiente mala suerte, me mostrará la versión original y me pedirá que le narre las historias de Diana Ross, Tina Turner y Billy Joel. Tal vez entonces la graben de nuevo con los artistas de moda y quizá esa vez Prince sí participará.

8 feb 2010

MEMORIAS DE LOS MUNDIALES - El fútbol con zeta


Cuando era niño, muy niño, el fútbol simplemente consistía en golpear una pelota y gritar gol. No se trataba de un juego de conjunto con reglas y táctica sino de un acto infantil idéntico a sacudir un sonajero o soplar una corneta. Cuando llegó el mundial de España 82 mi familia se reunía a ver los partidos durante semanas consecutivas y empecé a desentrañar los secretos del deporte. Pero eso sólo sería una anécdota de no ser por una flecha rubia que de pronto se detenía y parecía tener control absoluto del éter a su alrededor; levantaba la cabeza un poco y miraba todo el campo, los miedos de sus rivales, las jugadas futuras; golpeaba un balón y éste se movía más rápido que el tiempo y llegaba al punto exacto donde estaba su lugar en la malla. Tras el inevitable gol, Zico levantaba los brazos delgados y saltaba con las pantalonetas altas compartiendo la euforia con otros maestros de amarillo: Sócrates, Falcao, Toninho Cerezo y una selección Brasil que no jugaba fútbol sino que lo inventaba a cada paso. Y mi primer héroe era el eje, el corazón de esa orquesta sinfónica. Zico no pateaba el balón sino que lo consentía en una caricia traviesa que lo llevaba al fondo de la red, en lugar de correr como un atleta parecía danzar cual gacela jubilosa, la cancha entera se movía por su voluntad. Zico me enseñó el amor y me acercó al odio cuando un petiso crespo con camisa a rayas lo pateó alevosamente. Fue la primera vez que detesté a Diego Maradona y aprendí, al mismo tiempo que el Pelusa, que el fútbol no consiste en patear a los talentosos sino en hacerse talentoso uno mismo. Por eso me dolió tanto ver que ese conjunto de semidioses, que jugaba tan lindo que enamoraba a un niño que no entendía un fuera de lugar y no sabía dónde iba la tilde de la palabra balón, perdiera contra un equipo que no jugaba ni la mitad. Mi gran ídolo era derrotado por un tronco que salió de la nada y cuya única virtud fue estar, como un fantasma, en el sitio inesperado donde patearía los goles que matarían sueños. Paolo Rossi usurpó un trono que la historia le tenía reservado a Zico y la justicia, que no existe ni siquiera en la ficción, no se haría jamás. El Brasil del 82 y su generación de genios fueron condenados a la derrota y a una suerte de olvido selectivo, opacado por las memorias de los campeones. Los únicos que los recordamos triunfantes, luminosos, omnipotentes somos los niños hechizados por esas piernas de oro, esas filigranas en la grama y esos goles magistrales.